martes, 9 de agosto de 2016

DIABOLUS EX MACHINA


Operación Presidente (y 6)


La reunión extraordinaria del comité de conjura (1) en el despacho de Castellana 5, fue corta, caótica e histérica. Soraya daba por seguro que Mariano había sido secuestrado por los cofrades de los maitines; Fernández no descartaba ninguna línea de investigación, pero se inclinaba por un golpe de mano del yihadismo catalán y llegó a acusarme de comando suicida; era partidario de “retenerme” por tiempo indefinido en el edificio puesto que, incluso en el peor de los casos (entendiendo por tal mi inocencia), yo era la única pista disponible. A Montoro se la soplaba si yo era esto o lo otro, pero insistía en dejarme libre por lo menos el tiempo necesario para que regularizara la situación fiscal de mi cuenta panameña.
Sin haber llegado aún a ninguna decisión operativa, se acordó una pausa para almorzar. Montoro me acompañó hasta la salida en un descuido de Fernández, y me dio la dirección de una gestoría próxima en la que podría arreglar el problema de mi empresa offshore.
– Le da tiempo de sobra para echar las firmas, picar algo por ahí y volver antes de las cinco. No se retrase, Rodriqui, porque cuando Fernan se desencadena, es muy difícil pararle los pies. Le va a echar encima a la policía, los geos, los perros y hasta los mossos de esquadra.
Tomé un taxi aparcado ahí mismo, y mi instinto de supervivencia me llevó a dar la dirección de la estación del AVE Puerta de Atocha. El vehículo se puso en marcha, pero giró de inmediato por Génova y siguió hacia Alonso Martínez y los bulevares.
– El mundo es un pañuelo, colega. Quién me había de decir que te encontraría aquí – buscó mi mirada el taxista por el espejo retrovisor. Vi los ojos estrechos como dos rendijas, los pómulos salientes, la piel cetrina, el pelo grisáceo recogido en forma de cola de caballo. Era Karla, el espía estrella del Kremlin, al que había conocido en el café Central de Sant Pol el verano anterior.
– ¿Qué está pasando? – me pregunté a mí mismo, más que a Karla. Por primera vez me asaltó la sensación de que mi misión no era una rueda que giraba por libre sino un piñón engranado en un mecanismo considerablemente más complejo. Las cosas no estaban saliendo según lo previsto, y alguien, Merkel tal vez, me enviaba un diabolus ex machina.
– Tengo entendido que tienes un problema con cierta persona, colega. Nada que no se pueda remediar. Ahora te estoy llevando al lugar adecuado. Presta atención a unas instrucciones mínimas. En el asiento, a tu izquierda, verás un chisme metálico alargado. Es una bomba-lapa muy potente. Si consideras oportuno, según tu criterio, utilizarla, debes aplicarla primero a una superficie vertical lisa, por ejemplo la puerta de unos aseos, y luego apretar el botón de color rojo del temporizador. Antes de hacerlo estudia bien el camino de retirada, porque solo dispondrás de treinta segundos para ponerte a salvo antes de la explosión. Luego obra según tu albedrío, no hay ninguna ruta de escape prevista, habrás de improvisar. Ya hemos llegado, es ahí.
Mientras hablaba nos habíamos metido por el distrito Centro y ahora estábamos en ese dédalo de callejuelas próximas al Arco de Cuchilleros que configuran el Madrid de los mesones. El establecimiento que me señalaba era un semisótano sobre el que lucía el siguiente rótulo:
O SUBMARINO

Especialidades y tapas de cocina gallega.

