domingo, 28 de agosto de 2016

PATOTEROS DE CARANCANFUNCA


Se publican unas conferencias inéditas de Borges sobre el tango y sus orígenes. Inéditas en cuanto al texto en sí, pero no tanto en lo que se refiere a los contenidos, según me dice mi propia experiencia. Mi cuñado Bernardí, que siente una pasión arrebatada por el tango, ya hace años me explicó que era un género musical nacido para distraer a la clientela que aguardaba turno en el salón del prostíbulo, a la espera de que quedasen libres Lupita o Dolores. Nada de raíces telúricas, por tanto, ni de tristezas existenciales; los primeros tangos eran alegres y gamberros, cosa de niños bien patoteros. Bernardí citó a Borges entre sus fuentes, lo que significa, o bien que el renombrado autor habló en otras ocasiones de la cuestión, o bien que sus conferencias trascendieron, no al pie de la letra negro sobre blanco, pero sí en una transmisión fluida de boca a oído, cosa nada excepcional puesto que lo mismo les había ocurrido ya muchos siglos atrás a los poemas homéricos y al Cantar del Mío Cid.
Me tropecé por primera vez con la palabra “patotero” hacia el año 1976, cuando trabajaba en Editorial Planeta y Toto Charquero, compañero y gran amigo uruguayo, me dio a leer un panfleto sobre la deplorable situación allá en el paisito. Empezaba así: «La patota criminal arrasa la nación.» ¿Quién es la patota criminal?, le pregunté, y él contestó: Los militares, claro. Después me explicó que patota, en su sentido prístino, es un grupo de personas que van de a montón.
El Toto no me dijo nada de la carancanfunca, sin embargo; una expresión que intrigó a Borges, según se cuenta en las conferencias recién rescatadas del olvido. En un tango antiguo, “El Choclo”, se emplea la palabra, y Borges le preguntó a Eduardo Avellaneda qué era “carancanfunca”. Eduardo le respondió que significaba “el estado de ánimo de un hombre que se siente carancanfunca”. Y cuando Borges le comentó que la definición era perfectamente circular pero nada explicativa, añadió a regañadientes: “bueno, con ganas de hacer barullo y romper faroles.”
Una línea roja sutil enlaza entonces las tres realidades expresadas en tres palabras extrañas para quienes hemos nacido ya desde tiempos remotos en este lado del charco: patota, carancanfunca, tango. Luego Gardel añadió a la sustancia en bruto un fundamento de guapeza y coraje, y universalizó un género que era de por sí espumoso y efímero como cháchara de burdel. Al jazz le ocurrió lo mismo, en los barrios bajos de Nueva Orleans. Primero apareció la patota de los puteros, luego la patota de los académicos, y al final el reconocimiento universal de “Muskrat Ramble” y de “Sola, fané y descangayada”. La música siempre ha tenido un componente sensual y afrodisíaco. En Nápoles y en el siglo XVII las autoridades eclesiásticas reclamaron que se prohibiera tocar la flauta a la hora de la puesta del sol, porque la dulzura de su música producía una excitación irrefrenable en las jovencitas algo alocadas y prive della grazia di Dio.