Ayuso en pleno plomo, envuelta en
celofana.
La campaña
electoral de las derechas madrileñas se ha desarrollado según los usos más
reputados de los másters de mercadotecnia; es decir, mediante un esfuerzo de
persuasión dirigido a inculcar la idea de que con tu voto a una opción política
bastante cutre, estás en realidad comprando otra cosa.
Ya sabes, te venden
un piso desastrado con el señuelo de que está en una urbanización de alto
estanding, y en el super de la otra esquina puedes encontrarte una mañana cualquiera
a Chenoa. La mecánica del coche que te ofrecen rebajado es dudosa, pero la marca
dará envidia a los vecinos; la espuma de afeitar mentolada de oferta te
proporcionará ligues virtuales inolvidables con muchachas en flor que
revolotean a la espera de un aroma que despierte sus sentidos; y con el caldo
de ave encapsulado te sentirás todo un Arguiñano al ponerte un mandil y entrar
en tu cocina donde, por cierto, la batidora con tres marchas y cinco funciones te
la recomendaron en un masterchef.
El principio rector
de la campaña ha sido que una buena publicidad suficientemente invasiva es
capaz de vender cualquier cosa. No era una bravata, lo están haciendo: pintan a
Ayuso como la lideresa del siglo XXI, y no es más que un subproducto de desecho
de laboratorio.
Por ahí van los tiros:
Madrid no es Madrid sino ¡España!, y la porfía en la CAM no es con Gabilondo
sino con Pedro Sánchez.
De qué.
Y eso es solo el
principio, el voto se traslada asimismo a territorios más trascendentes, donde se decide la vieja contienda entre la democracia y la libertad. Ayuso ha
insistido en que se puede tener democracia sin libertad y también, mutatis mutandis, libertad sin democracia (?), y es más
importante lo segundo que lo primero. Almeida ha remachado el clavo sosteniendo
que vale, somos unos fascistas pero sabemos gestionar mejor que nadie. Bea
Fanjul, presidenta de las Nuevas Generaciones madrileñas del PP, lo ha
arreglado precisando que Ayuso es lo malo conocido, siempre preferible a lo
bueno por conocer.
Los tres discursos
llevan incorporada de serie una mentira. Primero, porque si falta la
democracia, la "libertad" que se apropian unos siempre la consiguen aplastando las
libertades de otros. Segundo, porque la forma fascista de gestionar los
intereses de una comunidad es una forma sesgada, dirigida a acentuar las
carencias de unos y los privilegios de otros. Tercero, porque lo malo conocido
puede ser infinitamente peor que lo bueno que llegaría a través de una
alternativa de cambio madurada entre muchos.
También es mentira
que todos los políticos sean iguales. En muchos casos son escandalosamente
desiguales. Les diferencia ya a primera vista la gestión de las cosas, las
cosas, las cosas. La gestión no es nunca neutral; siempre se gestiona para algo
y para alguien, puede ser Blasillo o Don Mengano. Si se gestiona bien para el uno, al otro le parecerá mal.
Y la libertad, lo
digo para concluir con el argumento, no es una película de celofana
transparente con reflejos tornasolados en la que uno se envuelve para pedir el
voto en esos actos públicos que, como también ha señalado Ayuso en un descuido
con el micro abierto, “son un plomo”.
La libertad es algo
sustantivo, o bien no es nada. Y como hizo notar hace ya muchos años Rosa
Luxemburgo, la libertad que realmente importa es la de quienes no piensan como
nosotros. Eso no quiere decir favorecerles, sino simplemente escucharles y tenerles en cuenta.