De estar todavía
entre nosotros el viejo galápago Giulio Andreotti, sin duda habría repetido el
escueto diagnóstico sobre la calidad de la política española que emitió allá
por los años ochenta del siglo pasado: «Manca
finezza.» Falta sutileza. Lo podemos advertir una vez más en el soporífero
nuevo debate de investidura. Estamos en una política de unanimidades a escoplo;
se echa de menos una cultura de la diferencia y, para precisar más, una cultura
del respeto a la diferencia. Nuestras verdades son las del barquero, nunca van
más allá de la obviedad; y nuestro adagio favorito sigue siendo «Al pan pan y
al vino vino», donde el pan es pan de tahona, de miga compacta y corteza espesa
y difícil de roer; y el vino, de taberna y a granel. El debate político ignora
con deliberación las diferenciaciones y esfumaturas (empleo una palabra
italiana que me parece más sugerente y conceptualmente rica que “matices”; hay
pocos matices en la voz “matiz”) que otorgan cotas de calidad más
satisfactorias a otros panes y vinos que sin embargo estaban a nuestra
disposición. Padecemos una España integrista del pan duro y el vino agrio de
siempre, a machamartillo. Y así nos va.
La batalla del
Congreso de los diputados se está librando en orden cerrado, con masas
compactas de tropas que evolucionan a la voz de mando y chocan frontalmente. La
disciplina cuartelera es imprescindible y la aritmética del voto decide en
último término, porque el vencedor en el envite se lleva la puesta completa.
Pero el resultado final de la contienda no se va a decidir en esta sede, sino
en un territorio disperso en el que las formaciones enfrentadas, o no van de
uniforme, o lucen uniformes de colores variopintos; donde las alianzas son
flexibles y mudables, y las superioridades numéricas se hacen y se rehacen sin
cesar en el momento de jugarse cada nueva baza. Las diferencias cuentan, y
sería simplemente sensato tenerlas en cuenta en el momento de formular
propuestas y programas, incluso en el momento de afrontar votaciones decisivas. Salvar a España de golpe y porrazo con un voto compacto
de abstención en el Congreso es entelequia, como también lo es erigirse en representante
legítimo de un supuesto voto del 90% de los de “abajo”, contrario radicalmente
al dominio de la “casta” del 10% restante. El objeto de la política son en
último término las personas, y no las masas; las realidades, y no las ideologías.