viernes, 12 de agosto de 2016

EMPRENDEDORES SIN EMPRESA


Viene a ser que más de la mitad de las empresas del país no tienen trabajadores asalariados. Así lo certifica el Dirce (Directorio central de empresas): sobre un total de 3.236.582 empresas censadas en España, un 55,3% (en números crudos 1.791.909 unidades) están consignadas en el epígrafe “sin asalariados”.
Desde luego, las cifras tienen solo un valor indicativo. A pesar de que la doctrina de la derecha apostólica establece que las peras son peras y las manzanas son manzanas, eso no es del todo cierto en el terreno de la economía y de la estadística. Hay empresas que no son empresas. La mayor precisión que se puede emplear respecto de ellas es decir que son tapaderas. ¿Tapaderas de qué? Ahí la picaresca es tan extensa y variopinta como la imaginación humana. Lo normal es que la intención de quien crea un fantasma jurídico bajo el pabellón honorable de una “empresa legal” (nada que ver con lo que nuestros abuelos solían llamar con ese nombre), sea evadir impuestos; pero no se puede excluir de antemano otros móviles y objetivos más tortuosos.
Luego están las microempresas que funcionan amparadas en la bandera del cooperativismo voluntario o forzoso, y los one man’s show, las situaciones individuales en las que una persona tira por la calle de en medio con una de dos coberturas jurídicas alternativas: la de autónomo, que supone una dura intemperie en casi todo lo relacionado con la prevención de riesgos y con los derechos de índole económica; y la de emprendedor, que proporciona un cobijo algo superior, a cambio de unas obligaciones administrativas más prolijas.
El repunte del empleo a partir de marzo de 2014, que marcó el punto crítico en el proceso de destrucción de puestos de trabajo, se debe sobre todo al autoempleo en las diversas formas que quedan expuestas: autónomos, microempresas y pequeñas cooperativas que funcionan en el límite de la supervivencia, o incluso un poco por debajo. Son datos del INE, no apreciaciones subjetivas mías. No existe desde 2014 una mejoría estricta de la economía sino una adaptación progresiva de la precariedad a nuevas figuras jurídicas. Lo que antes estaba sumergido, ahora aflora bajo diferentes vestiduras o disfraces.
La empresa tradicional se aprovecha de este tirón, desde luego; pero bajo su propio enfoque. La EPA no posee instrumentos de análisis lo bastante finos para detectar cuántos trabajadores formalmente “autónomos” o formalmente “empresas” son en realidad dependientes, es decir, personas que trabajan sometidas a las normas habituales de la subordinación y la heterodirección. En su esfuerzo por maximizar los beneficios y externalizar los costos, los patronos auténticos utilizan aquellas fórmulas jurídicas que les permiten eludir el pago de la seguridad social de tantos “colaboradores” remunerados como utilizan a diario. Ya no extienden un contrato laboral a un trabajador, sino que firman un acuerdo comercial con una empresa compuesta por un único emprendedor, que vende en el mercado su fuerza de trabajo sin adquirir por ello ningún derecho ni prestación compensatoria. Los riesgos habituales y previsibles de enfermedad, accidente (por cierto, los accidentes laborales están creciendo estadísticamente más que el empleo), natalidad y otros, que antes se “aseguraban” o se compensaban en el marco del contrato mismo de trabajo, corren ahora por cuenta del “microempresario”. El dador real de trabajo, la punta de la cadena de valor que se establece en el proceso complejo de producción, ese se va de rositas.