martes, 23 de agosto de 2016

BURGOS PODRIDOS


El alcalde de un municipio soriano ha contratado a una psicóloga para tratar de insuflar un poco de autoestima, o de conformidad, a los restos desperdigados de un ejército rural en derrota. Visto desde lejos, parece un esfuerzo inútil dadas las limitaciones del censo de población y el dato irreversible de la edad avanzada de los últimos mohicanos que resisten parapetados junto al brasero.
Las dos obsesiones de los municipios rurales en la España del desarrollo fueron la piscina y el polideportivo para los jóvenes, y el Hogar o el Casal para la tercera edad. Espacios para la socialización. Pero la socialización está ya dada en todas sus dimensiones en unos pueblos donde todos se conocen desde siempre, y todos se saben de memoria todas las viejas rencillas entre los bisabuelos, y todos se duermen contando las ovejas.
Hace ya algunos años, aprovechamos Carmen y yo unas vacaciones de semana santa para visitar los Arribes del Duero. Situamos nuestra base de partida en la fonda de un pueblo pequeño, provincia de Salamanca. No había cobertura para los móviles y socializábamos con los vecinos en la cola del único teléfono público. Nos preguntaron de quién éramos nosotros.
– Venimos de Barcelona – aclaramos.
– Nosotros de Bilbao, pero lo que pregunto es de quién sois, de qué familia.
Porque el pueblo vivía disperso por la geografía del trabajo española, y volvía a “casa” a celebrar las fiestas y comer el hornazo en familia. Cada cual tenía fijo en la mente el organigrama: quién era de qué casa. Eso es el pueblo, a diferencia de la ciudad. En la Edad Media se acuñó la expresión de que el aire de la ciudad hacía libres a las personas. Sin una potente transformación de la vida rural y de un modo caduco de entenderla, no habrá psicología capaz de remediar la podredumbre causada por el aire viciado y la falta de ventilación social.
Hablé hace pocos días con una mujer joven, a la que conocí de niña en su pueblo natal andaluz, y que ahora vive y trabaja en Barcelona. En el entre tanto ha recorrido algunos países de Europa y África, en busca de expectativas vitales y de experiencias profesionales. No lleva una vida fácil, pero en su particular concepción del mundo campean dos tabúes mantenidos a rajatabla: uno, no depender jamás de un hombre; dos, no volver nunca al pueblo bajo ninguna excusa ni pretexto. Rebajarse a cualquiera de las dos concesiones sería considerado por ella una rendición vergonzosa.