Así se titula el
nuevo libro de Antón Costas y Xosé Carlos Arias (Galaxia Gutemberg). He leído hoy
en elpais, en catalán, una entrevista de Lluís Pellicer a Costas con motivo de
la aparición del libro, que tengo intención de comprar. Siempre es provechoso
leer a Costas, no tanto porque sea catedrático de Política Económica, sino sobre
todo porque es un conservador razonable. Necesitamos hoy más personas
razonables (razonadores lo somos todos), y también seguramente más personas
conservadoras. Tengo un vago recuerdo de que en una ocasión Pier Paolo Pasolini
afirmó que el Partido Comunista Italiano era el más conservador del arco
parlamentario de su país, en el sentido de que trataba de conservar bienes y
derechos valiosos mientras otros “conservadores” de título no tenían escrúpulos en hacerlos
desaparecer de tapadillo por el desagüe. No digo con esto que Costas tenga nada
que ver con los comunistas, ni siquiera con los italianos; pero sí tiene que ver con la
operación delicada de conservar aquello que vale la pena de ser conservado, y
tirar por el escotillón la ganga que nos colocan en
el candelero con argumentos artificiosos.
Dice Costas que el
capitalismo de hoy está afectado por dos “mutaciones patológicas”, que son la
desigualdad social extrema y la hiperfinanciarización. A ambas se suman unos monopolios en crecimiento elefantiásico que se comportan
como diligentes extractores de rentas de los hogares de estratos sociales medios
y bajos, abocados a unos niveles prácticamente obligatorios de consumo inducido. Las ganancias
obtenidas se van depositando en fondos de inversión opacos, y la búsqueda de
rentabilidad inmediata de esos fondos prioriza la especulación y obstaculiza la
viabilidad de los “proyectos de empresa” asentados en el largo plazo y en la
utilidad social del producto o servicio que proporcionan. El crédito bancario
tiende a rehuir entonces los plazos largos de los procesos productivos, para buscar sus mejores opciones de ganancia en el "casino" de una economía
predominantemente especulativa.
En ese contexto,
las viejas soluciones de la socialdemocracia son insuficientes en la medida en
que se basan en la simple redistribución de las rentas, cuando hoy esa
redistribución se está realizando por otros medios y con criterios distintos de
los del Estado social. La reacción que está apareciendo con fuerza es la de una
política “a la contra”: revueltas populares, auge del populismo y aparición en
el escenario mundial de líderes autoritarios y megalómanos.
Costas critica los
excesos de una etapa de economía sin política (un “cosmopolitismo dogmático y
acrítico”, lo define), y rechaza también su contrario, una política sin economía,
demagógica y simplificadora. Es necesaria la economía al lado de la política,
pero asignando al economista, al “experto” capaz de proponer soluciones, el
papel de hablar, no al poder, como ha venido haciendo hasta ahora, sino a la
sociedad. Recuperar la función dirigente de la democracia participativa, promover
la libre competencia, frenar el poder de los monopolios y de los movimientos
especulativos de las finanzas, serían prescripciones útiles para remediar las
deformidades patológicas del actual capitalismo con nueva piel.
De seguir esas
prescripciones seguiríamos, eso sí, dentro del territorio del capitalismo; un
capitalismo, diría yo, con las uñas recortadas. Habrá a quien no satisfaga la
receta. No obstante, las propuestas razonables situadas dentro de un
pensamiento conservador, pueden ser una herramienta formidable de consenso para
enderezar el rumbo sesgado de una economía en estado salvaje y peligrosamente no
sostenible.