sábado, 29 de mayo de 2021

EL SINDICATO Y/O/CON/SIN EL PARTIDO

 


“Corrientes”, fotografía de Sebastião Salgado.

 

La recentísima decisión de En Comú Podem de alinear a su grupo con los Verdes europeos es, supongo, producto de un montón de buenas intenciones y de un programa de futuro colectivamente asumido. No tengo nada que objetar. Es solo que la decisión viene a dejar al mundo sindical claramente aparte de un proyecto muy sui generis, que responde a una idea de la esfera política interiorizada y pretendidamente autosuficiente, por mucho que presuma de transversal, ecologista, feminista, animalista, y varias cosas más.

Todas esas cosas son muy respetables, pero me importa señalar que los partidos de izquierda en general ─no es un defecto exclusivo de ECP─, al mismo tiempo que se apuntan con entusiasmo a todas las transformaciones en curso, dejan entre paréntesis el trabajo necesario para producirlas. Nos encontramos respecto de sus propuestas en la actitud del obrero de Brecht que preguntaba, ante un libro: «El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo? César venció a los galos. ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? Felipe II lloró al hundirse su flota. ¿No lloró nadie más?»

Excusen la punta de demagogia contenida en la cita. Quiero subrayar la “extrañeza” casi absoluta que se ha instalado en las relaciones (en la falta de relaciones) entre partidos y sindicatos.  

Adolfo Braga, un profesor de Sociología de los procesos económicos y del trabajo en la Universidad de Teramo (Italia), ha dibujado una historia sintética del caso italiano1 desde la caída del fascismo en 1945 hasta la rigurosa actualidad. Señala Braga cuatro fases en la relación partido-sindicato: en la primera, recién producida la liberación, los grandes partidos políticos surgidos de la lucha antifascista en un contexto de guerra y destrucción, debieron “inventar” y poner en pie un sindicato, que fue primero unitario y luego se escindió en tres vertientes ideológicas, la comunista, la socialista y la democristiana (sí, también la derecha apostó en aquel momento por un correlato sindical que garantizara un ideal de “justicia social”).

En la etapa subsiguiente, que duró hasta las grandes luchas obreras de 1968-69, el modelo de relación, en general y más señaladamente entre el PCI y la CGIL, fue lo que Braga califica de “simbiosis” fructífera para ambas partes. Los cuadros políticos del PCI reforzaban las estructuras del sindicato, y el sindicato era por su parte un vivero permanente de cuadros necesarios en un partido que se calificaba a sí mismo de “obrero”. El partido marcaba la línea y fijaba la síntesis; el sindicato aportaba disciplinadamente la mano de obra necesaria para conformar los proyectos a las realidades.

Apenas hubo fricciones en ese modo de plantear la relación. José Luis López Bulla nos ha dejado memoria de una de ellas2, especialmente significativa por la personalidad de sus protagonistas:

En el epistolario de Bruno Trentin se encontró una carta que Trentin dirigió a Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella el sindicalista responde a Togliatti sobre una intervención en el Comité Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no está de acuerdo y le escribe a Togliatti:  «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y organizativas».

Los puntos de vista de Trentin adquieren fuerza en el “otoño caliente” de 1968 y la década siguiente, hasta el punto de establecer un tercer modelo de relación, en el que emerge la gran cuestión de la autonomía (en los Estatutos de los sindicatos españoles se ha preferido el término “independencia”, que posiblemente es inexacto y perturbador a la larga; pero no es cuestión para analizar aquí). Se establecen incompatibilidades entre cargos de dirección de ambas organizaciones, y para la participación institucional de los sindicalistas. En la etapa anterior no habían molestado ni llamado la atención tales cosas, un cuadro capaz pasaba sin problema del trabajo sindical al propiamente político o al institucional, y viceversa; todo era cuestión de mejor distribución de los recursos humanos dentro de la “simbiosis” reinante y de la perspectiva común.

El divorcio llega en 1993-94 con el gobierno “técnico” de Ciampi-Giugni. Los partidos son ya otra cosa, no hay organizaciones de masas, no hay tampoco un partido “obrero” en términos estrictos, la sociedad aparece más diversificada en sus aspiraciones legítimas y/o ilegítimas, con una invasión de los estratos medios de la estructura social por parte de la antigua working class, debido a la existencia de una mayor movilidad social. Dentro de esta nueva situación, sin embargo, Braga señala que la controversia entre D’Alema y Cofferati era aún un “conflicto de familia”, en el que ambas partes obedecían a intereses diversos pero aún conciliables en alguna clase de colaboración pragmática. El choque frontal entre Renzi y Camusso «ya no es, en cambio, un “ritratto di famiglia in un interno”, sino un conflicto entre sujetos muy distintos y muy distantes, que se echan recíprocamente en cara la ausencia de puntos de contacto.»

La historia de las relaciones partido-sindicato en nuestro país recorre un paisaje muy parecido al italiano, con una cronología diferenciada, además de todas las salvedades del caso. Pero este último movimiento táctico de los Comuns, con el alejamiento que sin duda supone de una perspectiva sindical ─no digo la de “este” sindicato, sino la de cualquiera, a pesar de que “este” en concreto posee hoy una situación mucho más consolidada que la de la formación política con la que se relaciona de forma prioritaria; más organización, mejor proyecto, mucha más influencia social─, representa, creo, un desenganche objetivo de los Comuns respecto de la idea de la centralidad del trabajo como motor de la política. Es eso, no otra cosa, lo que lamento.

 

1 Nuove tendenze nel rapporto tra rappresentanza sindacale e rappresentanza política”, en VV.AA., Sindacato, política, autonomía, CRS-Ediesse 2016

2 Ver http://togapunetas.blogspot.com/2015/01/la-parabola-del-sindicato.html