martes, 16 de abril de 2019

UN DÍA DESASTROSO



Diario de campaña

Ayer fue un mal día para los anales de la cultura. Murió la actriz Bibi Andersson, a la que conocimos hace muchos años en algunas películas memorables de Ingmar Bergman. Aquello es ya celuloide rancio, pero tengo en casa un DVD de Fresas salvajes, y en algún rato perdido lo he repasado con placer. Allí interpreta Bibi a una descarada autoestopista con dos novios, que trae al viejo profesor recuerdos de una novia antigua que le quiso mucho pero a fin de cuentas se decidió por otro hombre, seguramente con razón.

Bibi formó parte también de muchas otras películas de Bergman (recuerdo en particular Sonrisas de una noche de verano, y Persona), y de otros realizadores. Tuvo la capacidad de representar a personajes muy distintos y muy complejos.

De otro lado, se prendió fuego a la techumbre de la catedral de Notre-Dame de París. Toda la cubierta ha quedado devastada, y la aguja situada sobre el crucero, detrás de las dos torres gemelas que dominan el portal, se derrumbó en una secuencia que dejará una huella estética imborrable para la posteridad.

Tal vez el mejor final posible para los grandes monumentos culturales sea la pira sacrificial, la “ecpirosis”. Cabe recordar que Umberto Eco eligió ese destino preciso para la biblioteca secreta que imaginó en El nombre de la rosa. Y Julio Cortázar atisbó algunas homologías inquietantes en incendios puntuales susceptibles de igualar, tratándolas con el mismo rasero, nuestras más preciadas posesiones, incluida la vida. Fue en el cuento Todos los fuegos el fuego.

Volverá a su lugar todo lo que puede ser reconstruido, en París; el presidente Macron ya ha anunciado una campaña de microfunding para dejarlo todo exactamente igual a como estaba.

Solo se perderá lo intangible. No es gran cosa. Los seudopoetas neodecadentes musitaremos para nuestro coleto: “Volverán las góticas agujas / de Notre-Dame el techo a coronar / pero aquella que los siglos desafiaba / ¡esa no volverá!”

El broche final de un día desastroso lo dio, sin ninguna relación (afortunadamente) con todo lo anterior, la irrupción de José María Fidalgo en la campaña electoral, al lado de Cayetana Álvarez de Toledo. «Despreocupado de convencionalismos o encasillamientos», apostilla Iñaki Ellakuría la transfiguración del ex sindicalista, en su crónica de lavanguardia. En el caso de Fidalgo no es que se despreocupe, sino que se considera por encima del bien y del mal, y estima que sus fobias y sus filias particulares tienen prioridad pública respecto de las personas y las ideas a las que representó ─formalmente, cuando menos─ durante un tiempo.

Con Álvarez de Toledo comparte desde 2014 militancia en la plataforma “Libres e iguales”. ¿Iguales? Vaya por dios. Habida cuenta de lo que predica la señora, cuesta hacerse a la idea de que alguien que se sigue reclamando de izquierda y sindicalista pueda afirmar, con un estilo desenfadado y campechano: «Hay que empezar una rebelión cívica, y votar a Cayetana es empezar esa rebelión.»

De desastre en desastre, fuimos ayer.