Se publican unas
conferencias inéditas de Borges sobre el tango y sus orígenes. Inéditas en
cuanto al texto en sí, pero no tanto en lo que se refiere a los contenidos, según
me dice mi propia experiencia. Mi cuñado Bernardí, que siente una pasión
arrebatada por el tango, ya hace años me explicó que era un género musical
nacido para distraer a la clientela que aguardaba turno en el salón del
prostíbulo, a la espera de que quedasen libres Lupita o Dolores. Nada de raíces
telúricas, por tanto, ni de tristezas existenciales; los primeros tangos eran
alegres y gamberros, cosa de niños bien patoteros. Bernardí citó a Borges entre
sus fuentes, lo que significa, o bien que el renombrado autor habló en otras
ocasiones de la cuestión, o bien que sus conferencias trascendieron, no al pie
de la letra negro sobre blanco, pero sí en una transmisión fluida de boca a
oído, cosa nada excepcional puesto que lo mismo les había ocurrido ya muchos
siglos atrás a los poemas homéricos y al Cantar del Mío Cid.
Me tropecé por
primera vez con la palabra “patotero” hacia el año 1976, cuando trabajaba en Editorial
Planeta y Toto Charquero, compañero y gran amigo uruguayo, me dio a leer un
panfleto sobre la deplorable situación allá en el paisito. Empezaba así: «La
patota criminal arrasa la nación.» ¿Quién es la patota criminal?, le pregunté,
y él contestó: Los militares, claro. Después me explicó que patota, en su
sentido prístino, es un grupo de personas que van de a montón.
El Toto no me dijo
nada de la carancanfunca, sin embargo; una expresión que intrigó a Borges,
según se cuenta en las conferencias recién rescatadas del olvido. En un tango
antiguo, “El Choclo”, se emplea la palabra, y Borges le preguntó a Eduardo
Avellaneda qué era “carancanfunca”. Eduardo le respondió que significaba “el
estado de ánimo de un hombre que se siente carancanfunca”. Y cuando Borges le
comentó que la definición era perfectamente circular pero nada explicativa,
añadió a regañadientes: “bueno, con ganas de hacer barullo y romper faroles.”
Una línea roja
sutil enlaza entonces las tres realidades expresadas en tres palabras extrañas
para quienes hemos nacido ya desde tiempos remotos en este lado del charco:
patota, carancanfunca, tango. Luego Gardel añadió a la sustancia en bruto un
fundamento de guapeza y coraje, y universalizó un género que era de por sí
espumoso y efímero como cháchara de burdel. Al jazz le ocurrió lo mismo, en los
barrios bajos de Nueva Orleans. Primero apareció la patota de los puteros,
luego la patota de los académicos, y al final el reconocimiento universal de “Muskrat
Ramble” y de “Sola, fané y descangayada”. La música siempre ha tenido un
componente sensual y afrodisíaco. En Nápoles y en el siglo XVII las autoridades
eclesiásticas reclamaron que se prohibiera tocar la flauta a la hora de la
puesta del sol, porque la dulzura de su música producía una excitación
irrefrenable en las jovencitas algo alocadas y prive della grazia di Dio.