Operación Presidente (5)
– Eso del polo
Norte es muy bonito, sí, pero no han caído ustedes en la cuenta de un problema
grave, y es que el polo Sur también se calienta. ¿Entonces, qué? – argumentó a
bote pronto Mariano Rajoy, sentado en la inmensa poltrona colocada delante del
escritorio de su despacho de Génova. Por el ventanal se veían el monumento a
Colón, la esquina del edificio de la Biblioteca Nacional y el espeso tráfico
mañanero madrileño. Yo estaba sentado delante de él, provisto de unos folios
con membrete de la Comisión Europea que me había pasado Soraya minutos antes. A
mi lado, envuelto en una gabardina absolutamente inútil en aquella mañana
soleada y bochornosa, descansaba el piolet. Mi explicación sobre el
calentamiento del polo Norte había sido rudimentaria y contradictoria desde
varios puntos de vista, pero no supe hacer nada mejor después de leer en
diagonal y en menos de un minuto los once folios suministrados por la
vicepresidenta. Rajoy no podía ofrecerme más que una entrevista brevísima;
aquella mañana tenía aún pendiente la lectura del Marca.
– ¿Es una alcachofa
lo que tiene colocado sobre el escritorio, a mano derecha, señor Rajoy? –
contraataqué yo, poco dispuesto a verme enredado en una discusión sobre el
calentamiento desequilibrado de ambos polos.
– Una alcachofa,
sí. ¿No es hermosa? Observe los distintos tonos de verde, la pujanza del tallo,
la consistencia de la envoltura exterior. Podría estar presidiendo el almuerzo
de una familia de Wisconsin o de Illinois, solo pensarlo me da escalofríos
acerca de nuestra importancia. Esta es una alcachofa española, señor Mercader;
muy española y mucho española.
Soraya me había
presentado, a indicación mía, como don Príapo Mercader, experto canadiense en
problemas de calentamiento polar. Hubo un momento de tensión cuando intenté dar
la mano al presidente en funciones y él me hizo la cobra. «¿No nos hemos visto ya
antes?», preguntó, y Soraya y yo nos echamos a temblar. Pero Mariano continuó
como si tal cosa: «Cristiano, Bale y Griezman finalistas del premio de la UEFA,
qué le parece. Magnífico, ¿no? De uno u otro modo todo quedará en casa. Estoy
impaciente por saber quién ganará, sin embargo. Cristiano debería tener la
mayoría absoluta, en mi opinión. Tome asiento, don Príapo. Zoraida, ocúpate de
que nos sirvan un cafelito, yo a estas horas sin un café doble y el Marca del
día no soy nadie.»
Soraya nos había
dejado solos con un bufido de indignación aparatoso y un suspiro contenido de
esperanza. Trajeron los cafés y Mariano echó un vistazo a la portada del Marca,
pero todos los indicios mostraron que seguía sin ser alguien.
– ¿Me permite
observar más de cerca este magnífico ejemplar de alcachofa, señor presidente? –
pregunté al tiempo que me ponía en pie, ocultando con el cuerpo el objeto
envuelto en la gabardina, y empezaba a trazar un recorrido en semicírculo con
el fin de colocarme en posición posterior a la poltrona de Mariano.
– Señor presidente
en funciones – puntualizó Mariano.
– En funciones. La
alcachofa española es una opción económica firme, al alza en los mercados
globales – comenté en tono voluble mientras buscaba la mejor posición para
golpear y empuñaba con fuerza el piolet, liberado ya del disfraz de la
gabardina.
– ¿Y la europea? –
preguntó Mariano, obviamente distraído en la lectura de los titulares del Marca
desplegado en su escritorio.
Alcé el arma
justiciera por encima de mi cabeza, y golpeé con todas mis fuerzas de arriba
abajo. El piolet atravesó sin encontrar resistencia la cabeza de Mariano y se
incrustó con un chasquido en la parte superior del respaldo de la poltrona.
Mariano siguió leyendo con calma el Marca, y repitió ampliada su última
pregunta:
– La europea, don
Príapo. ¿Qué puede decirme de la alcachofa europea?
No le contesté. Mi
desconcierto era total, y el corazón se me había disparado. El despacho entero,
y en particular el respaldo de la butaca hendido por el piolet, daban vueltas
en un baile enloquecido en mi cabeza.
Reaccioné, y corrí
a la puerta detrás de la cual esperaban con disimulo mi señal Soraya, Cristóbal
y Jorge. La entreabrí, les hice seña de que entraran, cerré con pestillo en cuanto
lo hubieron hecho, y les mostré a Mariano leyendo la prensa, con la alcachofa a
un lado, el cafelito al otro, y el piolet profundamente clavado en el respaldo
del sillón.
– No es Mariano, es
su holograma – expliqué, sin aliento –. Por eso me hizo la cobra antes, cuando
quise darle la mano.
El holograma de
Mariano se rascó la barba. Soraya lo miraba fascinada. Finalmente dijo:
– Alguien se nos ha
anticipado. Y lo que es peor, ese alguien nos está observando en este mismo momento.
Vámonos de aquí. Reunión extraordinaria del comité de conjura en diez minutos
en el despacho de Fernan.
Descorrí el
pestillo. Salimos los cuatro al pasillo y nos dispersamos para no llamar la
atención. Tarea inútil; en Génova nadie presta atención a Mariano, ni a su
despacho, ni a lo que sucede dentro. Antes de alejarnos, aún pudimos escuchar
su vocecilla nasal que aseguraba:
– Es el alcalde el
que elige a los vecinos el alcalde.
Salí del edificio
de Génova y bajé hacia Castellana presa del pánico. Había dejado en el lugar
del crimen virtual el arma homicida con mis huellas dactilares, la gabardina, y sin la
menor duda muestras abundantes de mi ADN repartidas por todas partes, incluso
en la alcachofa. Estaba perdido. Solo a partir de una segunda reflexión me di
cuenta de que quienes controlaban el holograma de Mariano no podían actuar
abiertamente contra nosotros. O bien se habían deshecho ellos mismos del
presidente, o lo tenían secuestrado en algún lugar seguro. Pero la esencia de
su plan, fuera este el que fuere, consistía en disimular por cualquier medio la
ausencia del Mariano físico, del Mariano personalmente de persona, como lo
habría expresado Catarella. No podían vocear a los cuatro vientos «¡Han
atentado contra el presidente!», mientras no estuvieran ellos mismos en
condiciones de presentar en público al presidente y explicar de forma convincente
qué habían estado haciendo con él.
Tranquilizado de
forma parcial en cuanto al futuro inmediato, crucé pisando fuerte y con
chulería por debajo del arco detector de metales del Ministerio del Interior.
(1) El lector
encontrará los episodios anteriores de este thriller apasionante en: