sábado, 6 de agosto de 2016

MENINA MUEVE FICHA


Operación Presidente (3)

Soraya me miraba fijamente (1). Había hecho el recorrido desde Génova hasta el despacho del ministro, en Castellana 5, en 2’43”6. Vale que la distancia es bastante corta y que Usain Bolt hubiera conseguido una performance mejor, pero no creo que le recortara más de esos 3”6. De hecho Cristóbal Montoro tardó cerca de cinco minutos más que ella, y llegó sin resuello.
– ¿Cómo sabemos que es auténtico y no un agente ful, Fernan? – preguntó Soraya, inquieta –. A mí, con franqueza, me parece un comemierda.
– La videoconferencia con Berlín ha sido confirmada en todos sus extremos – explicó el ministro –. También hemos detectado su posición de administrador único de una empresa offshore radicada en Panamá City y dedicada a la promoción de eventos deportivos varios, llamada «Aquest Any Triplet Sí». El título es indescifrable para nuestros expertos, suena a lengua yihadista; pero la provisión de capital es de cinco kilos de euratas. Todo concuerda.
– Amén – dije. Lo dije solo por decir algo. Montoro se encrespó.
– Escuche, Rodriqui, no me vacile porque del puro que le meto se enteran hasta en Laponia. Por mí, si es yihadista como si se la pela, pero esa cuenta me la tiene que regularizar. El procedimiento es sencillo: una exposición de motivos en papel con timbre del Estado, una declaración complementaria y una solicitud de amnistía fiscal. Su gestor se lo puede tener preparado en veinte minutos.
– ¿Tanto papeleo por solo cinco miserables millones? – me escandalicé. Montoro asintió.
– Comprendo su punto de vista, pero nosotros en Hacienda somos como hormiguitas. Unos centimitos recortados de una pensión de viudedad por aquí, una denegación de una solicitud de dependencia por allá, y cuando te quieres dar cuenta no veas el redondeo lustroso que te ha salido.
Soraya se impacientaba.
– Qué mensaje traes tú de Merkel.
– Es por lo de Mariano, ya te he dicho – intervino Fernan, conciliador.
– Que me lo diga él.
– Merkel quiere que Mariano dimita y se retire – dije, de forma escueta y sin alardes.
– Ah sí, qué gracia, y luego qué más.
– Lo demás lo arreglarán ellos.
– ¿Ellos quiénes?
Improvisé.
– Juncker y Draghi, por supuesto, y Lagarde, claro, y el Banco Mundial. Hillary Clinton también es de la partida, tengo entendido. Y Bill Gates. Y Vicente del Bosque.
Soraya no me quitaba ojo de encima. Marcó morrito y se puso un poco bizca. Solo un poquito, una insinuación de bizquería.
– ¿A quién pondrán si se va Mariano? ¿Han dado nombres? ¿Hernando, Alonso, Moragas? ¿Albert Rivera, tal vez?
– Merkel solo dijo que ellos se harían cargo de todo. No dio nombres – me guardé las espaldas.
– En ese caso aún nos queda un soplo de esperanza – se volvió Soraya hacia el ministro del Interior –. No será la cofradía de los maitines la que se lleve el gato al agua.
– ¡Marcelo, no grabes! – gritó Fernández, histérico.
– Borro a partir de Del Bosque, jefe – se oyó la voz de ultratumba.
Soraya no había desclavado de mi cara sus ojos, que relucían de pura agresividad.
– Pues le dices a tu amiga Merkel que aquí la que curra soy yo. Quien se come los marrones soy yo. Quien sostiene los palos del sombrajo para que no se hunda soy yo. Y solo yo. Que se entere.
– Angela lo sabe – dije con mi voz más melosa, y sonreí con ternura a Soraya.
– ¿Cómo sabes que lo sabe? – inquirió, arisca.
– Esas cosas se notan. Al fin y al cabo ella está en una posición parecida a la suya, señora Santamaría.
Soraya soltó un bufido.
– ¡Parecida! Ay que me tuerzo de risa. Merkel lo tiene chupao. Y Hillary también. Quisiera yo verlas lidiar con los cofrades de los maitines de Génova, de uno en uno o en montón.
Pero se tranquilizó, a pesar de todo. El tonillo rencoroso desapareció. Brilló en sus ojos, que no apartó de los míos, una luz nueva. La luz de «Angela lo sabe».
– De acuerdo, se hará lo que se pueda. Tú vienes aquí con algún plan para forzar la dimisión de Mariano, vamos digo yo, ¿no?
Me sentí acorralado en arenas movedizas y extremé la prudencia. La verdad es que aún no había pensado nada.
