Operación Presidente (3)
Soraya me miraba
fijamente (1). Había hecho el recorrido desde Génova hasta el despacho del
ministro, en Castellana 5, en 2’43”6. Vale que la distancia es bastante corta y
que Usain Bolt hubiera conseguido una performance mejor, pero no creo que le
recortara más de esos 3”6. De hecho Cristóbal Montoro tardó cerca de cinco
minutos más que ella, y llegó sin resuello.
– ¿Cómo sabemos que
es auténtico y no un agente ful, Fernan? – preguntó Soraya, inquieta –. A mí,
con franqueza, me parece un comemierda.
– La
videoconferencia con Berlín ha sido confirmada en todos sus extremos – explicó
el ministro –. También hemos detectado su posición de administrador único de
una empresa offshore radicada en
Panamá City y dedicada a la promoción de eventos deportivos varios, llamada
«Aquest Any Triplet Sí». El título es indescifrable para nuestros expertos, suena
a lengua yihadista; pero la provisión de capital es de cinco kilos de euratas.
Todo concuerda.
– Amén – dije. Lo
dije solo por decir algo. Montoro se encrespó.
– Escuche,
Rodriqui, no me vacile porque del puro que le meto se enteran hasta en Laponia.
Por mí, si es yihadista como si se la pela, pero esa cuenta me la tiene que
regularizar. El procedimiento es sencillo: una exposición de motivos en papel
con timbre del Estado, una declaración complementaria y una solicitud de
amnistía fiscal. Su gestor se lo puede tener preparado en veinte minutos.
– ¿Tanto papeleo
por solo cinco miserables millones? – me escandalicé. Montoro asintió.
– Comprendo su
punto de vista, pero nosotros en Hacienda somos como hormiguitas. Unos
centimitos recortados de una pensión de viudedad por aquí, una denegación de
una solicitud de dependencia por allá, y cuando te quieres dar cuenta no veas el
redondeo lustroso que te ha salido.
Soraya se
impacientaba.
– Qué mensaje traes
tú de Merkel.
– Es por lo de
Mariano, ya te he dicho – intervino Fernan, conciliador.
– Que me lo diga
él.
– Merkel quiere que
Mariano dimita y se retire – dije, de forma escueta y sin alardes.
– Ah sí, qué
gracia, y luego qué más.
– Lo demás lo
arreglarán ellos.
– ¿Ellos quiénes?
Improvisé.
– Juncker y Draghi,
por supuesto, y Lagarde, claro, y el Banco Mundial. Hillary Clinton también es
de la partida, tengo entendido. Y Bill Gates. Y Vicente del Bosque.
Soraya no me
quitaba ojo de encima. Marcó morrito y se puso un poco bizca. Solo un poquito,
una insinuación de bizquería.
– ¿A quién pondrán
si se va Mariano? ¿Han dado nombres? ¿Hernando, Alonso, Moragas? ¿Albert
Rivera, tal vez?
– Merkel solo dijo
que ellos se harían cargo de todo. No dio nombres – me guardé las espaldas.
– En ese caso aún
nos queda un soplo de esperanza – se volvió Soraya hacia el ministro del
Interior –. No será la cofradía de los maitines la que se lleve el gato al
agua.
– ¡Marcelo, no
grabes! – gritó Fernández, histérico.
– Borro a partir de
Del Bosque, jefe – se oyó la voz de ultratumba.
Soraya no había
desclavado de mi cara sus ojos, que relucían de pura agresividad.
– Pues le dices a
tu amiga Merkel que aquí la que curra soy yo. Quien se come los marrones soy
yo. Quien sostiene los palos del sombrajo para que no se hunda soy yo. Y solo
yo. Que se entere.
– Angela lo sabe –
dije con mi voz más melosa, y sonreí con ternura a Soraya.
– ¿Cómo sabes que
lo sabe? – inquirió, arisca.
– Esas cosas se
notan. Al fin y al cabo ella está en una posición parecida a la suya, señora
Santamaría.
Soraya soltó un
bufido.
– ¡Parecida! Ay que
me tuerzo de risa. Merkel lo tiene chupao. Y Hillary también. Quisiera yo
verlas lidiar con los cofrades de los maitines de Génova, de uno en uno o en
montón.
Pero se tranquilizó,
a pesar de todo. El tonillo rencoroso desapareció. Brilló en sus ojos, que no
apartó de los míos, una luz nueva. La luz de «Angela lo sabe».
– De acuerdo, se hará
lo que se pueda. Tú vienes aquí con algún plan para forzar la dimisión de
Mariano, vamos digo yo, ¿no?
Me sentí acorralado
en arenas movedizas y extremé la prudencia. La verdad es que aún no había
pensado nada.
– A ver, se trata
de una cuestión delicada. Es necesario sopesar los pros y los contras. Desde
luego, se han barajado varios planes alternativos – improvisé.
– Muy bien, varios
planes. Cuéntame uno.
– El plan A… –
empecé a decir.
– Fuera, no vale.
El plan A es siempre demasiado obvio, no me interesa. Otro.
– Está el plan B.
– El plan B
tampoco. No hay tiempo que perder. Seguro que ya lo hemos usado nosotros, y no
ha dado resultado. ¿Cuál es el plan C?
Aquel
interrogatorio estaba estimulando mi creatividad.
– El plan C
consiste en subirlo a un helicóptero y estrellarlo – dije. Negó, meneando
despacio la cabeza.
– Lo hemos hecho
ya. A él y a Esperanza, dos por el precio de uno. Pero no funcionó.
Seguimos examinando
posibilidades entre los dos. Fernández y Montoro se limitaban a escuchar. A
Soraya le gustó el plan M. M de Mercader, Ramón Mercader.
– Fernan,
consíguenos un piolet.
– ¡Marcelo, un
piolet! – gritó el ministro del Interior.
– Que sea robusto y
contundente – encareció Montoro.
– ¡Marchando! – se
oyó la voz de Marcelo.
– Ahora falta
concretar los detalles – siguió Santamaría –. Tú lo matas – me señaló –.
Entonces. Cómo hacemos desaparecer el cadáver.
– Lo tiramos al
Manzanares – apuntó el expeditivo Fernández.
– Si lo tiras al
río, el cadáver aparece, Fernan; justo lo que no nos conviene. Tiene que
desaparecer. ¿Se te ocurre algo?
– No – dijo
Fernández.
– Una bañera llena
de ácido – sugirió Montoro.
– ¿Tienes una
bañera llena de ácido en algún rincón del ministerio, Fernan? – insistió,
paciente, Soraya.
– No, no creo. Todo
se ha externalizado. Si quieres una bañera con ácido, has de recurrir a
amiguetes del sector privado. Y te cobran una pasta.
– No podemos
recurrir al sector privado, harán preguntas. Hemos de valernos por nuestros
propios medios.
– Puedo programar
una visita de inspección fiscal a Aznalcóllar – indicó Montoro –. Aquello está,
uf. Llevamos discretamente el fiambre en una furgoneta y lo sumergimos en la
balsa de residuos químicos.
– Muy bien, toma
nota, Fernan. Problema resuelto. Entonces un holograma de Mariano en 3D se
dirige a la nación…
– A la nación, no –
intervine –. Nadie se lo va a creer. Acude a casa de Bertín Osborne, o al
Hormiguero, y allí dice que se va a su casa, que tiene saudade, que prefiere
dejarlo en el mejor momento…
– ¿¿En el mejor
momento?? –exclamaron a coro Soraya, Fernández y Montoro.
– Bueno, es lo que
diría el auténtico Mariano, ¿no? – razoné yo.
– El auténtico
Mariano nunca diría que lo deja, ni en el mejor momento ni en el peor –
sentenció Soraya.
– Una objeción –
levantó un dedo Montoro –. ¿No es un riesgo enviar un holograma 3D a casa de
Bertín Osborne? Pueden darse cuenta de la superchería.
– Objeción
rechazada – replicó Soraya en tono seco –. En la pasada campaña electoral no
fue Mariano, sino su holograma, quien visitó la casa de Bertín y el plató de
Motos. ¿No os llamó la atención que no metiera la pata? Era un holograma
programado.
Sonaron en aquel
momento unos golpes discretos en la puerta.
– Con permiso.
Aparecieron el
rostro inconfundible y la pelambrera esparcida de un futbolista brasileño del
Real Madrid. Sin llegar a entrar, desde donde estaba, alargó el brazo en el que
empuñaba un voluminoso piolet.
– Su piolet, señor
ministro – dijo en tono humilde.
Fernández, Montoro
y Santamaría se volvieron hacia mí. Yo miré con aprensión aquel arma letal con
la conciencia de que, si algo salía mal, mi foto saldría en primera plana de
los periódicos de todo el mundo acompañada del epígrafe: «Paqum al-Rodriqí, el
yihadista magnicida.»
– Cógelo tú, Fernan
– dijo Soraya en tono práctico –, y lo metes de matute en Génova. Mañana mismo
consigo a este hombre una entrevista a solas con Mariano, justo después de los
maitines. Lo presentaré como experto de la comisión europea de medidas globales
contra el calentamiento del polo Norte, pero tiene que pasar limpio por el arco
de detección de metales. Luego nosotros ponemos a su disposición el “objeto”.
De ese modo será más fácil.
(1) Para conocer
las entregas anteriores de esta escalofriante crónica, el lector debe acudir a: