viernes, 14 de octubre de 2016

DEL BUFÓN AL MUSIQUERO


Dario Fo, nobelizado en 1997, falleció el mismo día que la Academia sueca anunciaba la concesión del mismo galardón superfluo a Bob Dylan. Es bueno que la Academia no se dé una importancia excesiva a sí misma, y emprenda de vez en cuando esas excursiones por los márgenes inesperados de la Literatura (con mayúscula) concebida como objeto de estudio académico. A Bob Dylan (Blowin’ in the wind, The times are a-changing) lo escuchábamos con rabia interna y con recogimiento comunal cuando teníamos veintipocos años y buscábamos símbolos que expresaran nuestra disconformidad profunda con lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. También escuchábamos a Georges Brassens y a Raimon, dos figuras enormes de la poesía musicada (toda poesía lleva música dentro, algunos tienen el don de hacerla aflorar al exterior), uno de las cuales ya seguro no recibirá el Nobel, y el otro es del todo improbable que llegue a recibirlo, a la vista de las circunstancias concomitantes del galardón.
No tiene mucha importancia, en todo caso. El Nobel no da ni quita méritos, solo supone publicidad y seguramente un incremento sustancial de ventas. A Raimon le vendría muy bien, seguro, una caja de resonancia semejante para una obra exquisita pero bastante desconocida en los mentideros culturales internacionales. A Tonton Georges, en cambio, le habría sentado como una patada en los mismísimos la concesión del Nobel, si hemos de juzgar por lo que escribió acerca de un reconocimiento oficial bastante equiparable, en una canción que nunca llegó a cantar en público: La Legion d’Honneur ça pardonne pas.
El problema, y así lo expresa Brassens, es que el entorno mediático se apresura a fagocitar lo que tiene de original y de rebelde la obra de un premiado, de cualquier premiado, y a situarlo en la perspectiva “imperecedera” de un canon secular que solo varía milimétricamente con la inclusión del nuevo nombre. Fo no cambió de actitud después de 1997; pero los demás lo empezaron a ver de otra manera más refinada, menos bufonesca. Había abierto brecha, se podía contar con él en el diseño estratégico de una galería de grandes hombres del futuro.
Con Bob Dylan pasará lo que haya de pasar, pero es obvio que tanto su arte como su trayectoria se sitúan hoy en coordenadas bastante diferentes de lo  que significaron hacia 1965, y que tampoco ha sido “aquel” Dylan el reconocido ahora con el aplauso de los académicos suecos.
En cuanto a Philip Roth y Haruki Murakami, los dos Poulidor de la competición, sin duda volverán a ver inscritos sus nombres en la lista corta de los candidatos a la próxima edición del premio. Aprovechen para leerlos ahora; que no les pille de sorpresa si luego, cualquier año, les toca por fin la lotería que tan esquiva les va resultando.