– El pulpo a feira es de toda confianza – se despidió Karla. Me apeé y él desapareció con su taxi en la esquina siguiente. Bajé los cuatro escalones que separaban la puerta del nivel de la acera y entré en O Submarino. El local estaba vacío y en penumbra. Un único cliente ocupaba una mesa en un rincón. Llevaba sombrero de ala ancha y gafas oscuras, y comía con fruición del plato que tenía delante. Me senté lejos de él y pedí pulpo a feira y un vaso de albariño. El patrón me trajo la ración, el vino y la cuenta. Dejé sobre la mesa el dinero de la consumición y comí despacio. El otro parroquiano llamó, con una vocecilla nasal:
– Ramón, oye, ponme otra empanada de lamprea, sabes, y una porción de tarta santiaguiña de postre. ¡Ay, la morriña de la tierra, cómo te asalta en vacaciones!
– Ya puede usted decirlo, señor Brey – respondió solícito el patrón.
Al poco tiempo el señor Brey se levantó para ir a los aseos (al fondo a la derecha). Yo piqué de mi plato la última rodaja de pulpo con pimentón y le seguí discretamente. Eché un vistazo para comprobar que la línea de fuga hasta la puerta a la calle estaba despejada, empujé la puerta con el letrero “Servicios” y comprobé que detrás de ella solo había un cubículo, y que estaba ocupado. Pegué en la puerta la bomba-lapa, oprimí el botón del temporizador y salí, sin prisa pero sin pausa. Ramón, el patrón, estaba recogiendo mi mesa y juraría que me guiñó un ojo al pasar. Luego corrió a agazaparse detrás de la barra; el mostrador tenía un aspecto de gran solidez.
Trepé en dos saltos los escalones que daban a la calle, giré a la izquierda y no había dado más de seis o siete pasos cuando se produjo una detonación sorda y todo se llenó de humo y polvo acre. La onda expansiva me empujó adelante y casi me hizo caer. Seguí caminando deprisa; mi mente se movía más deprisa aún. Detrás de mí oí algunos gritos y ladridos insistentes de perros.
Cerca de Sol me arrimé a un cajero automático e intenté sacar dinero con la tarjeta de la cuenta panameña. La pantalla me informó de que la contraseña no era correcta y me animó a volverlo a intentar. No lo hice.
No tomé un taxi para volver al hotel, preferí el autobús. Al llegar a la parada correspondiente, vi un coche de la Policía nacional aparcado junto a la entrada. Di por perdido mi equipaje de mano y dejé que el autobús me llevara hasta el final de trayecto.
No volví a la sede del Ministerio del Interior. No corrí el riesgo de presentarme en el vestíbulo del aeropuerto de Barajas ni en la estación del AVE. Me apunté a una excursión de la tercera edad a Sigüenza, en la que la compra del boleto daba derecho a participar en la rifa de un jamón serrano y una garrafa de cinco litros de aceite de oliva virgen. En Sigüenza encontré a un camionero dispuesto a llevarme hasta Almazán a cambio de una garrafa de aceite de oliva virgen y una módica compensación dineraria por la molestia. Desde Almazán, como copiloto de un camión de mudanzas, viajé hasta Tarazona. Mientras cenaba en una fonda de Tarazona vi en el telediario el estado en el que había quedado una casa de comidas del centro de Madrid después del atentado con explosivos perpetrado por un comando yihadista que se había dado a la fuga. Se esperaba en las próximas horas la detención de un sospechoso, relacionado al parecer con una célula islamista radical de Sant Pol de Mar. “Afortunadamente la explosión no ha causado víctimas personales”, precisó la locutora.
¿No ha habido víctimas personales? ¿No vi yo mismo entrar al “señor Brey” en el cubículo de los aseos en el que pegué la bomba-lapa? ¿Era otro holograma? ¿Puede un holograma zamparse dos raciones generosas de empanada de lamprea? Las preguntas se agolpaban en mi mente confundida.
Llamé desde el teléfono de ficha de la fonda a uno de mis colegas de garrafina en el Hogar de la Tercera Edad de Sant Pol, y le pregunté por Mónica. Qué tal estaba, y eso. Me contó que Mónica se había despedido de su puesto de monitora al día siguiente mismo de nuestra partida interrumpida. Le di las gracias y colgué. Otro cabo suelto, otro enigma en el que pensar.
He llegado a la conclusión provisional de que algo se está fraguando de cara a la rentrée política del mes de septiembre. Algo muy gordo. Y yo me he visto metido en ese lío, no en la condición de brazo ejecutor, oficio en el que carezco de experiencia y de currículo, sino en la de chivo expiatorio, terreno en el que sí puedo aportar referencias excelentes.
Por esa razón he decidido no volver a Sant Pol, y espero acontecimientos agazapado en un paradero desconocido, que desde luego tampoco es Tarazona. Si alborea un nuevo comienzo de ciclo en España, me tendrán como siempre a su disposición incondicional en el lugar de siempre; si por desgracia eso no es así, y el señor Rajoy y el señor Fernández siguen ostentando en una próxima legislatura sus actuales responsabilidades, vayan ustedes olvidándose de su seguro servidor por una larga temporada.
FIN

 

(1) El lector encontrará los episodios anteriores de este thriller apasionante en: