Estoy rabiosamente
a favor de la tribuna/manifiesto “Relanzar la Unión Europea”, que firman en
elpais Nicolás Sartorius, Emilio Lamo de Espinosa, Emilio Cassinello y Jorge
Bacaria (1). Rabiosamente a favor, en el fondo. En la forma, encuentro que los
firmantes deberían haberse esmerado un poco más. La lectura del documento
produce un cansancio infinito. El primer párrafo arranca con «Hace sesenta años
que se firmó el Tratado de Roma». El segundo: «Hoy observamos, con creciente
inquietud» El tercero: «Ante esta situación, cuyos retos vamos a tener que
afrontar.» Y el cuarto y conclusivo: «Por esta razón, estamos convencidos.» Por
en medio, algunos clisés infaltables: «populismos de uno u otro signo,
nacionalismos de nueva y vieja factura», «empeño que, de consumarse, nos
introduciría en una senda de peligrosas incertidumbres y de creciente
impotencia», «un camino equivocado que conduciría a un mayor estancamiento de
consecuencias no deseables», «viejos y nuevos egoísmos y cegueras.»
Los populismos son siempre, en esta clase de
literatura, “de uno u otro signo”; la inquietud, “creciente”; las
incertidumbres, “peligrosas”. Nada hay de malo en
ello, de hecho se describe una realidad reconocible, pero es como recibir una
carta de amor y encontrar en el encabezamiento aquello de «Me alegraré que al
recibo de la presente te halles bien de salud, como sinceramente te deseo.»
No quiero ser
tiquismiquis. Me sumo a la convicción de los firmantes de que necesitamos más
Europa, y no menos; de que se precisa una unión no solo económica sino además
política, y más aún que solo política: consciente de las interdependencias que se entrecruzan en un mundo
mal diseñado, solidaria hacia dentro y hacia fuera. Podría hablarse también en
el documento de la lucha contra los abusos de los grandes monopolios, de la
necesidad de más igualdad, de profundización en los mecanismos democráticos que
garantizan la participación de todos. Nada de todo ello es absolutamente
imprescindible, sin embargo.
Las palabras, en último
término, no importan tanto como la urgencia del llamamiento. La retórica no añade
nada a la sensación angustiosa de que "nuestra" Europa amenaza ruina, de que se nos podría
desmoronar, de forma quizás irreversible, delante mismo de nuestros ojos. ¡Europa, Europa! ¡Ahí!
¡Tranquila! ¡Resiste, que ya llegamos!