Hoy mi intención al
acercarme al blog es ceder la palabra a dos buenos amigos, y a la vez (o sin
embargo, como prefiera el lector) dos excelentes guías en la confusión política
en la que estamos inmersos. José Luis López Bulla comenta la extraña pirueta
del comité federal de OK Ferraz, en el post «“Socialista
a fuer de liberal” en Ferraz», en “Metiendo bulla”, accesible clicando abajo
a la derecha de esta misma página; Javier Aristu, en la entrada «Un boicot» publicada en el blog “En
campo abierto”, entra en consideraciones muy críticas acerca de quienes
reventaron una conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián en la
Universidad Autónoma de Madrid, a cara tapada y exhibiendo pancartas que no
tenían nada que ver con el acto en sí ni con quienes lo patrocinaban.
La militancia socialista
se ha visto cogida en el fuego cruzado del tiroteo desencadenado por unas baronías
mucho más atentas, dijeran lo que dijeran en su momento, a su yo y sus
circunstancias particulares que al bien de España. No ha sido un espectáculo
ejemplarizante, ni por las formas ni por el repentino cambio de discurso que se
ha producido en mitad del cruce del vado. Trescientos días desde el 20D proponiéndose
como alternativa intransigente, para pasar en dos días a fijar su papel como oposición templada.
La resistencia de
buena parte de las bases a este viraje brusco ha sido ruidosa. Los portavoces la
han obviado manejando el siempre agradecido tópico de los virus extraños nocivos
infiltrados en un organismo sano: las bases se han “podemizado”. Victimismo. Nosotros
no hemos hecho nada mal, son otros los que nos malmeten. El asunto viene a ser
parecido a lo que ocurre en el fútbol, donde los errores de apreciación reales
o ficticios del árbitro no solo tapan el mal juego de los nuestros, sino que
dan pie a elucubrar que el trencilla está en realidad a sueldo de quienes nos
metieron más goles de los que estamos dispuestos a admitir.
Lo que comenta Aristu
se refiere a otro aspecto de la contienda política, el de la “calle”, las
movilizaciones reivindicativas. Ninguna duda sobre la legitimidad de la
protesta universitaria y popular contra una conferencia que venía respaldada
por todo el peso de las autoridades competentes, y además de los poderes
fácticos. No se puede alegar atentado contra la libertad de expresión de
quienes tienen en su mano todos los medios para expresarse de todas las formas
posibles durante todos los días del año. Las acusaciones desde El País a los “antidemócratas”
son de un cinismo descarnado.
Pero no es de
recibo convocar desde el anonimato de las redes el acto de protesta, huérfano
de toda paternidad responsable, ni acudir a la protesta sin dar la cara. Es sabido
desde siempre que movilizarse contra el poder comporta un riesgo personal
importante. Nada se da de gratis en la política que intenta cambiar las cosas. Eliminar
ese riesgo escudándose en la “gente”, en la masa, primero no es eficaz, y
segundo va en contra del movimiento generalizado de quienes proponemos un mayor
protagonismo y empoderamiento de los ciudadanos. Poner como pretexto la ley
mordaza y las posibles represalias académicas contra las personas asistentes, viene
a suponer una confusión lamentable entre oposición democrática y "movida" a secas. De
otro lado, la justificación que se esgrime cae en un victimismo de
características algo diferentes al esgrimido por la dirección del PSOE, pero de
tipología parecida. En ambos casos la culpa de las deficiencias que exhibimos
la tienen otros; hemos perdido no porque hayamos jugado rematadamente mal, sino
porque el árbitro estaba vendido.