En un reportaje de
Juan Manuel García Campos en lavanguardia, bajo el título “El ciberejército de
Putin”, se cuenta cómo se elaboró desde Rusia una información falsa sobre un
ataque terrorista contra una planta química en St. Mary Parish, Luisiana. Un
periodista del New York Times, Adrian Chen, investigó a fondo las fuentes de
aquel fake. Sus pesquisas le llevaron
a un edificio de San Petersburgo donde “un ejército de trols trabajaba a
jornada completa al servicio de los intereses de Rusia”.
No me tengo por
ciberparanoico; mantengo una razonable suspensión del juicio en cuanto a la
veracidad del descubrimiento de Adrian Chen, que fue publicado al parecer en el
magazine dominical del NYT, en junio de 2015. Puede que exista esa fábrica de
trols de San Petersburgo, y puede que no. Ahora bien, en relación con la
existencia de trols, como de las meigas, no me cabe duda de que haberlos haylos.
Lo más interesante
que he encontrado en el artículo de García Campos es una afirmación de Nicolás
de Pedro, investigador del Cidob-Barcelona. Se refiere a la teoría del doble
flujo de la información, llamada también teoría de los dos pasos. Según esta
teoría, la mayor influencia sobre la opinión pública (y sobre el voto) se
genera a través de los líderes de opinión, bastante por encima de la de los
medios de información. En consecuencia, el objetivo predilecto de los trols
teledirigidos es minar el prestigio y la credibilidad de los líderes, para
provocar “una perspectiva cínica en los espectadores”.
Las cosas están funcionando
así. No hay mañana en que no nos desayunemos con desinformaciones maliciosas
sobre determinados líderes de opinión. Me he hecho eco en este blog de dos
campañas puntuales de desprestigio muy diferentes: una ajena a la política, contra
la remontada del Barça ante el PSG, para hacerla aparecer como una vergüenza inconfesable
en lugar de como una proeza deportiva. La otra, más seria e igual de virulenta,
contra la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, por una instalación artística en el
Fossar de les Moreres. Son dos ejemplos de campañas masivas y anónimas de
carácter denigratorio, y en las que los datos reales son lo último que
interesa. La intención constructiva y ciudadana de las antiguas secciones de
Cartas del Director, firmadas e identificadas, en la prensa seria, ha sido
sustituida por un troleo anónimo, permanente y venenoso, que se despliega en
forma de cola debajo de las informaciones publicadas en las ediciones
digitales de los medios.
Basta echar un
vistazo a los comentarios insultantes, cansinos y repetitivos, que provocan
determinadas noticias, para descartar que provengan de ninguna supuesta armada
de “jóvenes peones con conocimientos informáticos (y muy bien pagados)”, como
señala Chen, instalados en un edificio peterburgués. En la guerra de la
desinformación actualmente en curso, cada cual defiende su trinchera, en un abanico
de posiciones que van desde la “inteligencia” (militar), hasta la zafiedad más
cutre. Este no es un asunto reservado a los rusos y a la CIA.