El Fondo Monetario
Internacional (FMI) alerta del peligro de que la actual atonía económica dispare las llamadas
“populistas” a restringir la inmigración y el comercio internacional. El Brexit
habría sido una consecuencia de ese nuevo tirón “populista”; de momento la
libra se ha desplomado en los mercados, pero es de temer que las peores
consecuencias estén aún por llegar.
El populismo parece
llamado a sustituir en la jerga de los expertos al anterior “eje del mal” como
causa eficiente de todos los desastres provocados por la gobernanza global dirigida
desde el FMI y otras instituciones de parecido cariz: las troikas, para
utilizar otro palabro consagrado por el uso y el abuso de los medios. De un
lado están las "troikas", del otro el "populismo". Las troikas deploran las
resistencias populistas a unas políticas inobjetables, basadas en algoritmos
infalibles que de cuando en cuando, sin embargo, se descubren infectados por
errores de concepto groseros. De hecho, la “atonía económica” que denuncia el
FMI no es imputable a los populismos: es consecuencia de las recetas monetarias
impulsadas desde los centros del poder financiero. La reacción populista viene
a ser la misma de usted cuando le pisan un callo en el metro: destemplada y
maleducada tal vez, pero consecuente al hecho de que alguien ha invadido su
terreno y le ha dejado dolorido el pinrel.
Una política
económica basada en la resultante de los egoísmos de todos los actores
concurrentes en el mercado global tiene estas cosas. No solo es que todos no
pueden ganar, es que ganan siempre los mismos, más y más. Y eso duele en otros estratos
de una sociedad tan respetable por lo menos como los mercados, a la que se
ignora. Los inmigrados pagan la factura del mal humor de las clases medias
proletarizadas en los países avanzados. Las pretensiones del comercio
internacional, reducidas a multiplicar los beneficios de las majors, provocan la ruina sin remedio de
las redes del mediano y pequeño comercio locales y regionales. El mal humor de
los perjudicados es explicable. Pero ese mal humor se estigmatiza como “populismo”
con la intención de seguir por el mismo camino, sin detenerse a considerar la
posibilidad de políticas distintas a las que han provocado ese bajón abrupto en
los niveles salariales y en los estándares de vida de muchas gentes. (De hecho,
el FMI recomienda en la coyuntura actual subidas de los salarios mínimos; algo
no previsto de ningún modo en los algoritmos omniscientes, y que tiene todo el
aire de una orden de arriar los botes salvavidas porque el Titanic se hunde.
Pero no es la subida puntual de unos salarios bajísimos lo que se precisa, sino
otra política económica nueva desde la A hasta la Z, una política cohesiva frente a
otra insolidaria.)
Las leyes económicas
neocapitalistas bajo las que vivimos están trufadas de trampas; su consecuencia
es la deshumanización de las opciones – es decir, el hecho de que en las
opciones no se tienen en cuenta las necesidades, las expectativas ni el
bienestar de la humanidad a la que afectan – y el crecimiento de la miseria y
la exclusión. Todo ello no es ineluctable ni irreversible, pero tampoco lo es
el progreso hacia un orden diferente. Herbert Marcuse lo expresó hace ya
bastantes años del modo siguiente: «Cuando se niega el capitalismo, los
procesos sociales ya no caen bajo el régimen de leyes naturales ciegas. Esto es
precisamente lo que distingue la naturaleza de lo nuevo y lo viejo. La
transición de la muerte inevitable del capitalismo al socialismo es necesaria,
pero sólo en el sentido en que es necesario el pleno desarrollo del individuo…
Es la realización de la libertad y la felicidad la que necesita el
establecimiento de un orden en el cual los individuos asociados determinen la
organización de sus vidas.» (En Razón y
revolución. Hegel y el surgimiento de la teoría social, pp. 303-304. I.E.P.,
Caracas 1967. Traducción castellana de J. Fombona.)