«Para los catalanes
formar parte del Estado español no es rentable, desde una perspectiva social». Marta
Pascal, vigatana de 33 años, licenciada en Ciencias políticas y en Historia, coordinadora
general del flamante Partit Demòcrata de Catalunya, heredero de la difunta CDC,
lo ha declarado así en una entrevista que firman Miquel Noguer y Dani Cordero
(1).
El desahogo que sustenta
semejante declaración es enorme: pantagruélico diría, en busca de adornos
literarios; titánico, si pensamos en la construcción naval; colosal, si
atendemos a la antigüedad rodia. Doña Marta no solo habla en nombre de todos los
catalanes, que ya es hablar por hablar, sino que además lo hace en el tono
práctico y objetivo que utilizaría la directora gerente de la empresa Catalunya
SL al expresar su opinión en relación con la cuota de beneficio que recaería en
los accionistas caso de emprenderse una política diferente en lo concerniente a
las fuentes de financiación, habida cuenta de las oportunidades potenciales de
negocio que ofrece la coyuntura.
Solo que ser
coordinadora general de un partido no es lo mismo que ser directora gerente del
conjunto del país. Ni siquiera Puigdemont podría colocarse esos galones, en la
situación apretada en la que se encuentra, con déficit de toda clase de
mayorías.
Por lo demás, y
entrando en la afirmación en concreto, nunca, que yo sepa, ha dado nadie cifras
razonadas que avalen esa “independencia rentable” a la que alude la senyoreta
Marta; más bien se ha recurrido en este punto a embolicar la troca, operación en la que los políticos convergentes
son verdaderos expertos, y que permite mostrar cualquier cifra desde el perfil
más favorecedor.
No aclara la
senyoreta para cuántos catalanes, ni para cuáles, ha dejado de ser rentable la
participación en el Estado español; y en definitiva, nos deja a oscuras sobre
quiénes en concreto van a ser los beneficiarios de esta importante operación
mercantil en la que la frialdad objetiva de los datos se realza con un oportuno
tinte de purpurina nacionalista; lo que en otras latitudes se llama “dorar la
píldora”.
Una cuestión que no
alcanza a esconder el descaro desmesurado de la senyoreta Marta es la confusión
– o colusión – entre la gestión de la cosa pública y la búsqueda del beneficio
privado; algo que ha sido característico de toda la larga acción política de la
extinta Convergència y de su líder Jordi Pujol, cuya figura reivindica su
heredera in pectore. Desde siempre se ha tocado la cuerda vibrante del
patriotismo para pedir sacrificios en nombre del común, y en cambio se ha
administrado el patrimonio con el criterio privatista del buen padre de familia,
que atiende por encima de todo al bienestar de los suyos. Catalunya ha sido una
gran familia bien avenida, con favoritismos mal disimulados para el “hereu” en
el reparto de las oportunidades; y ha sido una gran empresa común, en la que la
gerencia ha impuesto a los componentes de la plantilla esfuerzos sobrehumanos y
mal retribuidos que han permitido engrosar las rentas del accionariado con
sustanciosas plusvalías que luego han visto mundo, viajando en maletines de
doble fondo a Andorra o a Panamá. Es a este tipo bien conocido de rentabilidad,
me temo, al que se refiere la senyoreta Marta.
Ella explica a su
modo lo que ha ocurrido en estos últimos años: «Hemos perdido mucho contacto
con algunos sectores sociales e incluso empezaba a chirriar cómo nos veía la
gente.» Marta se queda corta en el análisis, una vez más.