Carmen Martorell y Carlos Martínez Shaw en Sevilla.
Primera ronda de los Diálogos
Una de las razones
no menores que abonan el encuentro ─el diálogo─ entre Cataluña y Andalucía cuya
segunda ronda está a punto de celebrarse en Barcelona, es el hecho de que los
gobiernos de las dos comunidades aparezcan tan incompatibles, tan enfrentados en
cuestiones identitarias por las que los esencialistas de ambos bandos se
declaran dispuestos a morir.
Serían bienvenidas
tales cuestiones si de lo que se tratara fuera, en efecto, de morir. Sin
embargo de lo cual, lo interesante del asunto en el que unos y otros andamos
metidos, el meollo por decirlo de alguna manera, es que no se trata de morir, sino
de vivir; más aún, de vivir juntos, en paz y buena compaña y progreso compartido.
Y en ese objetivo
aparece como necesario desmoronar los muros de las patrias nuestras, para
decirlo con Quevedo, y constatar que su antigua “valentía” hace ya tiempo que
ha caducado. La España de la Constitución vigente, la de las autonomías, no
medra con amurallamientos sino con aperturas; no con el recurso último a lo
cañí o a las barras del escudo de Guifré lo Pilòs, sino con el reconocimiento
mutuo entre dos comunidades mestizas que tienen en común retos muy serios en
los terrenos de la economía, el trabajo, el progreso sostenible, las
infraestructuras necesarias, el reconocimiento de los derechos de ciudadanía, el
horizonte de la pertenencia a Europa y la definición de esa Europa en la que podríamos caber todos con comodidad.
Se impone una
reconstrucción de la comunidad común ─decirlo así no es exactamente una
redundancia─, y la reconstrucción debe emprenderse necesariamente desde abajo hacia arriba,
desde el suelo societario y social en dirección al cielo institucional.
No van a servir de nada ─conviene que todos
tomemos buena nota de ello─ las legislaciones ilustradas para arreglar por arriba
lo que debe ser recompuesto primero por abajo. Las leyes democráticas, otra
cosa distinta es el despotismo, son en último término un contrato social: dan fe, en
cláusulas precisas y pertinentes disposiciones transitorias, de lo que ha sido consensuado y acordado ya entre
los ciudadanos libres y diferentes y empoderados para ello.
Los verdaderos
protagonistas de la historia.