Se trataba de que
el andoba entendiese quién manda aquí. Que una cosa es ser el secretario
general, y otra muy distinta mandar.
Y no había manera. Mira
que se lo explicó clarito Felipe desde los medios. Como si no. Felipe es un
activo imponderable en la organización, siempre está ahí, al quite, en un
barrido como en un fregado. Para que se hagan una idea, Felipe viene a ser lo
que el brazo incorrupto de Santa Teresa para el Caudillo que en paz descanse.
Milagroso para unos, milagrero para los paladares más críticos.
Pues no es no. Erre
que erre, primarias para no sé cuándo, congreso a continuación, y gobierno de la nación pasadas las calendas
griegas. Un programón, con la que está cayendo.
Pero para casos de
fuertes reticencias también hay remedios extra drásticos. No me refiero al
incidente en el que, según dicen, Juan Cornejo le sopló los mocos en mitad del
cónclave para la votación secreta. Mentira. Eso lo dicen quienes pretenden enfangarlo
todo en una guerra sucia. ¿Para qué guerra sucia si todo puede resolverse con
una simple votación democrática? En los casos difíciles, cuando los estatutos
no son taxativos y la comisión de garantías vacila, se improvisa.
Hace muchos años
presencié una extraña suerte del toreo, en una corrida a la que fui invitado
por un amigo. Nada más salir el bicho de los chiqueros y ver tanto capote
revoloteando en el ruedo, le entró el pánico y quiso saltar la barrera. Lo
consiguió a duras penas; quedó cojo en el intento. Dios y ayuda costó sacarlo
del callejón. Volvió por fin al redondel, pero en muy mal estado. Cojo, lo que
se dice cojo. El presidente sacó el pañuelo para el cambio. Salieron los
cabestros y las vaquillas y lo intentaron una y otra vez, pero como si no. El
bicho no se movía, mugía aculado a la barrera, estaba muy, muy cojo. El tiempo
pasaba, el sol empezaba a declinar.
Se improvisó una
salida digna de aquella situación kafkiana. Un número de la Benemérita se situó
en el burladero más próximo al animal, que evidentemente estaba sufriendo
mucho, y le descerrajó un tiro en el oído a cuatro metros de distancia. El arrastre
con las mulillas fue muy vistoso, amenizado por la música para que el
respetable no quedáramos con mal sabor de boca.