Afirma Mariano
Rajoy que podría llegar a acuerdos con Albert Rivera en muchas de las condiciones
sine qua non que plantea Ciudadanos para apoyar su investidura. O no. Mariano
tiene toda la capacidad de displicencia del autócrata. Puede hacer caso, o no,
a Rivera, igual que puede hacérselo, o no, al rey, a las instituciones, al
pueblo español. Depende.
Depende de su
presidencial gana. Ha cogido el truquillo al período del gobierno en funciones;
los demás se sienten presionados por una excepción que se alarga mes tras mes
invadiendo, y corrompiendo de hecho, lo que todos pensábamos que era el funcionamiento
normal de la democracia.
Mariano, ojo, como
muy español y mucho español que es, también se siente presionado por esas
urgencias. O no. En este “o no” reside todo el quid del asunto. El hecho es que
España no responde a la solícita atención de Mariano en la medida que este
espera y desea. Entonces, Mariano le devuelve a España la recíproca. Y espera.
Tiene paciencia, Mariano. La misma paciencia legendaria del perro del
hortelano, que ni comía ni dejaba comer. Sin inmutarse. Que se inmuten los
otros, en todo caso. O no.
Que se inmute Pedro
Sánchez, sobre todo. Es el traidor del drama, el hombre que se resiste a
plegarse a las circunstancias impuestas por la voluntad férrea de Mariano de no
moverse, de no escuchar, de no consensuar. Pedro tiene que plegarse para que
Mariano no se pliegue. Es Pedro el cuello de botella que origina el atasco;
Mariano no. Mariano está ahí simplemente, ese es el milagro.
Algunos analistas
capaces de hilar muy fino han desentrañado en la actitud de Rajoy una
estrategia de la araña dirigida a llevar la investidura al mes de octubre,
cuando se hayan resuelto, se supone que en favor de sus intereses, las
elecciones gallegas y las vascas, más la Diada y la cuestión de confianza en
Cataluña, donde, ocurra lo que ocurra, todo será munición para el partido popular.
Tienen razón esos
analistas, claro. O no. Dado que la estrategia de Mariano ha sido siempre la
misma, mal se le puede acusar de posibilista o de oportunista. Cierto que ha
decidido que le conviene esperar a octubre, pero sin elecciones a la vista
también le habría convenido, porque en su situación todo tiempo consumido es
tiempo ganado. Se ha asentado sobre los reales de las instituciones, y las
manipula y las retuerce de forma que se ajusten a su permanente voluntad de
seguir ahí, de tener sempiternamente en exclusiva las riendas de la caballería,
por más que el precio sea la inmovilidad absoluta de la caballería, al modo de
los caballos de bronce de las estatuas ecuestres, la pata izquierda delantera eternamente
alzada sobre el pedestal.
La auténtica
estrategia marianista es la que definió en su día Oscar Wilde: No dejes para
mañana lo que puedas hacer pasado mañana.
A lo cual, para suavizar
el filo del hierro tajante de la sentencia, la retranca gallega de Mariano
añade imperturbable: O sí.