lunes, 8 de agosto de 2016

GOLPE DE PIOLET


Operación Presidente (5)


– Eso del polo Norte es muy bonito, sí, pero no han caído ustedes en la cuenta de un problema grave, y es que el polo Sur también se calienta. ¿Entonces, qué? – argumentó a bote pronto Mariano Rajoy, sentado en la inmensa poltrona colocada delante del escritorio de su despacho de Génova. Por el ventanal se veían el monumento a Colón, la esquina del edificio de la Biblioteca Nacional y el espeso tráfico mañanero madrileño. Yo estaba sentado delante de él, provisto de unos folios con membrete de la Comisión Europea que me había pasado Soraya minutos antes. A mi lado, envuelto en una gabardina absolutamente inútil en aquella mañana soleada y bochornosa, descansaba el piolet. Mi explicación sobre el calentamiento del polo Norte había sido rudimentaria y contradictoria desde varios puntos de vista, pero no supe hacer nada mejor después de leer en diagonal y en menos de un minuto los once folios suministrados por la vicepresidenta. Rajoy no podía ofrecerme más que una entrevista brevísima; aquella mañana tenía aún pendiente la lectura del Marca.
– ¿Es una alcachofa lo que tiene colocado sobre el escritorio, a mano derecha, señor Rajoy? – contraataqué yo, poco dispuesto a verme enredado en una discusión sobre el calentamiento desequilibrado de ambos polos.
– Una alcachofa, sí. ¿No es hermosa? Observe los distintos tonos de verde, la pujanza del tallo, la consistencia de la envoltura exterior. Podría estar presidiendo el almuerzo de una familia de Wisconsin o de Illinois, solo pensarlo me da escalofríos acerca de nuestra importancia. Esta es una alcachofa española, señor Mercader; muy española y mucho española.
Soraya me había presentado, a indicación mía, como don Príapo Mercader, experto canadiense en problemas de calentamiento polar. Hubo un momento de tensión cuando intenté dar la mano al presidente en funciones y él me hizo la cobra. «¿No nos hemos visto ya antes?», preguntó, y Soraya y yo nos echamos a temblar. Pero Mariano continuó como si tal cosa: «Cristiano, Bale y Griezman finalistas del premio de la UEFA, qué le parece. Magnífico, ¿no? De uno u otro modo todo quedará en casa. Estoy impaciente por saber quién ganará, sin embargo. Cristiano debería tener la mayoría absoluta, en mi opinión. Tome asiento, don Príapo. Zoraida, ocúpate de que nos sirvan un cafelito, yo a estas horas sin un café doble y el Marca del día no soy nadie.»
Soraya nos había dejado solos con un bufido de indignación aparatoso y un suspiro contenido de esperanza. Trajeron los cafés y Mariano echó un vistazo a la portada del Marca, pero todos los indicios mostraron que seguía sin ser alguien.
– ¿Me permite observar más de cerca este magnífico ejemplar de alcachofa, señor presidente? – pregunté al tiempo que me ponía en pie, ocultando con el cuerpo el objeto envuelto en la gabardina, y empezaba a trazar un recorrido en semicírculo con el fin de colocarme en posición posterior a la poltrona de Mariano.
– Señor presidente en funciones – puntualizó Mariano.
– En funciones. La alcachofa española es una opción económica firme, al alza en los mercados globales – comenté en tono voluble mientras buscaba la mejor posición para golpear y empuñaba con fuerza el piolet, liberado ya del disfraz de la gabardina.
– ¿Y la europea? – preguntó Mariano, obviamente distraído en la lectura de los titulares del Marca desplegado en su escritorio.
Alcé el arma justiciera por encima de mi cabeza, y golpeé con todas mis fuerzas de arriba abajo. El piolet atravesó sin encontrar resistencia la cabeza de Mariano y se incrustó con un chasquido en la parte superior del respaldo de la poltrona. Mariano siguió leyendo con calma el Marca, y repitió ampliada su última pregunta:
– La europea, don Príapo. ¿Qué puede decirme de la alcachofa europea?
No le contesté. Mi desconcierto era total, y el corazón se me había disparado. El despacho entero, y en particular el respaldo de la butaca hendido por el piolet, daban vueltas en un baile enloquecido en mi cabeza.
Reaccioné, y corrí a la puerta detrás de la cual esperaban con disimulo mi señal Soraya, Cristóbal y Jorge. La entreabrí, les hice seña de que entraran, cerré con pestillo en cuanto lo hubieron hecho, y les mostré a Mariano leyendo la prensa, con la alcachofa a un lado, el cafelito al otro, y el piolet profundamente clavado en el respaldo del sillón.
– No es Mariano, es su holograma – expliqué, sin aliento –. Por eso me hizo la cobra antes, cuando quise darle la mano.
El holograma de Mariano se rascó la barba. Soraya lo miraba fascinada. Finalmente dijo:
– Alguien se nos ha anticipado. Y lo que es peor, ese alguien nos está observando en este mismo momento. Vámonos de aquí. Reunión extraordinaria del comité de conjura en diez minutos en el despacho de Fernan.
Descorrí el pestillo. Salimos los cuatro al pasillo y nos dispersamos para no llamar la atención. Tarea inútil; en Génova nadie presta atención a Mariano, ni a su despacho, ni a lo que sucede dentro. Antes de alejarnos, aún pudimos escuchar su vocecilla nasal que aseguraba:
– Es el alcalde el que elige a los vecinos el alcalde.
Salí del edificio de Génova y bajé hacia Castellana presa del pánico. Había dejado en el lugar del crimen virtual el arma homicida con mis huellas dactilares, la gabardina, y sin la menor duda muestras abundantes de mi ADN repartidas por todas partes, incluso en la alcachofa. Estaba perdido. Solo a partir de una segunda reflexión me di cuenta de que quienes controlaban el holograma de Mariano no podían actuar abiertamente contra nosotros. O bien se habían deshecho ellos mismos del presidente, o lo tenían secuestrado en algún lugar seguro. Pero la esencia de su plan, fuera este el que fuere, consistía en disimular por cualquier medio la ausencia del Mariano físico, del Mariano personalmente de persona, como lo habría expresado Catarella. No podían vocear a los cuatro vientos «¡Han atentado contra el presidente!», mientras no estuvieran ellos mismos en condiciones de presentar en público al presidente y explicar de forma convincente qué habían estado haciendo con él.
Tranquilizado de forma parcial en cuanto al futuro inmediato, crucé pisando fuerte y con chulería por debajo del arco detector de metales del Ministerio del Interior.
 
(1) El lector encontrará los episodios anteriores de este thriller apasionante en: