La Santa Compaña (fuente, TourGalicia)
Podría yo intentar
argumentar la conveniencia (ojo, no la necesidad) del indulto a los condenados
del procès catalán, pero no lo haría
mejor que, por orden de aparición en mi pantalla, José Luis López Bulla,
Enrique Lillo y Antonio Baylos en un pas
à deux, y finalmente Albert Recio. Lo que ellos han escrito, lo suscribo de
muy buena gana. Quiero subrayar que se trata de personas que no se han
distinguido precisamente por su benevolencia hacia el independentismo catalán.
Todo lo contrario. Es también mi caso, por si hacía falta aclararlo.
Comento, pues, únicamente
dos cuestiones incidentales sobre el tema. Una es la objeción de la cautela, repetidamente
formulada a lo largo del día de ayer, desde posiciones de izquierda. A saber,
el indulto pone un arma muy potente en manos de la derecha y la ultraderecha, y
Sánchez podría verse descabalgado del gobierno por un rebote violento del que
formaría parte el “fuego amigo” de los González, Bono, Page o Susana.
Cierto, en ese peligro
estamos desde la mismísima moción de censura. El Covid provocó un meneo
grandísimo en favor de una Gran Coalición (PSOE “clásico” más PP), o
alternativamente de un gobierno neutral “de sabios” que se planteara como único
objetivo arreglar los destrozos más importantes en la economía (en el PIB,
diríamos mejor, que no es la economía sino un subproducto adulterado de la
misma), para de inmediato convocar nuevas elecciones. Superado aquel primer brote
de pánico, que afectó incluso a algunos primeros espadas de la izquierda
plural, entramos en una fase distinta, que no ha sido precisamente de
apaciguamiento. Se nos ha ido a su casa un vicepresidente particularmente combativo,
debido a las quemaduras de tercer grado provocadas por una sobreexposición a
toda clase de trápalas y juego sucio por parte de la oposición abierta o
emboscada; y ahora mismo tenemos a la vicepresidenta que le sucedió, en reposo
forzoso por prescripción médica, sin duda debido a motivos muy parecidos. La
cautela en el tema de los indultos no supondría, en mi opinión, ninguna tregua
en la rabiosa ofensiva por el poder político de la derecha establecida más la
ultraderecha. Y la retirada de la propuesta pondría asimismo un nuevo argumento
en sus manos: “¡Duro ahí, que ya ceden!”
En todo este asunto está
teniendo un protagonismo desmedido y nefasto el poder judicial. Primero, Pablo
Casado advirtió de que con indulto no habría consenso para la renovación del
CGPJ. Es decir, el ejercicio de una potestad perfectamente constitucional del
gobierno acarrearía un nuevo incumplimiento de su obligación constitucional por
parte del primer partido de la oposición. Asombroso. Pero luego, además (“para
más inri”, como decía mi madre), el propio poder judicial se ha pronunciado,
sin corresponderle hacerlo, en favor de quien quebranta la Constitución y en
contra de quien la cumple.
Con un par. No es la
reforma de la Constitución lo más urgente en este momento (acabaría como el
legendario rosario de la aurora), sino la reforma del poder judicial y de los
procedimientos legales para su elección.
Los jueces están saliendo
en procesión, como la Santa Compaña en sus cabalgatas nocturnas por los bosques
celtas, para meter el miedo en el cuerpo de los pecadores.
No es la primera vez que
lo hacen. Estas ánimas del purgatorio democrático son fastidiosamente
prepotentes. Y volverán a hacerlo, ellos también. No lo duden.