sábado, 20 de abril de 2019

UNA CHISPA DE DEMOCRACIA


Diario de campaña

Sostiene el historiador y amigo Javier Tébar que la democracia “químicamente pura” no ha existido nunca (1). No hay más remedio que darle la razón. Solo hay “democracias” en plural, remedos de la gran idea abstracta que son imperfectos como lo son siempre las cosas humanas. Ya los antiguos concluyeron que la quintaesencia no existe como tal, sino que se deduce. La “flor” no existe como concepto, sino en la encarnación de miríadas de flores, ninguna de las cuales es la flor imaginada por el filósofo mediante un trabajo de síntesis.

Nos disponemos, por consiguiente, a ejercer en las urnas un derecho democrático imperfecto. Y de ese modo haremos brotar una chispa efímera de esa democracia que en lo global no existe.

Por supuesto, no dejaremos satisfecha nuestra sed de democracia con el voto. Algunos declaran esa insatisfacción con la expresión “votar tapándose la nariz”. No es eso, sin embargo, dejando aparte la cuestión, también resuelta en la antigüedad, de que la corrupción no huele, non olet.

Votaremos una opción determinada, imperfecta por su naturaleza misma (un “partido” no es un entero político). Según las normas vigentes estrictamente codificadas, no podremos elegir varias papeletas sino tan solo una, o bien ninguna. Si optamos por elegir una papeleta, esta no expresará todo lo que sentimos y deseamos. Si elegimos no elegir, tampoco esa elección podrá dejarnos satisfechos de nosotros mismos y del resultado consecuente.

Vamos a suponer que el motor de nuestro acto democrático de votar es el deseo de que las cosas cambien para mejor. Son posibles también votos de castigo, votos  a la contra, pero los descarto. Tenemos a la vista cosas demasiado importantes para entretenernos en ese juego. Queremos lo mejor, nada menos, y cada cual tiene una idea, clara o confusa, de cómo deberían ser las cosas para ser “mejores” a como son.

Una España más segura (PP); una España más libre e igual (C,s); una España cuya historia la escribamos nosotros (UP); una España en la que hagamos que pasen cosas (PSOE). No son eslóganes incompatibles, son acentos distintos puestos sobre un concepto abstracto, sobre una quintaesencia inexistente como tal. Y de todos modos, nadie vota una opción solo por su eslogan.

Ni por su programa electoral. No hay literatura más efímera que la de las promesas electorales. Solo en una democracia perfecta ─es decir, en el País de Nunca Jamás─ se cumplirían puntualmente todas las promesas electorales. Una cosa, como he dejado escrito en otra ocasión parafraseando al sindicalista italiano Vittorio Foa, es el proyecto y otra muy distinta es el trayecto.

Queremos, claro que sí, una España más segura, más libre e igual, en la que el protagonismo lo tengamos nosotros y en la que pasen cosas positivas. Lo queremos todo. Vamos a votar una opción, pero con una ilusión global. No queremos ─no nosotros, por lo menos─ un país que nos sonría al mismo tiempo que mira enfurecido en “la otra” dirección. Queremos sonrisas para todos.

Y creemos que eso es posible hacerlo desde las instituciones (imperfectas ¡ay!) que son nuestras, que sentimos en efecto como nuestras. Y que queremos activas y eficientes. Las instituciones no son como los guardias urbanos, que están ahí para regular el tráfico y prevenir accidentes. Las instituciones deben servir para mejorar el horizonte vital de las personas.

Me detengo un momento en el eslogan de los socialistas: «Haz que pase.» Recuerda, no sé si de forma consciente o casual, una frase de John Maynard Keynes, que he leído hace pocos días en un libro de Mariana Mazzucato. En El final del laissez-faire (1926), Keynes señaló que la función de las políticas públicas es «hacer las cosas que de otro modo se quedarían sin hacer».

Es decir, una disposición de ánimo no solo providente sino innovadora, radicalmente opuesta a lo que el empresariado privado y las clases políticas adictas a las puertas giratorias entienden como “negocio”.