El compañero Javier
Fernández se ha estrenado al frente de la gestora del PSOE con unas
declaraciones a la cadena SER, y, tal vez para quitar hierro a las
incertidumbres acerca del inicio de una nueva etapa de su partido, se ha apresurado
en exceso a volver por donde solía. Me refiero a la enumeración de las tres posibilidades
de posicionamiento de su partido. En su opinión abiertamente manifestada ante
los micrófonos, sería menos malo un gobierno del PP en minoría, que un gobierno
de Rajoy en mayoría, corolario casi forzoso de unas terceras elecciones.
Detengámonos un
momento en la disyuntiva. ¿Tiene sentido la distinción entre “gobierno del PP”
y “gobierno de Rajoy”, hecha por el líder socialista circunstancial? Es decir,
¿va a poner el maltrecho PSOE lo que debe ponerse encima de la mesa para que la
abstención parlamentaria no sea en favor de Mariano sino de
otro candidato a la investidura? ¿O seguimos haciendo brindis al sol? Y en todo
caso, como el PP ya tiene mayoría en el Senado, el no alcanzarla en el Congreso
resultará un inconveniente menor, habida cuenta de la tendencia irrefrenable de
los poderes ejecutivos a prescindir en sus decisiones del engorro de los debates
en las cámaras legislativas.
No es esa, sin
embargo, la mayor flaqueza de la argumentación de Fernández. Lo peor es su
apreciación de que cualquiera de las dos opciones citadas es menos mala que una
tercera eventualidad, la de un gobierno del PSOE apoyado por Podemos y los
independentistas. La razón es cristalina: «No se puede pactar con quienes
quieren romper el país», ha sentenciado.
Este es uno de esos
casos en los que la fuerza del cliché anula el razonamiento. Si aceptamos la
imposibilidad de pactar con fuerzas cuya intención última recelamos que es la
de romper España, ya hemos roto de antemano España en dos: aquella con la que
es posible pactar, y aquella con la que no.
Josep Borrell dio
la réplica al argumento en “El Intermedio”. Si hay un 48% de opinión catalana
en favor de la secesión, ¿puede ser el mejor remedio – o el menos malo, tanto
me da que me da lo mismo – cortar los puentes del diálogo con ellos? Y queda el
caso de Podemos y sus aliados, con una fuerza parlamentaria consistente y una
conducta política en ciudades y en autonomías que solo un proceso paranoide de
intenciones puede calificar como de rompedora del país. ¿Qué unidad de España
es la que se quiere preservar al vetarles para cualquier pacto? O expresado de
otro modo, ¿la unidad de qué España?
En su abnegada
lucha por salvar la unidad del país, el comité federal ha empezado por romper
el PSOE en dos. Buen principio. ¿Qué otros trabajos manuales van a ser
necesarios en pro de la armonía, el consenso, la pacificación de los ánimos y
la sutura de las heridas dolorosamente abiertas? Aguardamos con expectación las
próximas entregas de este apasionante serial.