– A ver, se trata de una cuestión delicada. Es necesario sopesar los pros y los contras. Desde luego, se han barajado varios planes alternativos – improvisé.
– Muy bien, varios planes. Cuéntame uno.
– El plan A… – empecé a decir.
– Fuera, no vale. El plan A es siempre demasiado obvio, no me interesa. Otro.
– Está el plan B.
– El plan B tampoco. No hay tiempo que perder. Seguro que ya lo hemos usado nosotros, y no ha dado resultado. ¿Cuál es el plan C?
Aquel interrogatorio estaba estimulando mi creatividad.
– El plan C consiste en subirlo a un helicóptero y estrellarlo – dije. Negó, meneando despacio la cabeza.
– Lo hemos hecho ya. A él y a Esperanza, dos por el precio de uno. Pero no funcionó.
Seguimos examinando posibilidades entre los dos. Fernández y Montoro se limitaban a escuchar. A Soraya le gustó el plan M. M de Mercader, Ramón Mercader.
– Fernan, consíguenos un piolet.
– ¡Marcelo, un piolet! – gritó el ministro del Interior.
– Que sea robusto y contundente – encareció Montoro.
– ¡Marchando! – se oyó la voz de Marcelo.
– Ahora falta concretar los detalles – siguió Santamaría –. Tú lo matas – me señaló –. Entonces. Cómo hacemos desaparecer el cadáver.
– Lo tiramos al Manzanares – apuntó el expeditivo Fernández.
– Si lo tiras al río, el cadáver aparece, Fernan; justo lo que no nos conviene. Tiene que desaparecer. ¿Se te ocurre algo?
– No – dijo Fernández.
– Una bañera llena de ácido – sugirió Montoro.
– ¿Tienes una bañera llena de ácido en algún rincón del ministerio, Fernan? – insistió, paciente, Soraya.
– No, no creo. Todo se ha externalizado. Si quieres una bañera con ácido, has de recurrir a amiguetes del sector privado. Y te cobran una pasta.
– No podemos recurrir al sector privado, harán preguntas. Hemos de valernos por nuestros propios medios.
– Puedo programar una visita de inspección fiscal a Aznalcóllar – indicó Montoro –. Aquello está, uf. Llevamos discretamente el fiambre en una furgoneta y lo sumergimos en la balsa de residuos químicos.
– Muy bien, toma nota, Fernan. Problema resuelto. Entonces un holograma de Mariano en 3D se dirige a la nación…
– A la nación, no – intervine –. Nadie se lo va a creer. Acude a casa de Bertín Osborne, o al Hormiguero, y allí dice que se va a su casa, que tiene saudade, que prefiere dejarlo en el mejor momento…
– ¿¿En el mejor momento?? –exclamaron a coro Soraya, Fernández y Montoro.
– Bueno, es lo que diría el auténtico Mariano, ¿no? – razoné yo.
– El auténtico Mariano nunca diría que lo deja, ni en el mejor momento ni en el peor – sentenció Soraya.
– Una objeción – levantó un dedo Montoro –. ¿No es un riesgo enviar un holograma 3D a casa de Bertín Osborne? Pueden darse cuenta de la superchería.
– Objeción rechazada – replicó Soraya en tono seco –. En la pasada campaña electoral no fue Mariano, sino su holograma, quien visitó la casa de Bertín y el plató de Motos. ¿No os llamó la atención que no metiera la pata? Era un holograma programado.
Sonaron en aquel momento unos golpes discretos en la puerta.
– Con permiso.
Aparecieron el rostro inconfundible y la pelambrera esparcida de un futbolista brasileño del Real Madrid. Sin llegar a entrar, desde donde estaba, alargó el brazo en el que empuñaba un voluminoso piolet.
– Su piolet, señor ministro – dijo en tono humilde.
Fernández, Montoro y Santamaría se volvieron hacia mí. Yo miré con aprensión aquel arma letal con la conciencia de que, si algo salía mal, mi foto saldría en primera plana de los periódicos de todo el mundo acompañada del epígrafe: «Paqum al-Rodriqí, el yihadista magnicida.»
– Cógelo tú, Fernan – dijo Soraya en tono práctico –, y lo metes de matute en Génova. Mañana mismo consigo a este hombre una entrevista a solas con Mariano, justo después de los maitines. Lo presentaré como experto de la comisión europea de medidas globales contra el calentamiento del polo Norte, pero tiene que pasar limpio por el arco de detección de metales. Luego nosotros ponemos a su disposición el “objeto”. De ese modo será más fácil.
 
(1) Para conocer las entregas anteriores de esta escalofriante crónica, el lector debe acudir a: