miércoles, 3 de abril de 2019

AUTONOMÍAS COMPATIBLES



Carmen Martorell y Carlos Martínez Shaw en Sevilla. Primera ronda de los Diálogos

Una de las razones no menores que abonan el encuentro ─el diálogo─ entre Cataluña y Andalucía cuya segunda ronda está a punto de celebrarse en Barcelona, es el hecho de que los gobiernos de las dos comunidades aparezcan tan incompatibles, tan enfrentados en cuestiones identitarias por las que los esencialistas de ambos bandos se declaran dispuestos a morir.

Serían bienvenidas tales cuestiones si de lo que se tratara fuera, en efecto, de morir. Sin embargo de lo cual, lo interesante del asunto en el que unos y otros andamos metidos, el meollo por decirlo de alguna manera, es que no se trata de morir, sino de vivir; más aún, de vivir juntos, en paz y buena compaña y progreso compartido.

Y en ese objetivo aparece como necesario desmoronar los muros de las patrias nuestras, para decirlo con Quevedo, y constatar que su antigua “valentía” hace ya tiempo que ha caducado. La España de la Constitución vigente, la de las autonomías, no medra con amurallamientos sino con aperturas; no con el recurso último a lo cañí o a las barras del escudo de Guifré lo Pilòs, sino con el reconocimiento mutuo entre dos comunidades mestizas que tienen en común retos muy serios en los terrenos de la economía, el trabajo, el progreso sostenible, las infraestructuras necesarias, el reconocimiento de los derechos de ciudadanía, el horizonte de la pertenencia a Europa y la definición de esa Europa en la que podríamos caber todos con comodidad.

Se impone una reconstrucción de la comunidad común ─decirlo así no es exactamente una redundancia─, y la reconstrucción debe emprenderse necesariamente desde abajo hacia arriba, desde el suelo societario y social en dirección al cielo institucional. 

No van a servir de nada ─conviene que todos tomemos buena nota de ello─ las legislaciones ilustradas para arreglar por arriba lo que debe ser recompuesto primero por abajo. Las leyes democráticas, otra cosa distinta es el despotismo, son en último término un contrato social: dan fe, en cláusulas precisas y pertinentes disposiciones transitorias, de lo que ha sido consensuado y acordado ya entre los ciudadanos libres y diferentes y empoderados para ello.

Los verdaderos protagonistas de la historia.