viernes, 5 de abril de 2019

LA ZONA DE CONFORT SINDICAL


Hace más de un mes que tengo anotado en mi cuaderno un apunte sobre los sindicatos. No sé muy bien qué hacer con él. Leo, por ejemplo, en el artículo de Mohamed Haidour en Nueva Tribuna, “Sindicatos y elecciones”, toda una serie de propuestas magníficas, expuestas en un tono de orgullo justificado por la excelencia de la labor sindical. Ha habido un repunte en la afiliación, dice Haidour, y remacha: «… No se debe a la casualidad, se debe al trabajo acumulado, al trabajo bien hecho y se debe sobre todo a la concienciación y la organización de los trabajadores ante las sucesivas embestidas económicas y políticas que llevan padeciendo y que han mermado su capacidad adquisitiva, su futuro y su dignidad.»

Sin embargo, si descendemos de la idea general de “la concienciación y la organización de los trabajadores”, a la situación en concreto, el panorama no es tan boyante. En particular, en el caso plausible de que consideremos “trabajadores”, sin adjetivos calificativos, a los trabajadores en paro. Esta es la reflexión de Pere Jódar y Jordi Guiu, en Parados en movimiento. Historias de dignidad, resistencia y esperanza, Icaria, pág. 202: «Los sindicatos son la estructura organizativa de defensa de los trabajadores por excelencia. Sin embargo, las tasas de afiliación de las personas en paro son muy bajas, la organización propia de los parados en los sindicatos ha ido desapareciendo y ahora, aquellos que continúan afiliados, se mantienen en sus federaciones respectivas. Hasta cierto punto es normal que los sindicatos se preocupen en primer lugar por los trabajadores en activo, pero ello no implica que deban olvidar a los trabajadores que circunstancialmente quedan apartados del empleo o se mueven en un contexto de vulnerabilidad.» Idea remachada por “Luis”, uno de los entrevistados en el libro, del modo siguiente: «Los sindicatos tampoco tienen grandes ideas. Los sindicatos lo que hacen, que también es bueno, es reivindicar salarialmente […] Pero parece que solo saben hacer eso. […] Los sindicatos no tienen idea de cómo abordar el problema del paro, están un poco como si dijéramos sin reaccionar. Claro, los sindicatos defienden sobre todo a los trabajadores, trabajadores en activo. Ahora es como si estuvieran desbordados.» (Pág. 203).

Cuando un sindicalista, por ejemplo Haidour, habla de “trabajadores” (concienciados y organizados), siempre tenemos la sensación de que se refiere sobre todo a los “activos”, a los que tienen un empleo. Y en ese discurso podría quedar sobreentendido que pierden la condición “de clase” cuando son solo (pongan ustedes mismos un entrecomillado muy fuerte, muy intenso, a ese “solo”) trabajadores en potencia, trabajadores a la busca de un empleo elusivo o que les ha sido arrebatado.

Distinguir entre activos y parados como dos especies distintas de trabajadores sería dar el paso primero y decisivo en la fragmentación definitiva de la clase. Una suposición así solo estaría justificada en un contexto distinto, en la “edad de oro” en la que el pleno empleo era una hipótesis tendencialmente accesible, y en la que empezó a fraguarse el sambenito de que “quien no tiene un empleo es porque no quiere”.

No ahora. No en este modelo de economía. No en este marco laboral, que precisamente los sindicatos en primera línea están reclamando cambiar.

Pero las coordenadas organizativas presentes en el interior de los propios sindicatos indican un déficit en ese aspecto. La organización concreta no se ha movido de la zona de confort que encuadra al trabajador como “activo”, en función de su cualificación profesional en el desempeño de un puesto de trabajo que se imagina duradero para toda la vida.

No hay previsto un encuadramiento ad hoc para el trabajador precario, a pesar de que hoy por hoy es el que predomina estadísticamente (estamos, como ya se ha señalado repetidamente en esta bitácora, en una situación de precariedad estructural). Ese trabajador atraviesa en su vida laboral por ciclos sucesivos de empleo/desempleo y salta de una rama a otra de la actividad económica en cada minijob al que accede mediante esfuerzos ímprobos, después de distribuir cientos de currículos, asistir a decenas de entrevistas de trabajo y firmar su actividad presencial en diversos cursillos que por regla general no le capacitan desde el punto de vista técnico para desarrollar tareas en un puesto de trabajo concreto, sino que le enseñan cómo debe presentar los currículos y cómo puede presentar su mejor perfil en las entrevistas de trabajo.

La organización de los sindicatos por federaciones de rama no ayuda. La chispa creadora de un sindicato como Comisiones Obreras fue la relación intensa entre la fábrica y el territorio en el que estaba radicada, y con las fuerzas sociales implantadas en él. En el sindicato local o comarcal, las representaciones de las fábricas grandes ejercían una autoridad natural sobre las de las pequeñas empresas y sobre los colectivos de personas sin empleo de presente. Pero todas esas representaciones convivían y debatían de forma democrática, y las tareas de dirección no recaían necesariamente en las mayores fábricas o las mayores cualificaciones, sino en las mayores capacidades de representación de todo el colectivo.

La vuelta a la organización de los territorios y a un tipo de encuadramiento interrama sería entonces mi primera sugerencia en una “refundación” de la organización actual de los sindicatos. Sin prescindir de las federaciones, ojo, y de su protagonismo en la negociación colectiva; no desvistamos a un santo para vestir a otro.

La segunda sugerencia, que tampoco es una medida nueva, sino que proviene de una tradición larga, sería el acceso ordenado de los representantes de los parados y precarios a los distintos colectivos de dirección, así en los territorios como en las federaciones, y a los mismísimos órganos confederales.