viernes, 21 de octubre de 2016

CRISIS DE PARTIDOS Y PERVERSIÓN DEL VOTO


«El mundo de la democracia representativa está acabando. Los partidos políticos están en crisis. El camino va por el empoderamiento personal, por el poder del individuo. El futuro de la izquierda tiene que tener una consideración muy fuerte de las personalidades individuales de los colectivos. Una especie de masa que una.»
Son palabras de Manuela Carmena, ayer mismo, en el ciclo de conferencias sobre “sociedad civil y cambio global” organizado por la Universidad Autónoma de Madrid y el diario El País. No puedo asegurar que lo anterior sea una transcripción fiel del pensamiento que quería transmitir la alcaldesa de Madrid puesto que el periodista que informa del acto, Juan José Mateo, ha espigado frases y las ha presentado juntas, de carrerilla, de un modo que supone un plus muy marcado de contundencia. Imagino que Manuela estuvo más dubitativa y exploratoria en su speech, y que sus afirmaciones no pretendían tener el carácter profético y apocalíptico con el que han sido resumidas en los titulares de la prensa.
En todo caso voy a discutir “de urgencia” las frases mismas, independientemente de si su fuente originaria ha sido en efecto Agamenón, o bien su porquero.
Creo que el mundo de la democracia representativa no se está acabando; lo que está totalmente desacreditado (aunque nadie puede predecir su final efectivo) es la apropiación indebida de la representación democrática por parte de las élites punteras de los partidos políticos: el hecho de que, en lugar de mostrar un respeto básico por el sentido del voto de sus representados, los líderes “interpreten” ese voto en función de sus propias necesidades tácticas en el escenario cambiante de la coyuntura, o peor aún, de su permanencia personal al frente del cotarro.
Esta realidad ha conducido a un deterioro muy grande de los partidos como institución democrática. La llamada al orden está ahí desde mayo de 2011: «No nos representan.» De hecho, no son solo determinados colectivos los que no se ven representados en el sistema de partidos: ningún partido, y menos que ningún otro el partido alfa, que reúne la más numerosa minoría mayoritaria del voto, representa a nadie más que al propio aparato.
Yo creo que se da, en este sentido, una perversión del instrumento del voto. Nadie confía, ni espera ya a estas alturas, sentirse representado – menos aún tutelado – por sus representantes, de modo que la papeleta que deposita en la urna expresa otros valores y otras expectativas, más relacionables con la predicción o con la pura apuesta por un resultado, que con un mecanismo de control democrático de la gestión política de las cosas.
Y es que ocurre que la composición misma de la sociedad se ha emborronado. Las clases no se han difuminado, pero el sentimiento personal de pertenencia a una clase concreta, sí. Se habla mucho de la transversalidad del voto. Pero la transversalidad no implica que los de abajo vayan a votar juntos contra los de arriba (el noventa por ciento contra el diez, según la formulación tópica), sino que los obreros pueden votar por el capital, los capitalistas por el reformismo, los parados por el statu quo, etc., en función de alquimias mentales personales absolutamente intransferibles. Es cierto que cada cual espera ganar algo con su voto, pero el qué espera ganar en definitiva, es cuestión que cada cual guarda para su capote. La política se convierte de ese modo en un juego de equívocos, de malentendidos, de “trampas” en el sentido que da a la palabra la propia Carmena en otro momento de su discurso.
El camino de salida de una situación así implica, como ella dice, un «empoderamiento» de las personas. A lo que apunta esta expresión, demasiado utilizada y con poco criterio en tiempos recientes, es al incremento de las capacidades de decisión de la ciudadanía, plasmadas legalmente y “actuadas” a través de instrumentos de democracia directa a los que se otorgue un valor de reconocimiento obligatorio para las autoridades. No existe tal empoderamiento, por ahora; no hay un valor de ciudadanía capaz de expresarse de forma inequívoca ante el poder hasta torcerle el brazo, si cuenta detrás con una fuerza suficiente. El ciudadano está inerme ante el poder.
Lo paradójico es que un incremento de los instrumentos de democracia directa serviría además para recuperar el sentido originario de la democracia representativa; solo hay una contradicción aparente entre las dos, en la práctica se refuerzan mutuamente y se debilitan las dos juntas.
Aproximar los partidos a las aspiraciones y los problemas cotidianos de la ciudadanía tendría otras virtudes, por ejemplo en los procesos de formación y selección de los núcleos dirigentes. La experiencia acumulada en los aparatos no mejora la percepción política ni ayuda a resolver conflictos que no sean los internos del propio aparato.
Coincido, por ello, plenamente con Carmena en resaltar la importancia de las personalidades individuales situadas al frente de los colectivos sociales. No es seguramente la cuestión crucial, pero en la actual crisis de los partidos – no solo en España – se detecta un déficit grande de liderazgo. En esta cuestión la cultura de las mujeres (de las mujeres inmersas en el tejido social) puede ofrecer soluciones excelentes como elemento de desatasco en el choque de los grandes conceptos abstractos. Así lo señala Carmena al hablar del estrechamiento de sus relaciones de trabajo con las alcaldesas de París, Anne Hidalgo, y de Barcelona, Ada Colau, a partir de una idea compartida de la gestión como cuidado inmediato, como tutela vigilante.