Hace más de un mes
que tengo anotado en mi cuaderno un apunte sobre los sindicatos. No sé muy bien
qué hacer con él. Leo, por ejemplo, en el artículo de Mohamed Haidour en Nueva
Tribuna, “Sindicatos y elecciones”, toda una serie de propuestas magníficas, expuestas
en un tono de orgullo justificado por la excelencia de la labor sindical. Ha
habido un repunte en la afiliación, dice Haidour, y remacha: «…
No se debe a la casualidad, se debe al trabajo acumulado, al trabajo bien hecho
y se debe sobre todo a la concienciación y la organización de los trabajadores
ante las sucesivas embestidas económicas y políticas que llevan padeciendo
y que han mermado su capacidad adquisitiva, su futuro y su dignidad.»
Sin embargo, si descendemos de la idea general de “la concienciación
y la organización de los trabajadores”, a la situación en concreto, el panorama
no es tan boyante. En particular, en el caso plausible de que consideremos “trabajadores”,
sin adjetivos calificativos, a los trabajadores en paro. Esta es la reflexión
de Pere Jódar y Jordi Guiu, en Parados en
movimiento. Historias de dignidad, resistencia y esperanza, Icaria, pág. 202:
«Los sindicatos son la estructura
organizativa de defensa de los trabajadores por excelencia. Sin embargo, las tasas
de afiliación de las personas en paro son muy bajas, la organización propia de
los parados en los sindicatos ha ido desapareciendo y ahora, aquellos que
continúan afiliados, se mantienen en sus federaciones respectivas. Hasta cierto
punto es normal que los sindicatos se preocupen en primer lugar por los
trabajadores en activo, pero ello no implica que deban olvidar a los
trabajadores que circunstancialmente quedan apartados del empleo o se mueven en
un contexto de vulnerabilidad.» Idea remachada por “Luis”, uno de los
entrevistados en el libro, del modo siguiente: «Los sindicatos tampoco tienen grandes ideas. Los sindicatos lo que
hacen, que también es bueno, es reivindicar salarialmente […] Pero parece que
solo saben hacer eso. […] Los sindicatos no tienen idea de cómo abordar el
problema del paro, están un poco como si dijéramos sin reaccionar. Claro, los
sindicatos defienden sobre todo a los trabajadores, trabajadores en activo.
Ahora es como si estuvieran desbordados.» (Pág. 203).
Cuando un sindicalista, por ejemplo Haidour, habla de “trabajadores”
(concienciados y organizados), siempre tenemos la sensación de que se refiere
sobre todo a los “activos”, a los que tienen un empleo. Y en ese discurso podría
quedar sobreentendido que pierden la condición “de clase” cuando son solo (pongan
ustedes mismos un entrecomillado muy fuerte, muy intenso, a ese “solo”)
trabajadores en potencia, trabajadores a la busca de un empleo elusivo o que
les ha sido arrebatado.
Distinguir entre activos y parados como dos especies
distintas de trabajadores sería dar el paso primero y decisivo en la
fragmentación definitiva de la clase. Una suposición así solo estaría justificada
en un contexto distinto, en la “edad de oro” en la que el pleno empleo era una
hipótesis tendencialmente accesible, y en la que empezó a fraguarse el
sambenito de que “quien no tiene un empleo es porque no quiere”.
No ahora. No en este modelo de economía. No en este marco
laboral, que precisamente los sindicatos en primera línea están reclamando
cambiar.
Pero las coordenadas organizativas presentes en el
interior de los propios sindicatos indican un déficit en ese aspecto. La
organización concreta no se ha movido de la zona de confort que encuadra al
trabajador como “activo”, en función de su cualificación profesional en el
desempeño de un puesto de trabajo que se imagina duradero para toda la vida.
No hay previsto un encuadramiento ad hoc para el
trabajador precario, a pesar de que hoy por hoy es el que predomina estadísticamente
(estamos, como ya se ha señalado repetidamente en esta bitácora, en una situación
de precariedad estructural). Ese trabajador atraviesa en su vida laboral por
ciclos sucesivos de empleo/desempleo y salta de una rama a otra de la actividad
económica en cada minijob al que accede mediante esfuerzos ímprobos, después de
distribuir cientos de currículos, asistir a decenas de entrevistas de trabajo y
firmar su actividad presencial en diversos cursillos que por regla general no
le capacitan desde el punto de vista técnico para desarrollar tareas en un
puesto de trabajo concreto, sino que le enseñan cómo debe presentar los
currículos y cómo puede presentar su mejor perfil en las entrevistas de
trabajo.
La organización de los sindicatos por federaciones de
rama no ayuda. La chispa creadora de un sindicato como Comisiones Obreras fue la
relación intensa entre la fábrica y el territorio en el que estaba radicada, y
con las fuerzas sociales implantadas en él. En el sindicato local o comarcal, las
representaciones de las fábricas grandes ejercían una autoridad natural sobre
las de las pequeñas empresas y sobre los colectivos de personas sin empleo de
presente. Pero todas esas representaciones convivían y debatían de forma
democrática, y las tareas de dirección no recaían necesariamente en las mayores
fábricas o las mayores cualificaciones, sino en las mayores capacidades de
representación de todo el colectivo.
La vuelta a la organización de los territorios y a un tipo
de encuadramiento interrama sería entonces mi primera sugerencia en una “refundación”
de la organización actual de los sindicatos. Sin prescindir de las
federaciones, ojo, y de su protagonismo en la negociación colectiva; no
desvistamos a un santo para vestir a otro.
La segunda sugerencia, que tampoco es una medida nueva,
sino que proviene de una tradición larga, sería el acceso ordenado de los
representantes de los parados y precarios a los distintos colectivos de
dirección, así en los territorios como en las federaciones, y a los mismísimos
órganos confederales.