jueves, 4 de abril de 2019

ECOASTRONOMÍA


En un post reciente, titulado “Empresas mutantes” (1), me he referido a la relación cuasi-feudal que se establece entre empresas, o grupos de empresas, que tienen un carácter dominante en un sector determinado del mercado global, y aquellas otras empresas que dependen de los contratos que puedan arrancar de las primeras.

En lugar de utilizar una comparación basada en la historia antigua, es posible entender esa relación a partir de la astronomía. En el cielo nocturno las estrellas nos parecen todas iguales, y agrupadas o dispersas al azar; sin embargo, están organizadas en constelaciones invisibles, en sistemas solares, y giran según órbitas perfectamente predecibles. Cada sol arrastra en su estela un conjunto de planetas, y estos a su vez determinan el movimiento progresivamente excéntrico de una serie de satélites, capaces asimismo de ejercer cierto efecto de atracción sobre otros cuerpos astrales de masa y consistencia mucho menor.

Ahora Andy Robinson, en lavanguardia (2), habla de “superestrellas” al referirse a las empresas «más productivas e innovadoras», de Apple a Amazon. El artículo está dedicado a una advertencia surgida del FMI: el aumento del poder corporativo de algunas “megacorporaciones”, señala un estudio procedente de dicha fuente, puede contribuir de forma simultánea al agravamiento de una serie de tendencias preocupantes. A saber, «el estancamiento de la inversión; una distribución de la renta cada vez más favorable al capital frente al trabajo; la brecha abismal entre la riqueza productiva y la financiera, y un raquítico crecimiento de la productividad que frena los salarios.»

Dejaré a un lado la circunstancia curiosa de que sea precisamente una institución transnacional que con sus recomendaciones ─en ocasiones nada cariñosas─ a los Estados, ha empujado vigorosamente la economía mundial en el sentido en el que se está moviendo, la que ahora alerte sobre los resultados contraproducentes que se constatan. Ahí queda retratada toda la característica irresponsabilidad de los poderosos en los desastres a los que inducen.

Yendo a la sustancia de lo que se critica, la “brecha abismal” (expresión subrayada en el texto original) entre la riqueza productiva y la financiera viene de haber tomado al pie de la letra aquella humorada de Milton Friedman sobre que el deber principal de una empresa no es otro que obtener el mayor beneficio posible para sus accionistas. «Conforme el poder de mercado de una empresa sube, puede aumentar sus beneficios mediante subidas de precios y una reducción de la producción», señala Gian Maria Milesi Ferretti, del FMI. En 2018, la práctica habitual de la recompra de acciones por parte de las grandes corporaciones superó solo en EEUU el billón de dólares, que fueron a parar a los bolsillos de los accionistas sin generar ninguna riqueza en forma de producto; meramente mecidas por el arrullo de la fluctuación de las cotizaciones en bolsa.

Cuando tal aberración es posible, y consentida por la atenta inspección de quienes ejercen la vigilancia de los mercados, es lógico que la inversión tienda a estancarse. Faltan incentivos para arriesgar el capital; es mucho más cómodo el enjuague.

El escalón siguiente en la misma aberración es la pérdida sensible de valor de cambio de la fuerza de trabajo, porque el trabajo es precisamente el motor de la producción de bienes y servicios, y su valor en términos “financiarizados” es cero. La consecuencia es que las empresas con poder monopolístico o cuasimonopolístico en el mercado tiran hacia abajo de los salarios de sus empresas y plataformas satélites. Esa práctica no empuja a la baja la cuenta final de resultados, antes al contrario. 

Todo ello conduce a un panorama en el que la desigualdad se incrementa y la precariedad laboral se ha convertido en estructural. El mercado de trabajo precario en el mundo no es una rama seca de un árbol por lo demás vigoroso, ni un hongo que puede desaparecer si se trata la planta con un producto fungicida. La precariedad está en la raíz misma del sistema al que se nos aboca con la cantinela de que “no hay alternativa”.

Un mal estructural no se remedia de un día para otro. La retirada de las dos “reformas” laborales de Zapatero y de Rajoy no resanará la economía de casino que se nos está imponiendo por la fuerza de los hechos consumados. La vuelta atrás desde las “reformas” será en todo caso una condición necesaria para cualquier avance de fondo, pero no una condición suficiente.