El punto importante
en discusión es si la renta básica universal puede servir de instrumento válido
para reducir la desigualdad, o bien como un tratamiento paliativo de una
desigualdad que se reconoce de forma tácita que no es erradicable; que, como se
suele decir, “está aquí para quedarse”. En este segundo caso, la renta definida
como “de ciudadanía” no lo es, sino más bien una compensación graciosa que se
abona a un sector variable de ciudadanos demediados, siempre que acrediten de
forma fehaciente en la ventanilla donde corresponda su minusvalía cívica .
No solo el concepto
de RBU, sino todo su entorno teórico y práctico, es diferente de un caso al
otro: varían el sentido y los objetivos de la actividad económica, cambia el
valor intrínseco que se da al trabajo asalariado y heterodirigido. Incluso se
desliza de un sentido inclusivo a otro excluyente ese término proteico y ambiguo,
utilizado a menudo a beneficio de inventario tanto para un roto como para un
descosido, que es la idea de la ciudadanía.
Palanca o muleta: dos
formas opuestas de considerar la renta básica universal. Palanca para mover en
una dirección distinta las relaciones de producción y las formas de conjugar eficazmente
lo público y lo privado. O bien, muleta para disimular en la medida de lo posible la
cojera demasiado patente de un modelo de desarrollo que, a pesar de todo, se
sigue considerando como único paradigma viable.
No acierta, a mi
entender, Guy Standing al entender el “precariado” como una nueva clase social,
emergente frente a unas clases trabajadoras “tradicionales” prósperas, caracterizadas
por el acceso creciente a la propiedad, a la cultura y a la patrimonialización
del ahorro. Desde que publicó su libro en 2011, hemos visto la debacle progresiva
del trabajo asalariado, la proliferación de contratos eventuales de un recorrido
cada vez más corto, el recurso generalizado a los minijobs, las condiciones
leoninas de “conciliación” de vida y trabajo, el descenso indiscriminado de las
retribuciones, la pérdida generalizada de autonomía en las decisiones de los
trabajadores por cuenta ajena, la proletarización de los técnicos, la
precariedad extendida en mancha de aceite como acompañante inseparable de todas
las formas de relación laboral por cuenta ajena.
La precarización universal
es un proceso en curso, todavía reversible si se adopta otro tipo de políticas.
La renta básica universal puede ser un instrumento para hacer avanzar ese otro
tipo de políticas; una red para detener la caída de sectores cada vez más
amplios de trabajadores más o menos descualificados, más o menos prescindibles,
en el abismo de la marginación. De ningún modo puede entenderse que sea, sin
más, una solución en sí misma, un recurso utilizado para seguir tirando del
carro por el mismo camino, en la misma dirección.