V. Carpaccio, ‘Retrato de caballero’.
Madrid, Museo Thyssen.
Se ha procedido a la
limpieza del cuadro del Joven Caballero, de Vittore Carpaccio, una de las joyas
de la Colección Thyssen, y al hilo de esa noticia leo en La Vanguardia el
afianzamiento de una nueva hipótesis sobre la identidad del retratado. No sería
Francesco Maria della Rovere, como habían deducido algunos expertos a partir de
los colores papales del uniforme del hombre que sale, a caballo y empuñando una
lanza, del edificio de la izquierda. Se trataría en cambio de Marco Gabriel o
Gabrielli, que defendió la fortaleza de Modona, en la Morea, contra los turcos,
y allí fue hecho prisionero, llevado a Estambul cargado de cadenas, y ejecutado
públicamente en 1501.
La historia del arte tiene
estas incógnitas. El retratado pudo ser el uno (Francesco tenía 20 años en
1510, año en el que está datado el cuadro, de modo que todo concordaría… si la
pintura fuese un simple retrato, cuestión más ardua de lo que puede parecer), o
bien el otro (los Gabrielli habrían encargado al artista un monumento
reparativo; Marco había sido tachado de cobardía, sin más argumento que haber
sido atrapado vivo por el enemigo, y en un papelito dejado al desgaire entre
las matas, hacia la izquierda de la composición, cerca de un armiño altamente
simbólico, aparece escrita la frase «Malo mori quam foedari», traducible como “Mejor
morir que corromperse”).
O bien, finalmente, el
retrato podría estar dedicado a una tercera persona. Bernard Berenson creía
estar delante de un joven noble de la casa de Habsburgo, y Guido Perocco, autor
del aparato crítico del volumen sobre Carpaccio que manejo, prefiere pensar en “una
efigie póstuma e idealizada del humanista Ermolao Barbaro, muerto en 1493”; si
bien no da razones que abonen su suposición.
El joven, recubierto de una
armadura completa aunque sin yelmo, tira de espada. En torno a él, el artista
ha pintado animales y plantas que tienen el valor de símbolos, relacionados en
general con la fe, la fortaleza, la pureza y la fidelidad. Algunos de esos símbolos
requieren una interpretación compleja: por ejemplo el combate entre el halcón y
la grulla, en el cielo, a la izquierda; o los dos árboles, uno desnudo de
follaje, que enmarca la figura del joven, y el otro en segundo plano, bien
recubierto de hojas.
Al fondo, a la izquierda,
aparece la entrada a una fortaleza almenada. La muralla, con varias torres de
defensa, sigue la línea costera. Methoni, la “Modona” asediada que defendió con
nula fortuna Marco Gabrielli, no se parece mucho a las arquitecturas que aquí aparecen,
pero es de suponer que quienes contrataron la pintura darían al artista una
descripción muy sumaria, y él no se entretuvo en hacer el viaje a la Morea
otomana para captar los “exteriores”.
De modo que puede tratarse
de Marco Gabrielli, y la composición puede aludir a la defensa de Methoni, un
lugar digno de ser visitado, al sur de Pilos, en la punta del dedo más
occidental del Peloponeso.
Estuvimos allí en 2010. La
fortaleza en ruinas cubre una gran extensión de terreno frente a un brazo de
mar que la separa de la isla de Sapiéndza (la nomenclatura es claramente veneciana,
la arquitectura también). La visita del monumento concluía a las seis de la
tarde, y como al salir nosotros estaban ya a punto de echar el cerrojo,
avisamos al guardia de que quedaban dentro dos damas, posiblemente inglesas y
decididamente románticas, que se habían sentado a mojarse los pies en un
escollo a flor de agua, y no nos hicieron el menor caso cuando les avisamos de
que se estaba haciendo tarde.
Cenamos en una taberna pintada
de azul y blanco, a no más de cincuenta metros de la fortaleza y junto a la
playa, unos suvlakis (pinchos) de
pescado deliciosos. No teníamos entonces idea de estar visitando el escenario
de la aventura heroica pero fallida del joven Marco Gabriel.
En la playa de Methoni. Al fondo, la
línea de la fortaleza; a la izquierda, la isla de Sapiéndza.