domingo, 7 de agosto de 2016

INTERMEDIO RECREATIVO


Operación Presidente (4)


Aquella misma tarde (1), cuando por fin conseguí arrastrar mi dolorido esqueleto y el socorrido equipaje de mano hasta la suite que había reservado en un hotel madrileño céntrico de cinco estrellas  cuyo nombre y dirección no pienso facilitar a nadie porque hoy te demandan y te montan un pollo por cualquier cosa, me encontré con tres bellezas ligeras de ropa que me esperaban entretenidas en una amena charla. Mientras hacían tiempo, se habían comido los bombones obsequio de la dirección y habían descorchado el champaña francés puesto a enfriar en un cubo plateado relleno de hielo picado.
– ¡Mira quién está aquí! – dijo al verme una de ellas, morena y curvilínea; y otra, rubia con unas piernas larguísimas, palmoteó:
– ¡El rey de la fiesta!
El tono de ambas era alegre, pero me inspiró una tristeza inmensa. La perspectiva de la tortura que me esperaba aquella noche me provocó un bajón repentino de la presión sanguínea. Tuve un vahído y me tambaleé.
– ¡Sujétalo, Judit, que se viene al suelo! – gritó la rubia, y el tercer ángel de Victoria’s Secret se abrazó con tanto mimo a mi cuerpo, rozándolo con las delicadas puntillas y los lacitos rosados de su negligé, que, literalmente, me hizo revivir. Juntos dimos dos o tres pasos de baile sobre la alfombra persa, y finalmente conseguí quedar más o menos en posición de firmes, salvo una parte determinada de mi cuerpo que siguió blandamente en posición de descanso. No me había dado tiempo de comprar Viagra; mejor dicho, con tantos detalles del plan M por discutir, no me había acordado más del asunto, maldita sea.
La rubia me inspeccionaba con ojo clínico.
– A este hombre le pasa algo. Aflojadle el cinturón y bajadle los pantalones.
Así lo hicieron las dos morenas. Cuando sobresalieron mis partes por encima del calzoncillo a media asta, quedó al descubierto un feo moretón esparcido por toda la zona, y algunos puntos sanguinolentos. Hubo una triple exclamación de horror, y la rubia, que dijo llamarse Vanessa, tomó el mando:
– ¡Judit, Eliané, dadle un baño y limpiad bien toda la zona con jabón y agua templada! Yo corro a la farmacia a por gasas, pomadas y desinfectante. Vuelvo en cinco minutos.
Aquel fue el comienzo de una larga amistad entre nosotras/os cuatro. Se procedió metódicamente al baño y a las curas de primeros auxilios pertinentes. Una vez acomodada mi persona en el centro del amplio tresillo de la sala de estar de la suite, nos dedicamos a conocernos mejor. Vanessa era ucrania y doctora en reumatología por la Universidad de Kíyiv; la morena más pequeña, Judit, era filipina y tenía un master en sociología; Eliané, la brasileña escultural, se había diplomado en ingeniería en Minas Gerais. Ninguna de las tres pensaba perseverar en su minijob de azafatas de compañía, pero también procuraban capear los malos tiempos laborales con profesionalidad.
– Cuando veo a esos viejitos que te vienen palotes de viagra con la pretensión de que nunca vas a olvidar sus cualidades de amantes, me entra la ternura y finjo un orgasmo – dijo Eliané –. Si te apetece, te finjo uno a ti también – ofreció con la mejor de las intenciones.
– Yo no estoy palote, ni vengo con pretensiones – gruñí, tétrico.
– No, ya, pero puedes darme una opinión como observador imparcial. Estas representaciones necesitan mucho ensayo.
Hice un esfuerzo por cambiar de tema y le pregunté:
– ¿Por qué Eliané, y no Eliane sin acento?
– Porque sí – me aclaró ella la duda gramatical.
Les ofrecí salir a cenar los cuatro a Zalacaín, pero se negaron de forma tajante.
– Quita allá con atracones de grasas saturadas – dijo Judit –. Abajo hay un puesto de fruta, saldré a comprar unas bananas y unos kiwis.
– Mangos – pidió Eliané.
– Nueces y pasas – hizo el eco Vanessa.
Cenamos opíparamente, y después de ver juntos el Pasapalabra en la tele, volvió a surgir el tema del orgasmo fingido.
– Es la piedra de toque de la profesión – argumentó Judit –, la prueba del algodón. Un orgasmo fingido a conciencia exige nervios de acero, capacidad de persuasión, creatividad. El físico ayuda, desde luego, pero no es decisivo. Eliané, por ejemplo, tiene las tetas más bonitas que las mías, y el chichi de Vanessa es un amor, todo depiladito y con el piercing. Pero lo decisivo en un orgasmo fingido no es eso sino la técnica, la dedicación y la coreografía. Esfuerzo, no hay otro secreto. Y te diré una cosa – añadió, dirigiéndose a mí –, hay chicas que se tocan abajo para entrar en situación, y para mí eso es trampa. Es como el dopaje. Es prostituir la verdad última de un orgasmo fingido auténtico, o sea hecho según las reglas.
Se ofreció a hacer una demostración sobre la marcha, lo que los estudiosos denominan in situ. Eliané propuso trabajarlo en dúo, “para que tú puedas comparar”, me dijo; pero Vanessa les dio la alerta.
– Si se le empina, le dolerá – advirtió. Las dos me pidieron perdón de inmediato, y Judit incluso soltó unas lágrimas mientras se hacía reproches a sí misma:
– ¡Seré bruta!
Apagamos temprano la luz. Los cuatro cabíamos sin apreturas en la enorme cama circular King size que dominaba el dormitorio de la suite. Dos paracetamoles habían suprimido los dolores intermitentes de mis bajos, y dormí toda la noche como un querubín, sin recordar ni por un momento la ordalía tenebrosa que me esperaba el día siguiente.
 

(1) El lector encontrará los episodios anteriores de este thriller apasionante en: