martes, 2 de agosto de 2016

SOBRE LA PROPIEDAD DE LOS TESOROS ARTÍSTICOS


Lo irónico es que el monasterio cisterciense de Santa María de Sigena podría ser un hito histórico y simbólico de la Cataluña irredenta. Allí se refugió Isabel de Aragón con sus hijas, después de la breve guerra y rendición humillante del conde Jaime de Urgell a Fernando de Trastámara, elegido rey de la Corona de Aragón en Caspe. Conviene recordar que el Compromiso para seleccionar al candidato con “mejor derecho” a la Corona no fue ningún paripé, aunque sí fue ideado y gestionado, con su habilidad diplomática característica, por Pero Martínez de Luna, el papa de Illueca que más tarde sería desposeído por el concilio de Constanza de su nombre de Benedicto XIII y de sus prerrogativas eclesiales.
Isabel de Aragón era hija del rey Pere IV lo Cerimoniós y de su última esposa, la ampurdanesa Sibil·la de Fortià. Su boda con el conde Jaime reforzó las expectativas de este de alcanzar la Corona al morir Martín I sin descendencia legítima. Jaime acató al principio la sentencia de Caspe, pero luego se sublevó, inopinadamente, en el peor momento y sin tropas suficientes para mantener su reto al rey legítimo. Contó como si fueran juramentos en firme con vagas promesas de una alianza inglesa que exigía a cambio el reino de Mallorca; pero los ingleses nunca se presentaron a la cita.
Después de la rendición del Castell Formós de Balaguer, que fue arrasado hasta los cimientos, Jaime de Urgell inició una larga peregrinación por prisiones castellanas, con recuerdo especialmente ominoso de la de Urueña, para morir finalmente en 1433 en las mazmorras del castillo de Xàtiva. Su esposa Isabel, prima hermana del nuevo rey Fernando I, había tenido a su sexta hija, Catalina, durante el asedio de Balaguer, y fue ella la enviada por el conde Jaime a negociar las condiciones de la rendición (única condición aceptada fue la de respetar las vidas de los miembros de la familia). Con todo, Isabel fue perdonada y se le devolvió la propiedad de algunos predios de la casa de Urgell en el entorno de la villa de Alcolea de Cinca; entre ellos, Sigena. Allí encontró un refugio – muy modesto – para ella y sus hijos. Vestía hábito, se definía a sí misma como viuda de un hombre vivo, y escribió a su primo pidiéndole dinero para telas con las que confeccionar vestidos y ropa interior a dos hijas que habían de viajar por orden real y carecían de lo imprescindible. Murió en 1424, y fue enterrada en el monasterio. Su sarcófago es una de las piezas que ahora reclama el gobierno autónomo de Aragón.
Lo diré con toda claridad: yo soy partidario de que se devuelva a Sigena lo que fue de Sigena, del mismo modo que pienso que los frisos de Fidias deberían volver al Partenón, y el altar de Pérgamo, a Pérgamo. La idea de arrancar los tesoros de sus lugares de origen para preservarlos en instalaciones museísticas de características globales y universales significa abstraer la cultura y convertirla en un totum revolutum en el que uno se traslada de los muros polícromos de Babilonia a los mármoles de Pérgamo con solo traspasar el umbral de una puerta, como me ocurrió a mí en Berlín.
La cultura arrancada de su sustrato vivo no es más que show business. Puede argumentarse en contra de este principio el hecho de que las ruinas de Palmira seguirían existiendo de haber sido trasladadas a un lugar seguro para admiración de cientos de miles de turistas que pagarían religiosamente su entrada para verlas. Cierto, pero son gajes que se debe pagar por considerar el mundo, sin exclusiones y sin peajes, como el resultado provisorio, unas veces hermoso y otras terrible, del paso incesante de las generaciones.
Si una vez recibidas las piezas reclamadas, el gobierno de Aragón, en lugar de amueblar con ellas la iglesia y las dependencias monásticas de Sigena, hoy prácticamente en ruinas, opta por ponerse el mundo por cachirulo y abrir un Museo Etnológico de Aragón o similar en Zaragoza, y cobrar la entrada a tanto por cabeza, pues también me parecerá mal, qué quieren que les diga. Una cosa es el respeto a la historia y otra muy distinta la compraventa de mercancía artística con denominación de origen. A esto último no deberíamos jugar, nadie.