domingo, 9 de octubre de 2016

LA CHICA DE LA BICICLETA Y LA PRINCESA


Un escritor y crítico estadounidense, Anatole Broyard, dijo de Marcel Proust: «Era tan intensamente sensible a lo ordinario que para él una muchacha en bicicleta podía eclipsar a una princesa.» La crítica es ambigua, tanto puede significar una defensa de la princesa frente a la ciclista, como dar la razón al juicio estético de Proust. Después de leer lo que se cuenta en Google sobre Broyard, me inclino más por lo segundo. Es también mi opinión. Considero que la princesa solo tendría opción para equilibrar el platillo de la balanza subiéndose a una bicicleta y poniéndose a pedalear con ardor.
No he tenido muchas oportunidades de ver a princesas, salvo en fotografía o en los retratos que dejaron de ellas grandes pintores. Las infantas de Velázquez son magníficas, de una belleza capaz de desafiar a cualquier bicicleta niquelada de carreras, con o sin guardabarros y faro incorporados. Pero es Velázquez, no ellas, quien echa el resto; una observación atenta del rostro y la figura de las reales mozas muestra indicios de clorosis, falta de higiene vestimentaria y una estructura ósea frágil. Les habrían hecho falta ropas más holgadas y practicar más la bicicleta desde la niñez.
A la inversa, tengo todas las ocasiones posibles de ver chicas en bicicleta en cuanto salgo a la calle en Barcelona. No solo eso; debo tener los ojos bien abiertos para evitar que alguna de ellas, debido a la fuerza inercial de su impulso y a la debilidad de sus frenos, se me eche encima y demos entre los dos un espectáculo callejero bochornoso.
Pero están hermosas, el cuerpo todo en tensión para imprimir fuerza a las pedaladas que las conducen como exhalaciones metalizadas por los carriles bici, y también ¡ay! por las aceras cuajadas de viandantes. Son libres, autónomas, poderosas como las divinidades que tejían el destino de los humanos (ellas ¡ay! también lo hacen a su manera). Y han introducido en la pátina gris del urbanismo moderno, abarrotado de tubos de escape asfixiantes, una estampa de salud, de libertad, de velocidad y de determinación que me parece cien por cien positiva con la pequeñísima salvedad de que el día menos pensado tal vez alguna de ellas me romperá la crisma.