Las encuestas de
opinión, esas bestias mutantes y caprichosas, parecen haber dejado claro que
unas terceras elecciones no cambiarán en lo sustancial las relaciones de fuerza
entre los partidos en presencia, cosa que todos los que no somos clase política
sabíamos ya. Pero el PSOE se reafirma en su triple negativa: no apoyará a un
gobierno del PP; no se abstendrá para permitir su investidura; no encabezará un
proyecto de gobierno alternativo. Un trilema imposible, como señala con tino
Antón Costas en lavanguardia. Alguna de las tres cosas acabarán por tener que
hacer los socialistas.
Costas apunta cuatro
hipótesis, no excluyentes sino complementarias, para explicar la sorprendente
falta de flexibilidad del PSOE en la actual encrucijada. Sorprendente en la
medida en que ya no se trata de una situación novedosa (se viene arrastrando
desde diciembre pasado, con unos segundos comicios por en medio), ni tampoco
imprevisible. Todos los días consejeros áulicos, analistas politológicos, viejas
glorias de la cantera (incluidos los infaltables González y Zapatero) y tertulianos
de todos los pelajes trompetean en la plaza pública virtual y apuntan las
soluciones pertinentes para la coyuntura. Alguna habrá que cuadre, entre tantas
voces expertas.
No me convencen,
por lo demás, las cuatro hipótesis de Costas. Por diferentes razones. Respecto de
la primera (el desaire sufrido, la humillación), objetaría que el arte de
tragar sapos está incluido en la lección primera de los rudimentos del arte de
la política. Mariano ha ninguneado a Albert por lo menos tanto, y probablemente
mucho más, que a Pedro, y ahí tienen ustedes a Albert tan pincho, aprestándose
a la tarea de incrustarse en las tragaderas las ruedas de molino que él mismo
puso en circulación.
La cuarta hipótesis
de Costas señala la inadecuación de los protocolos parlamentarios para la
formación de gobierno, en un cuadro que ya no es bipartidista. No parece una razón
suficiente para tirar la toalla. De un lado, cualquiera puede suponer al
comienzo de una liga de fútbol que habrá de jugar la mitad de los partidos en
campo ajeno; ningún equipo se exclamará, llegado el caso: “Si lo sé, no vengo”.
De otro lado, no tengo noticia de que el PSOE cuestione ese precepto, o
protocolo, en particular. Y me atrevo a vaticinar que, de poder hacerlo, no lo
cambiaría. Lo que se puede reprochar al PSOE es precisamente un acomodo excesivo
a los privilegios inherentes a una situación política marcada por el
bipartidismo. Si está insatisfecho con la actual aritmética parlamentaria, sueña
en cambio con el retorno a la apacible situación anterior, cuando la normativa
de la investidura era un punto a favor y un aliciente para someter a otros
grupos minoritarios a emboscadas que derivaban en un botín extra sustancioso.
La segunda
hipótesis de Costas es la de la coherencia política. Desde sus posiciones de
izquierda, un PSOE austero y firmemente convencido tanto de su propio proyecto como
de su trayectoria, demandaría al PP que buscara socios en territorios
ideológicos más proclives. Renuncio a comentar mis dificultades para creerme un
escenario semejante.
La tercera
hipótesis, la discusión sobre modelos de sociedad, tiene que ver con la
anterior, y tampoco en esta ocasión me parece que Costas acierte ni en el diagnóstico
ni en el pronóstico. Veamos lo que dice: «A la rivalidad tradicional
izquierda-derecha se ha venido a sumar la rivalidad sobre el modelo de
sociedad. Por un lado, los que defienden un modelo de sociedad liberal abierta,
cooperativa en el plano europeo e internacional y que a la vez –algo que no ha
ocurrido en las últimas tres décadas– sepa incorporar a los perdedores de la
integración europea, de la globalización, del cambio técnico industrial y de la
crisis. Por otro, los partidarios de una sociedad cerrada, temerosa,
proteccionista, autárquica, que busca la respuesta a los retos en el
aislamiento.»
El deseo imposible de retorno desde la globalización a
sociedades cerradas, autárquicas y aisladas puede ser un síndrome detectable en una parte de los
votantes británicos del Brexit, en posiciones de ultraderecha de tipo lepeniano,
y tal vez en trincheras muy marginales de una izquierda radical-nostálgica. El mainstream, así en la derecha como en la
izquierda, se centra en las condiciones de navegación en aguas abiertas y – con
más o menos reticencias al respecto – liberales.
No hay diferencias,
en ese sentido, entre el modelo de sociedad que puede proponer el PP y el del
PSOE (o, si se me apura, el de ningún otro partido del arco parlamentario, ni
siquiera los “venezolanistas” de Podemos). Pero Costas tendría que explicar mejor
a qué se refiere cuando incluye el término “cooperativas” al caracterizar a las
sociedades abiertas y liberales; o cuando asegura que ese tipo de sociedades saben
incorporar a los “perdedores de la integración”, del cambio técnico e
industrial y de la crisis. ¿De dónde ha sacado que sí saben hacer tal cosa? Él mismo
señala que no lo han hecho a lo largo de las tres últimas décadas, caracterizadas
por el crecimiento explosivo de todas las desigualdades. Y durante esas tres
décadas no ha habido únicamente mayorías absolutas del PP. También las ha
habido, y muy consistentes, del PSOE.