Operación Presidente. Cap. 1 (1)
– Sin rencores,
herr Gottráiguetz – me dijo Angela Merkel a modo de saludo, desde la pantalla
del televisor situado en el Hogar de la Tercera Edad de Sant Pol de Mar. Yo
había tenido que pedir aplazamiento en una muy ventajosa partida de garrafina
con unos colegas, a fin de atender a la videoconferencia urgente y privada que
ella había reclamado desde su despacho oficial en Berlín. Las monitoras del
Hogar me instalaron para los efectos en una de las cabinas privadas en las que
los socios podemos, a cambio de un moderado incremento de la cuota de admisión,
disfrutar de las cochinadas estereotipadas de las webs porno para abuelitos.
– Sin rencores,
cancillera, me lo ha quitado usted de la boca– repuse, galante. Angela y yo
habíamos tenido algunas diferencias de apreciación el verano pasado, cuando me
inicié de forma prometedora en la digna profesión de chivo expiatorio, con el
difícil caso de la desaparición de las joyas de Lagarde, tal y como ha quedado
relatado en otro lugar de este blog (2).
– Ha sido Wolfi
quien ha pensado en usted, ¿se acuerda de Wolfi?
Con aquel
diminutivo ridículo Angela se estaba refiriendo a Wolfgang Schäuble, su
ministro de Finanzas.
– Imposible
olvidarlo, cancillera – declaré yo con total sinceridad.
– Habríamos
recurrido de preferencia a 007, no se lo oculto, herr Gottráiguetz.
Lamentablemente – aquí suspiró de una forma muy pasional y muy alemana, tal y como
imagino yo que haría Franz Schubert al acabar de componer su Winterreise –, Bond ya no es uno de los
nuestros. ¿Está usted enterado del Brexit, supongo?
– Lo estoy,
cancillera.
– Yo aquí charlando
y charlando sin ton ni son, qué cabeza la mía. Para abreviar, Wolfi me dice:
“La situación es crítica, Angie. Si queremos evitar que el barco se hunda,
necesitaremos, aun a costa de taparnos las narices, algún aliado en la pocilga
del Sur.” ¿Le ofende lo de la pocilga, tal vez?
– En absoluto,
cancillera. Yo mismo no lo habría definido mejor.
– Ah, bien. “¿Por
qué no recurrir a ese chivo expiatorio tan elogiado por el FMI?”, que me dice
Wolfi. “Era un comemierda, pero no del todo tonto.” ¿Le ofende lo de
“comemierda”, herr Gottráiguetz?
– Ahora mismo estaba
picoteando una ración de patatas bravas especialidad de la casa, cancillera,
mientras jugaba una partida de garrafina con los amigos. No me cuenta usted
nada nuevo.
– Ah, bien.
Entonces, ¿acepta el trato?
– ¿Qué trato,
cancillera, si no es impertinencia preguntarlo?
– Cinco millones de
euros libres de impuestos, en una cuenta offshore
en un bufete discreto de Panamá City, a nombre de una sociedad ficticia de la
que usted será administrador único. Dietas de viaje aparte, y facturas de
restaurantes de hasta cinco tenedores incluidas. Bellas azafatas de compañía,
hasta tres al día. Entradas de fútbol gratis en el palco VIP del Santiago
Bernabéu. ¿Le parece bien, herr Gottráiguetz?
– Falta un detalle,
cancillera.
– No se me ocurre
cuál.
– ¿Qué tendría que
hacer yo?
– Ah, eso. Nada de
particular. Solo tiene que convencer a Mariano Rajoy de que se retire de la
política. “Tortas y pan pintado”, como dicen ustedes en la lección quinta del
tercer curso de español para principiantes, que he consultado hace unos minutos
para preparar esta entrevista. De lo demás ya nos encargaremos nosotros.
Noté el chasquido
de la adrenalina al retirarse brusca y repentinamente de las venas por las que había
estado avanzando impetuosa. Me sentí miserable.
– ¿Confía usted en
que un comemierda como yo conseguirá convencer de que se retire a un político triunfador
y eufórico, en la flor de la edad y en el ápice de una brillante carrera? –
pregunté. Era, no hace falta insistir en ello, una pregunta retórica.
– Mi íntima amiga Christine
Lagarde nos asegura que es usted lo mejor de lo mejor, el no va más, la
solución definitiva a nuestros problemas de halitosis.
– ¿Y usted,
perdone, se lo ha creído?
– No estoy en
condiciones de llevarle la contraria a la puta bruja. Así la zurzan con ese
asunto de Tapie. Esto se lo digo off the record, herr Gottráiguetz. Impóngase a
sí mismo la discreción más absoluta al respecto. Ahora que ha aceptado el
encargo…
– No he aceptado
aún – puntualicé.
– Ni falta que
hace, pringao. ¿No hemos empezado diciendo que “sin rencores”? Pues no me haga
enfadar otra vez, porque si me anda buscando, herr Gottráiguetz, le aseguro que
me va a encontrar. ¿Estamos? Mueva el culo de una vez, pardillo.
Aquello me ofendió
hasta la raíz última de mi dignidad. No niego que su oferta era tentadora, pero
yo no he caído tan bajo como para aceptar cualquier humillación.
– O retira eso de
“pardillo”, o no hay trato – dije con firmeza. Lo dije en serio.
– Retirado, cacho
bolo. ¿Algo más?
– Las entradas de
palco, que sean en el Nou Camp. Las bellas azafatas de compañía, desearía
cambiarlas por visitas gratuitas al Zoo de Barcelona y a las Atracciones del
Tibidabo. ¿Es posible?
– No. Esto es un
pack cerrado. ¿Acepta de una vez?
– Qué remedio. Pero
no puedo prometerle nada.
Angie pulsó un
botón de su mando a distancia y la pantalla quedó en negro. Las desgracias
nunca vienen solas: acabé por perder la partida de garrafina y hube de pagar la
consumición de las patatas bravas.
(1) Al encontrarse el usufructuario habitual de este blog en paradero desconocido, y haber recibido los administradores del mismo el texto que se inserta, más el anuncio de nuevos envíos para completar la crónica de una así llamada “Operación Presidente”, queremos poner en guardia al lector habitual de este sitio normalmente serio y ponderado. Si tiene dudas razonables acerca de que la publicación de hoy y las venideras sean obra de un troll informático, cese de inmediato la lectura y zapee en busca de otro sitio más seguro. Gracias.
(2) El lector
curioso encontrará la citada odisea, capítulo por capítulo, en:
http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/spleen-e-ideal.htmlhttp://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/art-deco.html
http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/sunset-boulevard.html