La secuencia de renuncias Artadi
– Canadell – Rius ha dejado bastante clara la estrategia del Zorro del Desierto
Belga: dado que era imposible torpedear la investidura, el objetivo pasa a ser
minimizar su importancia. El cargo de president, tenido hasta el presente como metro
de platino iridiado de la legitimidad histórica, ha pasado “en horas
veinticuatro” a ser devaluado y desvestido, por así decirlo, de la túnica sin
costura cuyo resplandor sobrenatural lo cubría. Junts aportará al govern de
Aragonés consellers de segunda fila, independientes reclutados vía contrato
temporal posiblemente en una ETT. Mientras, por los callejones se murmura sobre
Jordi Sánchez, vendido a Junqueras por treinta monedas, y en la CUP tuercen el
gesto porque el conseller Jaume Girò les parece demasiado de derechas. ¿Se ha
caído del guindo de pronto Pau Juvillà, secretario tercero de la Mesa del
Parlament? No, no lo parece. Los chicos de la CUP siguen montados en el guindo
y aferrados sólidamente a la rama que les sostiene en el aire. Su percepción
respecto del hombre de la Caixa y Repsol les viene remitida directamente desde
Waterloo, cuyo inquilino no es precisamente un ejemplar de la izquierda
irredenta.
Estamos como antes. “Come
prima”, cantaba Toni Dallara, un “urlatore”, y los adolescentes de la época,
poco versados en latines, creíamos que estaba invitando a su prima a probar
algún bocado delicioso.
Junts se afana entonces en
una labor de fontanería: desguace del governet de la Generalitat, antes tenido
por el no va más, y sustitución en el sancta sanctórum del Templo por un
Consell per la República neblinoso y sin encaje en ningún ámbito institucional
conocido ni por conocer, pero con la ventaja insustituible de su fidelidad
inquebrantable al maestro armero.
Hablemos un poco más de
fidelidad. Elsa Artadi ha demostrado tener dicha virtud en un grado heroico y,
como se dice en los repartos de medallas militares en las películas yanquis,
«más allá del sentimiento del deber». Dirigir la economía y las finanzas de
Cataluña era su sueño dorado desde que lo probó a las órdenes de Soraya Sáenz
de Santamaría con gran satisfacción por ambas partes. Esta era su ocasión
soñada de reivindicarse, su Gran Bola de Fuego como lo habría dicho Jerry Lee
Lewis, otro rockero de la época de Dallara.
Cuentan las crónicas de la
verdad oculta que su renuncia fue consecuencia de una larga conversación confidencial
con Oncle Charles en Waterloo. Mucho debió de bregar el Gran Timonel para
convencer a la neófita de que había de renunciar a su sueño, con sus galas, sus
alfombras rojas, sus obras y sus pompas. Mucho tiene que haberle prometido y
muy difícil va a ser que esté en condiciones de cumplirlo. Será en definitiva un
impagado más en el largo rosario de deudas incobrables del Houdini de nuestro
tiempo.