“Corrientes”, fotografía de Sebastião
Salgado.
La recentísima decisión de
En Comú Podem de alinear a su grupo con los Verdes europeos es, supongo,
producto de un montón de buenas intenciones y de un programa de futuro colectivamente
asumido. No tengo nada que objetar. Es solo que la decisión viene a dejar al
mundo sindical claramente aparte de un proyecto muy sui generis, que responde a
una idea de la esfera política interiorizada y pretendidamente autosuficiente, por
mucho que presuma de transversal, ecologista, feminista, animalista, y varias
cosas más.
Todas esas cosas son muy
respetables, pero me importa señalar que los partidos de izquierda en general
─no es un defecto exclusivo de ECP─, al mismo tiempo que se apuntan con
entusiasmo a todas las transformaciones en curso, dejan entre paréntesis el trabajo
necesario para producirlas. Nos encontramos respecto de sus propuestas en la
actitud del obrero de Brecht que preguntaba, ante un libro: «El joven Alejandro
conquistó la India. ¿Él solo? César venció a los galos. ¿No llevaba consigo ni
siquiera un cocinero? Felipe II lloró al hundirse su flota. ¿No lloró nadie
más?»
Excusen la punta de demagogia
contenida en la cita. Quiero subrayar la “extrañeza” casi absoluta que se ha
instalado en las relaciones (en la falta de relaciones) entre partidos y
sindicatos.
Adolfo Braga, un profesor
de Sociología de los procesos económicos y del trabajo en la Universidad de
Teramo (Italia), ha dibujado una historia sintética del caso italiano1
desde la caída del fascismo en 1945 hasta la rigurosa actualidad. Señala Braga
cuatro fases en la relación partido-sindicato: en la primera, recién producida
la liberación, los grandes partidos políticos surgidos de la lucha antifascista
en un contexto de guerra y destrucción, debieron “inventar” y poner en pie un
sindicato, que fue primero unitario y luego se escindió en tres vertientes
ideológicas, la comunista, la socialista y la democristiana (sí, también la
derecha apostó en aquel momento por un correlato sindical que garantizara un
ideal de “justicia social”).
En la etapa subsiguiente,
que duró hasta las grandes luchas obreras de 1968-69, el modelo de relación, en
general y más señaladamente entre el PCI y la CGIL, fue lo que Braga califica
de “simbiosis” fructífera para ambas partes. Los cuadros políticos del PCI
reforzaban las estructuras del sindicato, y el sindicato era por su parte un
vivero permanente de cuadros necesarios en un partido que se calificaba a sí
mismo de “obrero”. El partido marcaba la línea y fijaba la síntesis; el
sindicato aportaba disciplinadamente la mano de obra necesaria para conformar
los proyectos a las realidades.
Apenas hubo fricciones en
ese modo de plantear la relación. José Luis López Bulla nos ha dejado memoria
de una de ellas2, especialmente significativa por la personalidad de
sus protagonistas:
En el epistolario de Bruno Trentin se encontró una carta
que Trentin dirigió a Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella el
sindicalista responde a Togliatti sobre una intervención en el Comité Central
del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a los
trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y
que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente
a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no está de
acuerdo y le escribe a Togliatti:
«Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa
orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una
capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas
relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando
quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad,
las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones
tecnológicas y organizativas».
Los puntos de vista de
Trentin adquieren fuerza en el “otoño caliente” de 1968 y la década siguiente, hasta
el punto de establecer un tercer modelo de relación, en el que emerge la gran
cuestión de la autonomía (en los Estatutos de los sindicatos españoles se ha
preferido el término “independencia”, que posiblemente es inexacto y
perturbador a la larga; pero no es cuestión para analizar aquí). Se establecen
incompatibilidades entre cargos de dirección de ambas organizaciones, y para la
participación institucional de los sindicalistas. En la etapa anterior no
habían molestado ni llamado la atención tales cosas, un cuadro capaz pasaba sin
problema del trabajo sindical al propiamente político o al institucional, y
viceversa; todo era cuestión de mejor distribución de los recursos humanos
dentro de la “simbiosis” reinante y de la perspectiva común.
El divorcio llega en
1993-94 con el gobierno “técnico” de Ciampi-Giugni. Los partidos son ya otra
cosa, no hay organizaciones de masas, no hay tampoco un partido “obrero” en
términos estrictos, la sociedad aparece más diversificada en sus aspiraciones
legítimas y/o ilegítimas, con una invasión de los estratos medios de la estructura
social por parte de la antigua working
class, debido a la existencia de una mayor movilidad social. Dentro de esta
nueva situación, sin embargo, Braga señala que la controversia entre D’Alema y
Cofferati era aún un “conflicto de familia”, en el que ambas partes obedecían a
intereses diversos pero aún conciliables en alguna clase de colaboración pragmática.
El choque frontal entre Renzi y Camusso «ya no es, en cambio, un “ritratto di famiglia
in un interno”, sino un conflicto entre sujetos muy distintos y muy distantes,
que se echan recíprocamente en cara la ausencia de puntos de contacto.»
La historia de las
relaciones partido-sindicato en nuestro país recorre un paisaje muy parecido al
italiano, con una cronología diferenciada, además de todas las salvedades del
caso. Pero este último movimiento táctico de los Comuns, con el alejamiento que
sin duda supone de una perspectiva sindical ─no digo la de “este” sindicato,
sino la de cualquiera, a pesar de que “este” en concreto posee hoy una
situación mucho más consolidada que la de la formación política con la que se
relaciona de forma prioritaria; más organización, mejor proyecto, mucha más
influencia social─, representa, creo, un desenganche objetivo de los Comuns respecto
de la idea de la centralidad del trabajo como motor de la política. Es eso, no
otra cosa, lo que lamento.
1 Nuove tendenze nel rapporto tra rappresentanza sindacale
e rappresentanza política”, en VV.AA., Sindacato,
política, autonomía, CRS-Ediesse 2016
2 Ver
http://togapunetas.blogspot.com/2015/01/la-parabola-del-sindicato.html