El PSOE nos ha dado
un curso de cómo tratar los problemas internos de liderazgo: con elegancia, con
discreción, en sordina y sin tuitear barbaridades por las redes. Ha habido
alguna disonancia, sin embargo, como esa muletilla tan repetida por los
críticos de que un partido pertenece a sus votantes. Sol Gallego la ponía ayer
en solfa, en elpais; en su concepción y en su formulación, la frase equivale a
ese eslogan de los grandes almacenes, “el cliente siempre tiene razón”. Pero en
política, tal cosa equivale más o menos a poner el carro delante de los bueyes,
porque se supone que el partido debe ser un generador de propuestas, y el voto
medir la aceptación social de esas propuestas. Las cosas nunca pueden funcionar
a la inversa, so pena de generar una degradación importante en el quehacer
político. Halagar las apetencias inmediatas del pueblo llano sin conducirlo a
metas más elevadas, es desde los griegos la definición clásica de la demagogia.
La imagen icónica
de la jornada de Ferraz tal vez haya sido la de las lágrimas de Susana Díaz,
nuestra Evita Perón de andar por casa. Hay un misterio en esas lágrimas de la
misma magnitud que el de la sonrisa de la Gioconda. ¿Por qué lloraba Susana? ¿O
por quién?
Lloraba tal vez por
Pedro Sánchez, pero en tal caso el motivo concreto del llanto tiene su importancia:
no sería lo mismo un gesto de piedad hacia la víctima, un acto de contrición
por lo hecho hasta entonces y lo que se iba a seguir haciendo, o bien un simple
ataque de nervios del estilo “hasta los mismísimos estoy de ese malaje”.
Lloraba tal vez por
ella misma, en un momento de distanciamiento en el que se veía como la estamos
viendo los demás, después de frases tan sonadas como «ahora los que tenemos la
culpa vamos a ser los que ganamos elecciones», o bien «yo estaré a la cabeza o
en la cola, allí donde me indique el partido». Susana tenía ya de antes un grave
problema de imagen; en adelante lo va a tener multiplicado. Su figura provoca
en una gran parte del electorado (¡ay, los votantes!), tanto en Andalucía como en
otras latitudes, un rechazo muy grande. No me toca a mí juzgar si ese rechazo
es merecido o no.
Lloraba tal vez, en
fin, por todos nosotros, los que en más de una ocasión hemos votado a los
socialistas o junto a los socialistas, a lo largo de una etapa de vida en
democracia tan compleja y tan turbia en muchas ocasiones. De ser esta última la
clave de sus lágrimas, me apresuro a rogarle, con acompañamiento musical
incluso: Don’t cry for me, Susana. No
llores por mí. Mete las manos en harina, tanto si te toca estar en la cabeza como
en la cola de la organización centenaria, y mira de arreglar a conciencia el
desaguisado mayúsculo que habéis montado. Te esperaremos con los brazos abiertos
al final del túnel.