«Cuánto tiempo gastado
en demonizar a unos y a otros.» Son palabras de Patxi López en el comité
federal del PSOE, según las transcribe elpais. Podía haber dicho “tiempo
perdido” en lugar de “tiempo gastado”, pero los dos conceptos no son idénticos.
Quizás Patxi no se ha dado cuenta de que el tiempo gastado en demonizar a un
rival político, ya esté en la derecha (Mariano Rajoy), en la izquierda (Pablo
Iglesias) o en el cogollito mismo de la institución demonizadora (Pedro
Sánchez), es tiempo bien empleado. Puesto que “todo es según el color del
cristal con que se mira”, conviene extremar la coloración de los tintes que se
aplican al cristal a través del cual se pretende que todos miren.
Para poner otro
ejemplo de lo mismo, José Álvarez Junco, catedrático emérito de Historia
contemporánea, utiliza la tribuna del mismo ejemplar de elpais para dar una
lección magistral sobre la libertad. Una lección ciertamente anacrónica porque
se basa en las ideas de John Stuart Mill, y eso, en las circunstancias
actuales, es como analizar la eficacia táctica en combate de los elefantes de
Aníbal. El quid de la cuestión consiste en que el ilustre historiador afea la
conducta de Pablo Iglesias por no aceptar, desde la discrepancia pero con fair play, la libertad de expresión de
González y Cebrián en la Autónoma madrileña.
Ya se ha comentado suficientemente
en estas páginas el incidente en cuestión, pero no deja de sorprender que un sedicente
liberal siga arrojando piedras en la misma dirección consuetudinaria, y omita,
o silencie deliberadamente, la feroz asimetría que padece la información en una
sociedad política como la española actual, debido a la rígida unilateralidad
con la que se encauza la opinión en una dirección determinada. Álvarez Junco se
expresa desde la tribuna de un medio de prensa en el que se ha despedido a
periodistas por el pecado de opinar de forma distinta del señorito. ¿A qué
señorito me refiero? A Juan Luis Cebrián, por supuesto, personalmente en
persona.
Convertir en
víctima de la libertad a quien la entiende con esas restricciones en su propia
casa, o es cinismo o es hipocresía; no hay tercera opción, tertium non datur, porque mal puede alegar ignorancia un
profesional de la historia contemporánea de nuestro país.
El comentario sobre
el asunto daría para bastante más de sí; concretando, para una reflexión
general sobre el papel que deben jugar los medios de información y de opinión
en una democracia digna de ese nombre. Es decir, sobre la contradicción entre
la propiedad privada y la función pública de los medios de información; y sobre
la dejación de sus responsabilidades en esta cuestión (¡como en tantas otras!)
por parte del Estado. Un Estado que debería ser garante último de la pluralidad
y controlador imparcial de la calidad de la información y la opinión
suministradas por los medios, y que en lugar de eso hace dejación total de sus
responsabilidades en relación con el bien común, e imita al coñac de las
botellas del lorquiano romance de la guardia civil, en lo de disfrazarse de
noviembre.
Pero el profesor
Álvarez Junco, que predica la libertad de expresión desde la alta tribuna del
primer medio en audiencia del país, no se inmuta por tan poco. Lo que le da
grima es el respaldo de Iglesias a los boicoteadores de la Autónoma. ¿Qué
habría dicho Stuart Mill sobre semejante barbaridad?