La vicepresidenta
del Gobierno de la nación, Soraya Sáenz de Santamaría, ha advertido al estado mayor
independentista catalán de que “por mucho que corran, no van a ninguna parte”. La
frase demuestra que en Madrid no han entendido nada de la naturaleza del procès. Yo tampoco la entiendo, vaya eso
por delante, pero en relación con este punto en particular me atrevo a dar una explicación
plausible, breve y clarificadora.
Atienda bien
entonces, señora Santamaría. Precisamente la intención última de todo el procès, tal como ha sido concebido y
desarrollado por la diplomacia sutilmente florentina de los estrategas del
soberanismo, consiste en correr todo el rato sin parar, pero sin intentar ir a
ninguna parte.
Una comparación
adecuada sería la del fútbol. El Real Madrid, representante secular del
centralismo, intenta arrollar al contrario por lo civil o por lo criminal desde el
toque inicial de silbato, imponer en todo el campo su (pre)potencia, y apabullar con
un capazo de goles, a ser posible de Cristiano y preferiblemente de penalti. El
FC Barcelona, por el contrario – al menos el modelo legendario construido por
Pep Guardiola, porque con Luis Enrique vamos de capa caída –, trabaja el asunto
a partir de un continuo tiqui taca en el medio campo, tan denso y trabado y
aparentemente inconsecuente, que el contrario se adormece y solo despierta, con
un sobresalto, al descubrir el balón suavemente colocado en el fondo de su
portería. Al árbitro, por descontado miembro de la brigada Aranzadi, le
gustaría anular el gol, pero ni él ni los liniers tienen certeza absoluta de
quién, ni cómo, ni por qué, colocó el balón en las mallas; de modo que conceden
de forma provisional el tanto, con la esperanza de pillar el truco en la
siguiente ocasión, y elevan el recurso correspondiente al poder judicial, por si hubiera en
la jugada materia delictiva perseguible de oficio.
Tanto Artur Mas
como Francesc Homs se han declarado a sí mismos culpables únicos, cada uno de los
dos, de un delito que no es delito, o no se sabe muy bien qué delito es en concreto
y en qué código legal consta. Mientras tanto, Puchi Puigdemont filtra un pase
vertical que le permitiría poner en marcha la ley de desconexión sin que se
entere el propio Parlament catalán (repleto, como se sabe, de botiflers y
miembros de la secreta que rápidamente darían el chivatazo), y sin dar al poder
central la oportunidad de cebarse en severos castigos a la nomenclatura del poder
autonómico, porque no habrá indicios de desobediencia, ni de prevaricación, ni
siquiera urnas. Tampoco habrá independencia, o por lo menos lo que suele
entenderse comúnmente por independencia, o bien estará tan escondida entre las
bambalinas del teatrillo, que nadie se dará cuenta de su presencia. Será una
independencia clandestina, perceptible solo para los iniciados, que se pasarán
la consigna de boca a oído de modo que nadie, pero lo que se dice nadie, que no
sean ellos se entere de la novedad.
Algunos analistas
políticos de la escuela cartesiana sostienen que tanta finta y tanto desmarque
obedecen a la imprescindibilidad de contar con los votos de la CUP para poder aprobar
los presupuestos autonómicos. Según este criterio, tantas carreras en tantas
direcciones diferentes estarían en último término encaminadas a algún fin preciso,
y llevarían en consecuencia a alguna parte.
No estoy seguro de
que sea así, sin embargo. En una independencia meramente hipotética, los
presupuestos bien pueden ser también hipotéticos, lo cual tiene la ventaja
añadida de no inflar la partida de los gastos sociales, tarea que resulta
especialmente enojosa para una idea del independentismo que sueña diariamente con
las enlairadas cimas de Montserrat pero orilla con todo escrúpulo los barrios degradados
de la Mina, Bellvitge o Sant Ildefons.