El Sunday Times, según informa la prensa,
ha dado publicidad a un artículo inédito de Boris Johnson en defensa de la
permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. Los argumentos eran atinados,
y han cobrado mayor fuerza después de lo realmente ocurrido, porque en buena
parte lo anticipaban. Pero Johnson solo escribió ese texto para reflexionar
sobre el problema y elegir el modo más eficaz de rebatir los argumentos europeístas
que se le habían ocurrido. Fue uno de los defensores más furibundos del Brexit,
y hoy, con esa carga de responsabilidad a cuestas, es ministro de Asuntos
Exteriores de un país obligado a corto plazo a sumergirse hasta el cuello, si
no más arriba, en unos asuntos exteriores sulfurosos.
Algo parecido está
ocurriendo con el PSOE. Los argumentos comprensibles y posiblemente valiosos que
se hicieron valer en un momento determinado para adoptar una posición unánime
de “No es No”, ahora son arrinconados en el armario trastero. Una abstención en
la investidura de Mariano Rajoy es descrita como un prudencial paso a un lado
(ni siquiera un paso atrás) para desplegar después en las Cortes toda una
cortina artillera parlamentaria con la que forzar concesiones significativas de
progreso al PP gobernante.
Música celestial.
Está de un lado el talante personal de Rajoy, que siempre ha preferido evitar
los debates parlamentarios y sustanciar por la vía del decreto y sin publicidad
todos los asuntos que considera “de gabinete”. Lo ha hecho cuando contaba con
un rodillo parlamentario imbatible: figúrense ahora.
Y en lo que no baste,
la oposición parlamentaria tampoco podrá controlar la actuación del gobierno
porque el senado, con mayoría absoluta popular, va a cerrar la tenaza desde la
contraparte. No es por tanto cuestión de invocar el libre juego de mayorías y
minorías en una democracia parlamentarista hipotética, cuando tal cosa es inviable
en las circunstancias reales y precisas en las que nos movemos.
Sin contar con que
Mariano, fiel lector de “Marca”, es un forofo del catenaccio. Apostar porque tendrá
una actitud flexible en las tormentas presupuestarias que se avecinan, es
desconocer el hecho comprobable de que su actitud y sus posiciones se han
mineralizado a lo largo de su etapa de gobierno. Empleo el término “mineralizado”
porque algunos me acusarían de exagerado si escribiese “fosilizado”. Pero solo veo
piedra caliza allí donde tal vez en tiempos hubo signos de vida.
Mariano Rajoy es el
enemigo público número uno de nuestra democracia. No voy a repetir los datos de
su currículum, porque son de sobra conocidos. Tan conocidos que produce cierto
estupor que voces muy reconocibles del aún primer partido de la oposición
defiendan la abstención en su investidura “por el bien de España” y de la “gobernabilidad”.
Se entiende, aunque no insistan mucho en este punto, que por el bien del grupo
parlamentario también, dado que en unas terceras elecciones consecutivas la
mengua de votos socialistas podría ser muy sensible y dolorosa.
Pero de una parte,
la situación del partido no se soluciona con un “Virgencita, que me quede como
estoy”, y de otra, en este envite están en juego cuestiones mucho más
trascendentes que la permanencia en el escaño de unos cuantos diputados. El
hecho de que algunos sigan considerando taxativamente preferible dar un cheque en blanco a la
derecha pulcramente vestida pero maloliente, antes que tender puentes hacia la
izquierda gritona y despeinada, no es más que un síntoma más de la difícil
encrucijada en la que se encuentra el PSOE.