La bronca se ha
trasladado con toda naturalidad desde la camiseta de Piqué a la celebración del
día de la Hispanidad. Siempre con las banderas por delante. En el partido con
Italia, un grupo de españoles agitaba banderas rojigualdas con el logo muy
visible de una marca de neumáticos. A nadie le pareció que debieran ser
retiradas, ni se ha denunciado el hecho a la FIFA, que yo sepa. Hay una confusión
muy grande sobre el alcance y las formas del respeto a los símbolos, paralela a
una discriminación muy taxativa entre los símbolos que merecen ser objeto de homenaje,
siquiera sea sui generis, y los que en cambio deben ser denunciados sin tardanza
por escándalo público en el cuartelillo o la comisaría más próximos.
En el desfile de
las Fuerzas Armadas de hoy en Madrid hemos visto a la presidenta de la
Comunidad enarbolando un artilugio describible como paraguas patriótico. Lucía
los colores de la bandera española. Con el escudo preceptivo que consta en la
Constitución. Tal vez Cifuentes llevaba también las bragas a juego. Es una
forma idiosincrásica de honrar los símbolos patrios.
En el otro platillo
de la balanza: durante la manifestación en favor de la Unidad de la Patria que
ha tenido lugar esta mañana en Barcelona se han quemado esteladas. No habrá
sanción, seguro, aunque sí se ha encontrado al juez consabido que ha prohibido
al consistorio de Badalona trabajar un festivo. No alabo la decisión del
ayuntamiento, me limito a señalar que no se persigue la misma conducta con la
misma celeridad cuando quien la practica es un empresario de la construcción,
pongamos. En este país, la primera ley fundamental es la del embudo.
Cabe preguntarse
qué unidad es entonces la que se predica desde las tribunas y los púlpitos; parece
que la consigna sigue siendo vencer, no convencer.