Un Rajoy con las
uñas recortadas disimuló en su discurso de investidura el desprecio íntimo que
siente hacia los grupos parlamentarios que le han ofrecido gratis et amore un apoyo más o menos condicional, más o menos
estable. Ofreció diálogo, sí, pero en dosis homeopáticas. Ofreció pactos de
gobernanza, pero dejando intocables los capítulos de la economía y de las
reformas laborales. Sospechosamente, coincidió su discurso con el anuncio de
que por primera vez en seis años el desempleo baja de los cinco millones de personas
censadas en España. El dato sería un indicio de mejora de las perspectivas
económicas de no saber ya todos hasta el tedio los enjuagues que se utilizan
para destilar esas cifras.
Tampoco es
negociable, al parecer, la ley mordaza. No habrá cambios constitucionales, por
lo menos consensuados (siempre será posible otra reforma constitucional de
tapadillo y con nocturnidad si así lo indican con su acostumbrada amabilidad
las troikas competentes). El problema catalán seguirá siendo el problema
catalán durante una legislatura más. También en este contexto catalán se
implementará un nuevo diálogo… de sordos.
Si el PSOE, como
asegura, va a abstenerse “de segundas” por el bien de España, convendrá que su
comité federal (no hay vida política más allá de los vértices) se pregunte qué “bien”
va a ser ese, a partir de lo que es posible deducir del discurso programático
del nuevo/viejo presidente. La iniciativa acordada el otro fin de semana se
presentaba en sociedad como un movimiento conciliador dirigido a acabar con el
bloqueo de la situación política. Disipado el humo de la batalla, lo que se
aprecia no es ningún síntoma de desbloqueo sino, por el contrario, otra vuelta
de tuerca. Lo que ahora se ha bloqueado es el avance de las fuerzas de progreso
que habían de quebrar las defensas de la fortaleza bipartidista, incluidas entre
dichas fuerzas las posiciones críticas en el interior del PSOE.
El panorama ha
cambiado abruptamente, y el contraataque de las élites extractivas no se ha
hecho esperar. Hace unos días alertaba en estas páginas de la intención por
parte del establishment de proceder en breve a una limpieza a fondo de las
comunas rebeldes que las anteriores mareas han dejado varadas en la geografía
española (1). A los síntomas reseñados entonces se ha venido a añadir el
furibundo ataque de Esperanza Aguirre contra Manuela Carmena, en el pleno del
Ayuntamiento madrileño, por "favorecer" los ataques de bandas enmascaradas contra
la libertad de expresión de ¡Felipe González!
Así hemos pasado,
con el telón de fondo del juicio de la Gürtel, de aquel emblemático “váyase
señor González” de los tiempos en que José María Aznar acariciaba ya el
calorcillo peculiar del poder, al actual y no menos descarado “venga acá, señor
González”, en una legislatura en la que, en buena paz y compaña socialistas y
populares, podría plantearse una colada general de toda la ropa sucia, más una operación
de limpieza a fondo de los escondrijos en los que se guarecen las alimañas
antisistema.
Ojalá me equivoque.