Las palabras con
las que Jeroen Dijsselbloem (Jerón Diselblón) expresó su idea de la solidaridad
al periodista de la Frankfurter Allgemeine
Zeitung que le entrevistaba, son en sí mismas irreprochables: «Uno no puede
pedir ayuda después de gastárselo todo en alcohol y mujeres.» No pretendía
decir el jefe del Eurogrupo que no sea posible físicamente; sino más bien que, de
ser conocida la circunstancia, a quien así actúe le resultará difícil recabar
solidaridad ajena.
Desde ese punto de
vista, y en abstracto, el razonamiento es de cajón. Ciertamente está mal estirar
más el brazo que la manga en gastos relacionados con el alcohol y las mujeres; también,
por supuesto, en otras mamandurrias tales como jamón pata negra, percebes, perfumes
de Givenchy, trajes de Armani, Masseratis. No es ese el punto, sin embargo. El
punto, en el caso de Diselblón, fue la inoportunidad con la que colocó su pequeña
moraleja calvinista en una conversación en la que se le preguntaba por las dificultades
de los países europeos del sur para hacer frente a sus déficits públicos.
Convengamos todos
en que se trató nada más de un resbalón, por más que don Luis de Guindos
reclame una muestra de arrepentimiento que no acaba de llegar. Especialmente inoportuno,
de otro lado, es el hecho de que la presidencia del Eurogrupo, que le toca
desempeñar a Jerón a lo largo de todo este año, está en estos momentos en globo.
El partido socialdemócrata solo ha conseguido nueve escaños en el parlamento
holandés, menos que la CUP en una cámara más pequeña como es la catalana; y es muy
difícil que el liberal Mark Rutte, que previsiblemente repetirá como primer
ministro, quiera mantenerlo en su gabinete.
Mientras, el primer
ministro portugués ha pedido que ese hombre “desaparezca”, y en una foto tomada
en Bruselas se ve al ministro griego de Finanzas conteniéndose para no darle un
guantazo mientras Diselblón intenta explicarle alguna cosa.
La situación de este
hombre resulta crítica. Si pierde de una tacada el ministerio holandés de
Finanzas y la presidencia del Eurogrupo, habrá de volverse seguramente a su
localidad natal de Wageningen (35.000 habitantes), donde residen su compañera y
sus dos hijos, chico y chica. Tal vez impartirá en la Universidad local clases de
economía agrícola, la carrera que cursó de joven allí mismo. No es probable que
una persona tan íntegra, con esa valentía para hacer reproches públicos a la
laxitud de gobiernos incapaces de refrenar sus apetitos desorbitados de alcohol
y mujeres, y que se ha negado luego a pedir perdón, emprenda como cualquier
mindundi el camino fácil de las puertas giratorias.
No más alcohol y
mujeres para Diselblón. Austeridad. Cálculo minucioso día a día del debe y
el haber en el libro familiar de cuentas. Fortaleza de ánimo. Parsimonia. Será
uno más de tantos hombres que, como los describió Antonio Machado, guardan el
secreto de sus «rostros pálidos, / porque en las bacanales de la vida / vacías
nuestras copas conservamos / mientras con eco de cristal y espuma / ríen los
zumos de la vid dorados.»