En vísperas casi
del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), su director,
el británico Guy Ryder, ha lanzado una iniciativa relativa al futuro del
trabajo en el mundo (1). La evidencia que surge de los hechos es que el
desarrollo tecnológico alcanzado por las sociedades avanzadas, capaz de
facilitar y abaratar considerablemente la producción de bienes y servicios de
todo tipo, no está favoreciendo a los trabajadores sino a las compañías (en
particular, las grandes y muy grandes), que subcontratan y se llevan la parte
del león de los beneficios asumiendo unos costes laborales mínimos.
Como señala Emily
Paulin, de la Confederación Sindical Internacional, a Esther Ortiz (en “bez”),
a muchos profesionales creativos con una alta cualificación les cuesta verse a
sí mismos como inmersos en la economía “informal” o sumergida; y sin embargo,
su posición no es distinta de la que se da, por ejemplo, en el empleo doméstico
o la venta ambulante. No es, sin embargo, la tecnología emergente la que está reduciendo
y precarizando el empleo, incluso el muy cualificado; sino la utilización sesgada
que practica el capital, a partir de una situación de poder omnímodo, de las posibilidades
que ponen en sus manos los grandes avances científicos y técnicos. Por ejemplo,
una clínica es capaz de contratar neurocirujanos por horas, como quien pide un
taxi para desplazarse por la ciudad. Una vez concluida la operación solicitada,
el profesional es despedido y pagado en función de las horas invertidas.
Este complejo de
problemas y de situaciones indeseables, señala Guy Ryder, obliga a replantearse
a fondo el lugar y la función del trabajo dentro de la sociedad. Dicho en
palabras sencillas y fácilmente comprensibles: quien crea valor con su trabajo
es el neurocirujano, y no el consejo de administración de la puta clínica, que
es la que se embolsa la parte principal de los jugosos honorarios cobrados al
paciente. La clínica se está aprovechando del exceso de demanda de trabajo por
parte de profesionales que han realizado una inversión muy fuerte durante años para
alcanzar la competencia que poseen, y de la desregulación caprichosa del
mercado de trabajo llevada a cabo por legisladores convencidos de que de ese
modo favorecen el empleo en abstracto.
El trabajo
realizado por el neurocirujano es valiosísimo, en el ejemplo citado; en cambio,
su empleo por horas es indecente.
Transcribo tan solo
tres puntos de la reciente iniciativa de la OIT. En ellos está, me parece, el
meollo de la valoración del trabajo digno (decente), y la posibilidad de avanzar
hacia una sociedad más eficaz en la atención dedicada a las necesidades básicas
(físicas, sociales, culturales) de las personas:
« 36.
La idea de que el trabajo es determinante para la consecución de la justicia
social se basa en un postulado particular en cuanto al lugar y la función que
corresponden al trabajo en la sociedad. La OIT raras veces se detiene a
analizar este postulado que, sin embargo es la coordenada que necesita para
orientar su rumbo.
37.
Desde siempre, el objetivo del trabajo ha sido responder a las necesidades
humanas básicas. En un principio era una actividad de supervivencia, y luego,
con el aumento de las capacidades productivas y la generación de excedentes,
también permitió satisfacer otras necesidades, particularmente gracias a la
especialización de las tareas y a los intercambios directos o monetarios.
38.
A pesar del extraordinario desarrollo de la producción tras las sucesivas
revoluciones tecnológicas, trabajar sigue siendo un imperativo básico de
nuestro mundo contemporáneo. Aún hoy en día no se satisfacen las necesidades
humanas fundamentales y la lucha contra la necesidad no ha acabado porque sigue
habiendo pobreza; una parte importante de la fuerza de trabajo mundial aún se
dedica a la producción de subsistencia. »