Ciento cincuenta medidas
de gobierno para mejorar España son pura rimbombancia; bastaban dos o tres,
cuatro si se me apura. El quid de la cuestión reside en que ninguna de las dos,
o tres, o cuatro si me apuran, medidas imprescindibles figura entre las ciento
cincuenta acordadas por el sanedrín de populares y ciudadanos.
Enric Juliana
define en lavanguardia las ciento cincuenta medidas, no como un programa, sino
como un aviso. Aquí tenemos un ejercicio de hegemonía de la neoderecha
neoliberal, dispuesta a seguir gobernando mil años más, cuadren o no cuadren
los números. Se reducirán (tal vez) las dimensiones de la corrupción, a cambio
de la inmunidad de los corruptos. El jefe de la banda de los cuarenta ladrones
seguirá en poder de la llave que abre o cierra el sésamo, según a quién. Se
adecentarán algunos accesos a las puertas giratorias. Se impartirá en las
escuelas una educación trilingüe, pero sin incremento de presupuesto y sin
control de calidad. De reformas laborales, ni hablar. A cambio se habilitará un
complemento modesto para las rentas más bajas, un parche que evitará buscar
mejor remedio a la precariedad dominante y tratar de poner freno al descenso
generalizado de todas aquellas rentas salariales que aún no han llegado a
niveles tan escandalosamente bajos.
Es lo que hay, y no
hay nada más, porque las fuerzas políticas y sociales que podrían bosquejar una
alternativa siguen perdidas en sus propios laberintos y no están por la labor. Es
irrelevante que a unos les chupe la minga Dominga, y otros estén más pendientes
de ganar el próximo congreso que de mejorar España con propuestas de mayor
calado. Han aceptado sin rechistar el papel de oposición férrea e intransigente
que a priori les asignaba el famoso nuevo papel de las ciento cincuenta
medidas. Esta es, en cruda realidad, la medida número ciento cincuenta y uno
ideada por las neoderechas convergentes: ladren ustedes, señores, en hora buena,
y déjennos cabalgar a gusto de una vez.