Diario de campaña
Ayer fue un mal día
para los anales de la cultura. Murió la actriz Bibi Andersson, a la que
conocimos hace muchos años en algunas películas memorables de Ingmar Bergman. Aquello
es ya celuloide rancio, pero tengo en casa un DVD de Fresas salvajes, y en algún rato perdido lo he repasado con placer.
Allí interpreta Bibi a una descarada autoestopista con dos novios, que trae al
viejo profesor recuerdos de una novia antigua que le quiso mucho pero a fin de
cuentas se decidió por otro hombre, seguramente con razón.
Bibi formó parte
también de muchas otras películas de Bergman (recuerdo en particular Sonrisas de una noche de verano, y Persona), y de otros realizadores. Tuvo
la capacidad de representar a personajes muy distintos y muy complejos.
De otro lado, se
prendió fuego a la techumbre de la catedral de Notre-Dame de París. Toda la
cubierta ha quedado devastada, y la aguja situada sobre el crucero, detrás de
las dos torres gemelas que dominan el portal, se derrumbó en una secuencia que
dejará una huella estética imborrable para la posteridad.
Tal vez el mejor
final posible para los grandes monumentos culturales sea la pira sacrificial,
la “ecpirosis”. Cabe recordar que Umberto Eco eligió ese destino preciso para
la biblioteca secreta que imaginó en El
nombre de la rosa. Y Julio Cortázar atisbó algunas homologías inquietantes
en incendios puntuales susceptibles de igualar, tratándolas con el mismo rasero, nuestras más preciadas posesiones, incluida la vida. Fue en el cuento Todos los fuegos el fuego.
Volverá a su lugar
todo lo que puede ser reconstruido, en París; el presidente Macron ya ha
anunciado una campaña de microfunding para dejarlo todo exactamente igual a
como estaba.
Solo se perderá lo
intangible. No es gran cosa. Los seudopoetas neodecadentes musitaremos para
nuestro coleto: “Volverán las góticas agujas / de Notre-Dame el techo a coronar
/ pero aquella que los siglos desafiaba / ¡esa no volverá!”
El broche final de
un día desastroso lo dio, sin ninguna relación (afortunadamente) con todo lo
anterior, la irrupción de José María Fidalgo en la campaña electoral, al lado
de Cayetana Álvarez de Toledo. «Despreocupado
de convencionalismos o encasillamientos», apostilla Iñaki Ellakuría la
transfiguración del ex sindicalista, en su crónica de lavanguardia. En el caso
de Fidalgo no es que se despreocupe, sino que se considera por encima del bien
y del mal, y estima que sus fobias y sus filias particulares tienen prioridad pública
respecto de las personas y las ideas a las que representó ─formalmente, cuando
menos─ durante un tiempo.
Con Álvarez de
Toledo comparte desde 2014 militancia en la plataforma “Libres e iguales”. ¿Iguales?
Vaya por dios. Habida cuenta de lo que predica la señora, cuesta hacerse a la
idea de que alguien que se sigue reclamando de izquierda y sindicalista pueda afirmar, con
un estilo desenfadado y campechano: «Hay
que empezar una rebelión cívica, y votar a Cayetana es empezar esa rebelión.»
De desastre en
desastre, fuimos ayer.