sábado, 15 de octubre de 2016

GENTE DEL PSUC


La revista Nous Horitzons ha celebrado con un número especial los ochenta años de la fundación del PSUC, el Partit Socialista Unificat de Catalunya. El número lleva por título «PSUC, el millor partit de Catalunya». No es, desde luego, el mejor título posible. Por varias razones, la principal de las cuales es que el PSUC – como tal – ya hace años que dejó de existir. Difícilmente puede aceptarse que “lo mejor” haya carecido de la consistencia necesaria para mantenerse en el tablero político. Un reparo apuntado por Enric Juliana, en su ponderado parlamento en la sala Martí l’Humà del MUHBA: el PSUC fue posiblemente el mejor partido catalán en ciertos momentos puntuales de su trayectoria, pero también fue el peor en otros muy señalados. Convendría, en el cómputo global, no practicar lo que Gramsci llamó “boria di partito”, y ceñirse con mayor rigor a lo que exigía el dirigente sardo: “fatti concreti”.
El índice de la revista, y el contenido de buena parte de sus aportaciones, las que evitan tanto la vanilocuencia como el narcisismo, indican hasta qué punto el PSUC fue capaz de insertarse en el tejido social y cultural de Catalunya, y de activar un buen número de iniciativas, de movimientos y de reivindicaciones en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Tuvo las características de un gran animador social y cultural, mejor aún, de un catalizador de potencialidades que de otro modo habrían quedado sin la proyección y la presencia ciudadana que merecían. Fue también un punto de encuentro para muchas inquietudes, y una escuela de política que reunió en algún momento de sus trayectorias a “extraños compañeros de cama”, personas con ideologías y ambiciones muy diferentes e incluso contradictorias.
Como partido político, el PSUC de la etapa democrática fue un fracaso en sordina. Hubo una incapacidad mayúscula para establecer una síntesis capaz de imprimir una dirección precisa y predeterminada a todo (y era mucho) lo que se movía. La Dirección siempre fue un conglomerado de piezas heterogéneas y mal ajustadas, que ludían entre ellas de forma destemplada. Se sucedieron las escisiones y los abandonos. Siempre hubo varias almas dentro de una misma organización, nunca una unidad de propósito ni una aspiración a la hegemonía, palabra consabida que se menciona en no pocas ocasiones en el número de Nous Horitzons, sin ton ni son, nunca en el difícil sentido gramsciano de la palabra. (En esa carrera, en democracia, el pujolismo y el maragallismo llevaron siempre muchos cuerpos de ventaja a la gente del PSUC). Las hechuras del traje de Príncipe moderno le quedaron desmesuradamente grandes. Y en la publicitada dicotomía de “partit de lluita i de govern”, obtuvo éxitos parciales (poco reconocidos en sectores del interior mismo de la organización) en el apartado de la lucha, y pasó desapercibido – ostentosamente desapercibido, disculpen el oxímoron – en la faceta de partido de gobierno. No ha dejado en este último apartado ninguna huella reconocible, ninguna herencia.
En todo caso, tiene sentido el homenaje a lo que mucha gente del PSUC significó realmente en la vida catalana durante varias décadas cruciales. No es una objeción el hecho de que se trate de un homenaje preñado de nostalgia por lo que “pudo haber sido y no fue”, y bastante tardío. Dicen que más vale tarde que nunca.