lunes, 8 de abril de 2019

FUTBOLIZACIÓN


La prensa diaria y la especializada, los telediarios y los diversos chiringuitos de jugones que dan cobertura informativa al importante asunto del fútbol, se han poblado de noticias asombrosas relacionadas con el Real Madrid. Eden Hazard está ya en el saco, Rabiot ha dado su conformidad para vestir de blanco, y la tesorería puja fuerte por Mbappé y por Neymar. La próxima temporada el equipo deslumbrará.

Más cierto es que, en la temporada actual, bordea lo penoso. Hace unos días, el equipo estuvo en un tris de ser atropellado en el Bernabeu por el colista de la Liga, el Huesca; Benzema, un hombre hasta hace poco con un pie fuera del club, salvó los muebles haciendo dos goles en las postrimerías.

Zinedine Zidane, presentado hacía escasos días como el druida de la tribu poseedor de la poción mágica de la invencibilidad, no había sido capaz en la jornada anterior de evitar un descalabro en Valencia. Gareth Bale, el superfichaje estelar que iba a hacer olvidar a Cristiano Ronaldo, empezó a ser silbado por el público en el minuto 3 del partido con el Huesca, y la cosa ya no paró a partir de ese momento.

A falta de magia en el campo, es de primera necesidad elaborarla en los despachos. A ello se dedicaron los estamentos técnicos del club con premura. “¡Viva Premura!”, clamó el aficionado.

En Cataluña, la última muestra de la futbolización de la política nos ha llegado de la mano de una entrevista a Marta Pascal por parte de Enric Juliana. Todos los mentideros se hacen ya eco del inminente reingreso en la política de Artur Mas, evento hábilmente sugerido por Pascal. Mas viene a ser como Zidane, salvando las evidentes diferencias. En determinado momento se le impuso el consabido paso a un lado, empujándolo incluso porque no se decidía; ahora se le pide de rodillas que vuelva a los ruedos.

El clamor obedece a una lógica férrea. Mas es un sapastre, pero la comparación con Puigdemont y Torra (en el caso de Zidane fueron Lopetegui y Solari) lo convierte en el Leonardo da Vinci del independentismo moderado. Ahora que la Esquerra Republicana de Oriol Junqueras se lleva de calle todos los sondeos, y que el PDeCAT se diluye en una sopa de siglas sin poder evitar, dicho con Benet i Jornet, una “vella, coneguda olor” a materias fecales en descomposición, ha llegado, como en el manual de estrategia de Florentino Pérez, el momento de cantar desde los despachos las excelsas glorias previstas para la próxima temporada.

Futbolización de la política: el mago desvía la vista del respetable público hacia la galera de la que va a brotar el muy publicitado conejo blanco, a fin de que no vea, o lo olvide, el presente mísero.

Nada por allí, nada por aquí, y aparece Mas, sonriente. Truco.

Tanto Puigdemont como Torra se han apresurado a darse por ofendidos. El primero ha recordado que está luchando por la dignidad de los políticos presos y exiliados. Quim Torra, por su parte, ha pedido a Pascal que no se desvíe de la centralidad de la política. Ninguno de los dos ha aclarado por qué razón la lucha por la dignidad de un lado, y la centralidad de otro, tienen que llevar incorporada una dosis tan grande de impotencia y de incompetencia.

Los dos están, como el mítico coronel Aureliano Buendía, delante del pelotón de fusilamiento, y rememoran el día lejano en el que el gitano Melquiades les dio a conocer por primera vez el hielo.