miércoles, 10 de agosto de 2016

DERECHA Y ULTRADERECHA


Lo dice Xavier Vidal-Folch en una columna de opinión de elpais (“Perjudicar a la gente”): «Solo un ultra antepone el derecho de una mercancía al de sus conciudadanos.»
La apreciación de Xavier es muy aguda. Si pensamos los territorios de la derecha y de la izquierda como dos grandes ecosistemas, con distintas divisorias de aguas, zonas climáticas, etc., diríamos que especies características de uno y otro paisaje son compatibles y pueden coexistir en amplias áreas de ambos territorios: el individualismo, planta típica del paisaje de la derecha, convive casi siempre con la solidaridad en un mix que no excluye tensiones y conflictos pero que resulta mucho más factible que la presencia en un mismo entorno del hayedo y el limonar, por buscar un ejemplo en la naturaleza.
Los derechos de las mercancías son una especie peculiar típica de la derecha; los de la ciudadanía, de la izquierda. Ambos conviven mejor o peor en diferentes biotopos: la deslocalización de una planta productiva en nombre de la libertad de la mercancía suele provocar estragos en los derechos – incluso los reconocidos constitucionalmente – de los trabajadores asalariados, pero es posible, y frecuente, compatibilizar ambos derechos reconocidos y aceptados por el ordenamiento jurídico, y acordar soluciones de compromiso entre ellos.
Es solo cuando se privilegia a unos derechos y se ignora o se conculca a otros, cuando aparece esa mentalidad que Xavier llama “ultra”. Lo ultra es, entonces, lo que se aleja del equilibrio; lo que daña la biodiversidad y desbarata la convivencia. Lo ultra es el desafuero, por expresarlo con un término antañón, de una época en la que a cada categoría social, a los ricos como a los menesterosos, a los gordos como a los jambríos, se le reconocía un “fuero”, un lugar preciso en el mundo que tenía la característica de ser inviolable, y que exigía restitución y castigo cuando era violado, como en el caso del comendador de Fuenteovejuna.
Hoy la idea misma de fuero se ha borrado, y la sociedad, en tanto que marco ordenado de convivencia y plataforma de proyección de las ambiciones individuales legítimas de sus miembros, parece un concepto desfasado. El entorno social tiende a verse como un contenedor en cuyo interior pululan y se confrontan individuos decididos a medrar movidos por el egoísmo y el instinto crudo de supervivencia de los más aptos. Se tiende a ir siempre más allá, plus ultra en la expresión latina.
Cabe preguntarse cuáles son con exactitud los presupuestos ideológicos en los que basan hoy su actuación las potencias de este mundo, las superpotencias, y los diversos organismos inter, extra, ultra y multinacionales. Porque viene a resultar que todos ellos sin excepción, oh asombro, privilegian los derechos y las libertades de las mercancías por encima de los de las personas. Sin componendas, sin transacciones, sin artilugios ni medias tintas.
Así es el mundo de hoy, y por esa razón es necesario y urgente cambiarlo.