La izquierda plural
debe volver a la clase, y no me refiero al aula de los estudios, cosa que
serviría de poco dado el tipo de educación que se imparte hoy en día, sino a la
clase social como elemento básico de una política reivindicativa y de gobierno.
Dicho con las palabras de Owen Jones, en un artículo de
ayer mismo en The Guardian: «La izquierda
necesita desesperadamente volver a centrar su atención en la clase. Desde los
años ochenta en adelante – mientras el movimiento del Labour era aplastado, las
viejas industrias derribadas y la guerra fría liquidada –, la clase ha pasado a
ocupar el asiento trasero. El género, la raza y la sexualidad parecen temas más
urgentes e importantes. Lo cierto es que no debería pensarse en términos de “o esto
o lo otro”: ¿cómo se puede entender el género sin la clase, y viceversa, dada
la desproporcionada concentración de mujeres con un trabajo precario y mal
pagado?»
La derecha neoliberal declaró primero el fin de la
historia, después el fin del trabajo con la digitalización y la robotización de
los procesos productivos, y finalmente el advenimiento de una sociedad sin
clases, la utopía última del comunismo realizada bajo el capitalismo.
La izquierda se enteró del suceso por los periódicos. Una
parte se creyó la noticia a pies juntillas y empezó a elaborar estrategias
alternativas para no desaparecer; otra parte consideró que se trataba de una
trampa, de una trampa “más”. Porque esa izquierda en particular ya desde antes consideraba que
la clase, encenagada en una sociedad de consumo, había traicionado los ideales definidos
no sé dónde en términos inamovibles. Es decir, que mientras una
parte de la izquierda abandonaba a la “clase como es” a su suerte, la otra
parte, anclada en un ficticio “deber-ser de la clase”, se sentía ya desde antes
abandonada por ella. El resultado de esta situación es que los ingredientes
fundamentales que aglutinan a las clases trabajadoras – el hecho sustancial del
trabajo y su reparto equitativo; la forma de desarrollarlo, las condiciones,
los tiempos, la remuneración; y el para qué del trabajo, su utilidad medida en
términos sociales – han desaparecido de la agenda política o cuando menos, en
la expresión de Jones, se han colocado en el asiento trasero. Ya no conducen,
sino que acompañan.
Las clases trabajadoras siguen existiendo; el trabajo no
ha muerto, solo se ha transformado; la historia no ha finalizado, y mantiene su
capacidad plena de variar de sentido y de escenario, en función del
comportamiento de los agentes que intervienen en la marcha de los
acontecimientos. Ha cambiado la “fase”, y con ella los presupuestos y los
marcos de actuación de los agentes históricos. Es necesario tomar nota de ello.
El Estado-nación, por ejemplo. En todo el largo período
de hegemonía de la socialdemocracia, el Estado regulaba el trabajo y sus leyes,
y era el primer empresario, el empresario por excelencia, “estratégico”. El
Estado planificaba, y marcaba el rumbo de la economía. Luego fue la economía
(el “mercado”) la que empezó a marcar el rumbo del Estado, y hoy el Estado ya
no regula, sino que desregula, el trabajo.
La vuelta de la izquierda a la clase debe tener también
en cuenta el lugar justo de las clases trabajadoras en el seno de un Estado en
el que deben convivir con las clases propietarias, y en el que los equilibrios
y los consensos deben ser conquistados a través de la resolución positiva de
unos conflictos en los que, de momento, el Estado ya no tiene la intención de ejercer
de árbitro, sino de parte.
Pero el Estado, como el trabajo, como la clase, sigue
existiendo. No se ha disuelto en la “aldea global”. Es más bien la aldea global
la que se disuelve en su pretensión de regular “científicamente” las relaciones
económicas de forma justa para todas las partes. Es una razón más para insistir
en la sustentación en los viejos pilares básicos que han vertebrado la sociedad
y tienen capacidad para seguir haciéndolo, aunque repensados en función de los
nuevos datos de hecho. Esos pilares insustituibles son el Estado, los partidos
políticos, los movimientos sociales presentes en todo el territorio de la
izquierda. Y en un lugar especial el sindicato, ese recurso infaltable.