De vuelta en Barcelona.
Ayer a mediodía lloviznaba en la ciudad, y el verde nuevo de las hojas de los
árboles en la Gran Vía me extrañó. Llevaba cuarenta días fuera, era invierno
cuando me fui.
Cuesta recuperar
los espacios y los hábitos; y con la edad, más aún. Tengo que levantarme de mi
butaca por el otro lado para ir en dirección al baño; no encuentro el cajón
donde están los platos, ni el vasar, y no me acuerdo de que aquí tenemos
lavaplatos y no necesito fregar a mano la vajilla de la cena.
Duermo, y sueño que
estoy en una larga cola de gente cargada de maletas a la espera de un trámite
impreciso, y una vez cumplido este, he de avanzar hacia la cola siguiente, más
larga aún. Antes no tenía sueños así. ¿Es solo la edad, o interviene también la
situación?
El editorial de
elpais señala la ausencia del tema del cambio climático en la campaña electoral.
No es casual, pienso; en campaña se prescinde de todo lo que no aprovecha para
el argumento (para la bronca). Y el tema de las energías limpias y el replanteamiento
del modelo de crecimiento es, este sí de verdad, un TINA: no hay alternativa.
Ya nadie puede pretender, como hacía no hace tantos años Mariano Rajoy, que las
cuestiones del cambio climático son gabinas de cochero.
Habrá que abordar
el cambio climático de alguna manera, y llegar a un modelo económico distinto.
Y aquí sí aparecen ya las alternativas: hacerlo al modo de la derecha, dejando
el pilotaje del cambio a las grandes corporaciones de modo que todo cambie sin
que cambie nada; o empeñarnos todos los implicados en un modelo distinto, con
nuevos roles, nuevos protagonismos y horizontes más amplios.
Eva Anduiza, profesora
de Ciencia Política en la UAB, titula su artículo de opinión, también en elpais:
“Spain is not different”. Es un buen título contra los nacionalismos
desbordantes que nos asaltan. Y esto es lo que dice la entradilla: «La
fragmentación y polarización de la política está afectando a todas las
democracias y frente a los retos que plantea es preciso que la ciudadanía sea
capaz de reaccionar y asumir responsabilidades.»
Estamos de
recuperaciones, entonces. Por un lado la ciudadanía, la gran ausente de la cita
electoral porque la ha sustituido la audiencia, del mismo modo que el cliente
ha sustituido al trabajador en el reparto de papeles para la función de la
sociedad moderna.
Por otro lado, el
Estado democrático; el Estado no como el cacharro obsoleto que algunos teóricos
neoliberales describen, no como Leviatán deshumanizado, sino como expresión democrática, como representación
de la categoría de lo público y como momento esencial (subrayo: esencial) de
síntesis política.
El Estado y sus
instituciones tienen la clave del remedio para la fragmentación de la política.
Para lo cual deben situarse más allá de la contienda diaria, fragmentada. Recordemos
la frase de Keynes, en 1926 y ya ha llovido desde entonces: la función del
sector público debe ser hacer las cosas que de otro modo quedarían sin hacer.
La transición
energética es una de esas cosas. Puede llevarse a cabo al margen del Estado,
pero poco y mal y tarde. Se está intentando, sin embargo. Sirva de alerta
general el hecho de que Florentino Pérez acaba de fundar una nueva empresa
eléctrica. El instinto de este hombre para oler el dinero (que non olet, sin embargo) es fenomenal.
El Estado está
llamado a responder al desafío del clima y del crecimiento sostenible. Pero sin
el concurso de la ciudadanía, el Estado se reduce a un aparato. Un gran aparato
sin alma y sin propósito, lleno de palancas, de botones, de puertas giratorias
también que van y vuelven al mismo sitio.
Ha habido en la
historia reciente un vaciamiento teórico consciente y simétrico de los dos
conceptos “fuertes” del Estado y de la ciudadanía. Si la ciudadanía ya no “construye”
el Estado para que haga todo lo que de otro modo no se está haciendo, y el
Estado deja de ser la cosa de todos que contempló Keynes y se limita a un
semáforo colocado en la encrucijada por la que pasan a gran velocidad las
corporaciones transnacionales, entonces la política se fragmenta y se reduce a
quisicosas sobre banderas y sobre sentimientos puros de amor a los iguales y de
odio a los diferentes.
Hay que recuperar
el concepto de ciudadanía y el de Estado, tan maltratados los dos por las
veleidades de la modernidad, y enchufarlos el uno al otro de modo que pase la
corriente y vuelvan a funcionar.
Dicho con una
palabra de moda: hay que empoderar a la ciudadanía y empoderar al Estado,
mediante un nuevo pacto social entre ambos. Solo de ese modo se llevarán a cabo
de forma eficiente las políticas públicas que, si se contemplan desde la óptica
reductiva del beneficio privado, se harán o tarde o mal o nunca.