La juventud europea se derechiza, según se
señala en un artículo de La Vanguardia que comenta, en su blog de culto y con
su profundidad habitual, José Luis López Bulla (1).
Los/las jóvenes tienden a mimetizarse con el entorno.
Sería entonces más justo señalar que es Europa la que tiende a derechizarse de
una manera preocupante. Hay remedios y antídotos patentados para sanar esa enfermedad
general, que está llevando a un cierto acomodo de las perspectivas de las
personas (jóvenes y no tan jóvenes), combinado con una pérdida neta de
conciencia colectiva.
Pérdida de conciencia de clase, por supuesto y
en primer lugar, porque el trabajo ha dejado de ser un vínculo fuerte entre las
personas sujetas a unas mismas condiciones laborales para la producción conjunta
de unos mismos bienes o servicios. Se han fragmentado los procesos productivos;
se han externalizado fases enteras de los mismos; se han multiplicado la lejanía
de los lugares de trabajo entre sí, más la división de las tareas, sus
condiciones y sus retribuciones; y se ha sometido todo ese conjunto marcado por
la desigualdad entre los participantes, a un control y una exigencia individual
crueles, mediante dispositivos informáticos imposibles de engañar ni de soslayar.
Todo ese tremendo seísmo en el sistema
productivo ha tenido consecuencias en las personas, por supuesto. Richard
Sennett lo ha explicado en un libro ya clásico, “La corrosión del carácter”.
Pero la marea individualista y la pérdida del
horizonte colectivo han llegado más lejos. Hoy existen, por poner un solo
ejemplo, no uno, sino varios feminismos, algunos en guerra entre sí. Mark Lilla
cita como síndrome agudo de esta situación el Manifiesto (1977) del colectivo
de mujeres lesbianas de color de Combahee River, que postulaba la
reivindicación exclusiva de su propia identidad (“lesbianas” y “de color”),
desvinculándose de cualquier solidaridad con las luchas feministas enfocadas
desde parámetros más generales.
Tampoco, fuerza es reconocerlo, existe un ideal
común de orden generacional, algo que agrupe a los jóvenes bajo una bandera,
como pudieron hacerlo en su momento la guerra de Vietnam (y la consiguiente recluta
de jóvenes varones estadounidenses) o, en un orden de cosas muy distinto, los
conciertos de los Beatles, o los Stones, u otros grupos musiqueros. Falta
incluso un lenguaje común, una jerga juvenil, que existía pero se ha ido
diluyendo en la medida en que los movimientos culturales juveniles han perdido
fuerza y representatividad.
La conciencia de las/los jóvenes se despierta
siempre “a la contra”. Esa cualidad general es nociva en particular en el
fenómeno del “botellón”, por ejemplo, objetivamente malsano a efectos de
difusión de virus, pero asumido colectivamente por muchos jóvenes como un
símbolo de “libertad” frente a las trabas “burocráticas” de una norma sanitaria
prudente.
Para mi generación, esa libertad viró de forma
drástica a la izquierda en la forma de oposición al franquismo. Las Comisiones
Obreras iniciales fuimos un movimiento sociopolítico esencialmente joven, nacido
en las fábricas y acompañado en las aulas por la lucha de las/los estudiantes
en las universidades franquistas. Un estudio dirigido por el historiador Javier
Tébar, “Resistencia ordinaria. La militancia y el antifranquismo catalán ante
el Tribunal de Orden Público (1963-1977)”, intenta poner cara y ojos a aquellos
“enemigos evidentes” del franquismo que nos constituimos en una movilización
permanente.
Los datos indican que éramos muy jóvenes.
Señala Nadia Varo Moral, en un capítulo de dicho estudio, que en las sentencias
del TOP (que en Cataluña afectaron a 8.068 hombres y 875 mujeres), «hubo un claro predominio de acusados entre
19 y 23 años, que representan el 39,99% del total. Las mujeres tendieron a ser
más jóvenes que los hombres, puesto que en el caso de ellas la edad media era
de 25,1 años, mientras que en el caso de los hombres era de 28,4 años.»
En cuanto a la militancia, los grupos más
numerosos fueron los correspondientes a CC.OO. (423), seguidos por el PSUC
(148). Por sectores económicos, encabezan la estadística los trabajadores del
Metal (313) y la Construcción (160). Los estudiantes represaliados fueron 412, destacando
porcentualmente las mujeres (35,29% del total) respecto de los hombres (21,05%).
No fuimos superhombres ni supermujeres.
Encontramos un espacio común de libertad que explorar juntos y juntas, e
interactuamos de todas las formas posibles, arramblando en el proceso con todos
nuestros prejuicios residuales, nuestra educación religiosa, nuestro machismo
explícito. Crecimos como personas en esa pelea. Ahora el mismo proceso podría
─debería─ repetirse. Mimbres hay, solo falta ponerse a hacer el cesto.
(1) http://lopezbulla.blogspot.com/2021/05/la-juventud-se-nos-va.html