jueves, 11 de abril de 2019

NADA ES SENCILLO


Se ha llegado a un acuerdo entre la Gran Bretaña y la Unión Europea para aplazar el Brexit (la salida británica de las instituciones europeas y su navegación posterior en solitario) hasta el 31 de octubre.

Nadie cree, sin embargo, que el 31 de octubre eche a andar el nuevo formato. Ese día la opción será de nuevo un Brexit a cara de perro, peleando por cada cuota comercial y por la supervivencia o no de cada derecho adquirido, cuando no por el chantaje puro y duro como vía de resolución de cada forcejeo entre las partes; o bien un acuerdo más o menos pacífico pero prolongado en el tiempo, ya que los electrodomésticos enchufados en la casa común son muchos, y costará decidir quién se queda con la nevera, quién con el televisor y dónde irá a parar el lavaplatos.

Conviene hacer memoria. El referéndum que desencadenó esta situación se celebró el 23 de junio de 2016. En octubre habrán pasado tres años más un verano completo, y seguiremos casi igual que entonces, aunque la ilusión de libertad que sin duda tenían los votantes el día después, se habrá volatilizado por un lado y agriado por otro, como el cartón de leche abierto que se deja demasiado tiempo a la intemperie.

Conviene examinarse en ese espejo, cuando se proclama la perentoriedad del derecho a decidir. Tan repentino es el impulso que lleva a dos personas a darse el “sí quiero” delante del mosén, como el que les sitúa luego, a cierta distancia temporal, delante del juez de familia para arbitrar el “no quiero”. En el segundo caso están los niños por en medio, más los animales de compañía, el piso, el coche, los electrodomésticos y el sofá del salón. Cada una de las partes desea, por lo general, no solo verse libre de la contraparte, sino conservar íntegro, o por lo menos en la mayor extensión posible, el nivel de confort alcanzado en la etapa anterior.

Nada es sencillo nunca, pero todavía lo es menos liberarse de la maraña confusa de compromisos adquiridos y de intereses creados en que la vida y la historia nos han ido encajando.

Tres años largos ya, en octubre, desde el referéndum del Brexit; dos años justos desde el día en que el president Puigdemont proclamó la república efímera catalana que desde entonces se porfía por implementar. 

Parece razonable en los dos casos plantearse una reconsideración general de los objetivos; pagar religiosamente las deudas con los terceros perjudicados (o bien, al evangélico modo, pedir perdón por ellas "así como nosotros perdonamos a nuestros deudores"), y tener la agudeza y arte de ingenio necesarios para proponer nuevos jalones de convivencia aceptables, sin duda restringidos desde el punto de vista de lo que habían sido las pretensiones iniciales, pero también más realistas, más sensatos, más basados en la tolerancia y en la inclusividad como principios básicos rectores de las relaciones existentes entre las/los ciudadanas/os y entre las personas, simplemente.