lunes, 3 de mayo de 2021

LIBERTAD EN CELOFANA

 


Ayuso en pleno plomo, envuelta en celofana.

 

La campaña electoral de las derechas madrileñas se ha desarrollado según los usos más reputados de los másters de mercadotecnia; es decir, mediante un esfuerzo de persuasión dirigido a inculcar la idea de que con tu voto a una opción política bastante cutre, estás en realidad comprando otra cosa.

Ya sabes, te venden un piso desastrado con el señuelo de que está en una urbanización de alto estanding, y en el super de la otra esquina puedes encontrarte una mañana cualquiera a Chenoa. La mecánica del coche que te ofrecen rebajado es dudosa, pero la marca dará envidia a los vecinos; la espuma de afeitar mentolada de oferta te proporcionará ligues virtuales inolvidables con muchachas en flor que revolotean a la espera de un aroma que despierte sus sentidos; y con el caldo de ave encapsulado te sentirás todo un Arguiñano al ponerte un mandil y entrar en tu cocina donde, por cierto, la batidora con tres marchas y cinco funciones te la recomendaron en un masterchef.

El principio rector de la campaña ha sido que una buena publicidad suficientemente invasiva es capaz de vender cualquier cosa. No era una bravata, lo están haciendo: pintan a Ayuso como la lideresa del siglo XXI, y no es más que un subproducto de desecho de laboratorio.

Por ahí van los tiros: Madrid no es Madrid sino ¡España!, y la porfía en la CAM no es con Gabilondo sino con Pedro Sánchez.

De qué.

Y eso es solo el principio, el voto se traslada asimismo a territorios más trascendentes, donde se decide la vieja contienda entre la democracia y la libertad. Ayuso ha insistido en que se puede tener democracia sin libertad y también, mutatis mutandis, libertad sin democracia (?), y es más importante lo segundo que lo primero. Almeida ha remachado el clavo sosteniendo que vale, somos unos fascistas pero sabemos gestionar mejor que nadie. Bea Fanjul, presidenta de las Nuevas Generaciones madrileñas del PP, lo ha arreglado precisando que Ayuso es lo malo conocido, siempre preferible a lo bueno por conocer.

Los tres discursos llevan incorporada de serie una mentira. Primero, porque si falta la democracia, la "libertad" que se apropian unos siempre la consiguen aplastando las libertades de otros. Segundo, porque la forma fascista de gestionar los intereses de una comunidad es una forma sesgada, dirigida a acentuar las carencias de unos y los privilegios de otros. Tercero, porque lo malo conocido puede ser infinitamente peor que lo bueno que llegaría a través de una alternativa de cambio madurada entre muchos.

También es mentira que todos los políticos sean iguales. En muchos casos son escandalosamente desiguales. Les diferencia ya a primera vista la gestión de las cosas, las cosas, las cosas. La gestión no es nunca neutral; siempre se gestiona para algo y para alguien, puede ser Blasillo o Don Mengano. Si se gestiona bien para el uno, al otro le parecerá mal.

Y la libertad, lo digo para concluir con el argumento, no es una película de celofana transparente con reflejos tornasolados en la que uno se envuelve para pedir el voto en esos actos públicos que, como también ha señalado Ayuso en un descuido con el micro abierto, “son un plomo”.

La libertad es algo sustantivo, o bien no es nada. Y como hizo notar hace ya muchos años Rosa Luxemburgo, la libertad que realmente importa es la de quienes no piensan como nosotros. Eso no quiere decir favorecerles, sino simplemente escucharles y tenerles en cuenta.